Por qué quiero a los misioneros del IEME Ángel Saiz Pérez: "El Instituto Español de Misiones Extranjeras, misioneros de un temple especial"

Misión
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El Instituto Español de Misiones Extranjeras, IEME, cumple, el año próximo, el Centenario de su fundación

La mayoría de los miembros del IEME han sufrido mucho en la labor misionera desempeñada allí en tierras más o menos inhóspitas en las que han trabajado. Son admirables

Admiro a esos misioneros del IEME porque muchos de ellos han sufrido torturas, enfermedades, accidentes, peligros… y hasta algunos de ellos han entregado sus vidas por la defensa de los más pobre

Escogen como territorios de labor aquellos más alejados de las metrópolis, a los que no quiere ir ninguno de los sacerdotes indígenas

Sus actividades y sus resultados socialmente y espiritualmente eficaces están muy distantes de lo que nos informan a diario los medios de comunicación, para los que las buenas noticias no tienen morbo

Mis amigos, familiares y conocidos me preguntan a menudo quiénes son esos “mis Amigos del IEME”, por los que les da la impresión de que siento no solo cariño sino también admiración y respeto. Por supuesto, a quienes oyen por primera vez la palabra IEME tengo que explicarles que el IEME no tiene nada que ver con el Yemen, ese país situado geográficamente en el extremo sur de la península arábiga.

Les aclaro que IEME significa Instituto Español para las Misiones Extranjeras, que no es otra cosa que el órgano designado por la Iglesia española para el envío de sacerdotes diocesanos a aquellas partes del mundo donde sea necesaria la labor de llevar a cabo la difusión del mensaje de Jesús: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio…”

Pues bien, les explico a quienes me lo preguntan, que estos compañeros y amigos míos del IEME, han entregado (y muchos de ellos siguen entregando) sus vidas a este cometido nada fácil ni cómodo ni exento de peligros, dificultades y contratiempos. Dada nuestra edad (mi edad), quienes estudiamos en los años 60 en el Seminario de Misiones de Burgos ya estamos hoy en día peinando canas hace años. Pero sigue en pie, sin ningún género de dudas, nuestro espíritu joven y animoso.

Digo que admiro a los misioneros del IEME porque la mayoría de ellos han sufrido mucho en la labor misionera desempeñada allí en tierras más o menos inhóspitas en las que han trabajado. En cualquier caso, han sido tierras muy distintas de aquellas que les vieron nacer, y han sufrido porque han trabajado con entrega y generosidad por implantar allí, en esos diversos países del mundo, la semilla del Evangelio, buscando simplemente hacer de este mundo un mundo mejor del que había antes de que ellos llegaran a su destino misionero. Un mundo mejor, en el sentido religioso y evangélico, pero también humano.

No pocos han padecidopersecución por parte de los poderosos y egoístas a los que no les era grato oír eso de que había que distribuir las riquezas entre los más necesitados y que el que quisiera pertenecer al Reino de Jesús tenía que empezar por ser generoso y preocuparse de los más desfavorecidos de la vida.

Admiro a esos misioneros del IEME porque muchos de ellos han sufrido torturas, enfermedades, accidentes, peligros… y hasta algunos de ellos han entregado sus vidas por la defensa de los más pobres o han perdido la vida a causa de las enfermedades contraídas en lejanos países o en los diversos y graves accidentes que han sufrido en sus correrías apostólicas.

La ruta

Porque tenéis que saber, les digo a mis amigos, que los misioneros del IEME son de un temple especial. En los países de misión a los que les destinan escogen como territorios de labor aquellos más alejados de las metrópolis, a los que no quiere ir ninguno de los sacerdotes indígenas, debido a la carencia de medios, por las incomodidades o por los peligros que corren quienes allí van.

Los misioneros del IEME son dignos de una verdadera epopeya, sus trabajos han dado muchos frutos y no solo en el campo pastoral, también en el intelectual, humano, teológico, político, científico e incluso económico.

Sus actividades y sus resultados socialmente y espiritualmente eficaces están muy distantes de lo que nos informan a diario los medios de comunicación, para los que las buenas noticias no tienen morbo, no vale la pena difundir. Son héroes, porque han utilizado su vida en favor de los demás y en favor de la labor por la creación de un mundo mejor, en unos países nada fáciles, nada sencillos, nada cómodos.

No solo admiro a los misioneros del IEME, también admiro a los compañeros a los que me uno yo para formar la gran Familia de Amigos del IEME. A ésta pertenecen quienes han sido misioneros y están ya secularizados, algunos de ellos han formado familia con las compañeras con las que compartieron la dura vida misionera.

Todos ellos (ellos y ellas) forman esa categoría de hombres y mujeres a los que podemos calificar como de verdaderos héroes. Porque aunque algunos años de su vida no hayan estados en países de misión, en nuestro país han realizado grandes obras entre los más necesitados, porque el espíritu misionero no les ha faltado nunca. Yo así los veo y así quiero que los veáis también vosotros.

Por la fecha del día de san Francisco Javier (el 3 de diciembre) nos reunimos algunos de los miembros de este grupo en Madrid. Vienen de diversas partes de España y pasamos un día de convivencia alegre y distendida, sencilla y gozosa. Porque mis Amigos de la Familia IEME, misioneros y no misioneros, son de otra pasta, no llevan una vida vulgar, son personas de una pieza, honrados y generosos, capaces de amar sin condiciones y de entregarse de lleno allí donde sea necesario. Y eso lo disimulan muy bien entre risas, alegría y espíritu de familia con la que disfrutamos ese día de san Francisco Javier, nuestro patrón.

Yo pertenezco a una clase social y cristiana más bien normal, corriente y ordinaria. No hubiera sido capaz de la entrega generosa de mis compañeros misioneros y amigos del IEME. No quiero decir que yo pertenezca a una clase humana de inferior calidad, simplemente quiero decir que admiro a esa gran Familia de Amigos del IEME y me enorgullezco de que me acepten entre ellos, porque al menos comparto sus deseos de trabajar por un mundo mejor, en la pobre media de mis posibilidades.

Solo me falta añadir (cosa de gran trascendencia para nosotros) que el Instituto Español de Misiones Extranjeras, IEME, el año próximo cumple el Centenario de su fundación. Hago votos y rezo para que su actividad pueda seguir desarrollándose e incluso creciendo y aumentando otros cien años más. Sociedades de este tipo son muy necesarias en este mundo en el que todavía queda mucho egoísmo y mucho consumismo, mucha envidia y mucha ambición que, como cizaña, ocultan las buenas y sencillas obras, aunque grandiosas y trascendentes, de muchos hombres buenos, como los misioneros del IEME, y de muchas mujeres misioneras, excepcionales y entregadas, todos ellos repartidos por el mundo.

Por todo ello, siento admiración, respeto y cariño por mis amigos Misioneros del IEME y por los Amigos de la Familia IEME.

100 años de misión

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