Se cumple un año de la muerte del abad del Monasterio de la Oliva La mirada limpia y generosa de Isaac Totorika

La mirada limpia y generosa de Isaac Totorika.
La mirada limpia y generosa de Isaac Totorika.

Nacido en Ermua, el P. Isaac Totorika ingresó en La Oliva en 1993. Un año después se trasladó al monasterio de Zenarruza, donde en 1995 hizo la profesión temporal y en 1998, la solemne. Fue ordenado presbítero en 2007 y siendo superior de Zenarruza, fue elegido abad de La Oliva

Conocí a Totorika en febrero de 2015, cuando estuve dando a la comunidad los ejercicios espirituales. Era un hombre sencillo, cordial y siempre alegre, me acogió con gran caridad y amabilidad

Los días que pasé en La Oliva descubrí en el abad Isaac un hombre apasionado por Dios, un monje que amaba a todos sin condiciones, sin juzgar, sin condenar, acogiendo con amor a quienes se acercaban a él

Enseñó a los monjes, más con sus obras que con las palabras, a vivir en actitud de vigilia y a ser hombres de oración, hombres sin una doble cara, hombres con un corazón limpio y confiado

La muerte del P. Isaac Totorika, abad del monasterio de La Oliva, el martes 28 de julio de 2020, hoy hace un año, me impactó. Conocí al P. Isaac Totorika en febrero de 2015, cuando del 22 al 28 de aquel mes estuve dando a la comunidad los ejercicios espirituales. El abad Isaac, un hombre sencillo, cordial y siempre alegre, me acogió con gran caridad y amabilidad. Su palabra, siempre llena de Evangelio y su mirada, limpia y generosa, era un reflejo de su gran corazón. Los días que pasé en La Oliva descubrí en el abad Isaac, (que me acogió con afecto y solicitud), un hombre apasionado por Dios, un monje que amaba la belleza del Evangelio y que desprendía paz y gozo pascual.

El P. Isaac Totorika amaba a todos y sin condiciones, sin juzgar, sin condenar, acogiendo con amor a todos los que se acercaban a él. Y es que sin poseer nada ni a nadie, estaba seguro que Dios era su único tesoro. Su trayectoria era la de un hombre que hizo de su vida un camino de profecía, ya que en su día a día, nos enseñaba que lo que parece imposible, puede ser posible. Su servicio abacial en La Oliva y antes como superior en Zenarruza, estuvo marcado por una esperanza libre de miedos, una esperanza confiada y llena de sentido. Como abad, ayudó a la comunidad de La Oliva, a “caminar en el Espíritu y a vivir de la fe”, como decía San Bernardo, con su silencio fecundo, abierto a Dios y a los demás. 

Con su vida, el abad, Isaac Totorica, que nos dejó cuando solo contaba 59 años, nos ha enseñado no solo a dejar de lado aquel individualismo y aquella mezquindad que nos aísla y nos hace estériles, sino sobretodo a estar atentos a las necesidades del hermano, y más si cabe, del hermano que sufre. Y es que el abad Isaac, sensible a las necesidades de los hermanos, nos ha mostrado que nunca hemos de  pasar de largo ante las fragilidades y el dolor de los más débiles. Él ha supo, como pide San Benito al abad, curar las heridas de los que están al margen del camino, enjugar las lágrimas de los que lloran y acoger a los que tienen el corazón roto por tantos miedos.  

Con su ejemplo, el abad Isaac Totorica nos enseñó a estar atentos a las necesidades del hermano, y más si cabe, del hermano que sufre

Fue el 1.150 cuando La Oliva recibió carta oficial de ciudadanía por parte del Capítulo General de Císter, que corroboraría enseguida el papa, también cisterciense, Eugenio I. La presencia orante de los monjes de La Oliva se interrumpió con la desamortización de Mendizábal en 1.835. Y fue el 23 de mayo de 1.927 cuando los monjes pudieron volver de nuevo para restaurar la vida monástica en este monasterio. Como determinan sus Constituciones y Estatutos, la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia “es un Instituto Monástico de vida íntegramente ordenado a la contemplación. Por eso los monjes se dedican al culto divino, según la Regla de San Benito dentro del recinto del monasterio”. Es en la soledad y en el silencio, “en oración constante y gozosa penitencia”, que estos hombres “ofrecen a la divina majestad un servicio humilde y digno a la vez, observando la vida monástica”. Es por eso que el monasterio, que es “escuela del servicio divino”, hace posible que Cristo se forme en los “corazones de los hermanos mediante la liturgia, la enseñanza del Abad y la vida fraterna”.     

El estilo de vida que el abad Isaac imprimió en los monjes de La Oliva, fue un estilo sencillo y frugal, alegre y fraterno. Y él enseñó a los monjes, más con sus obras que con las palabras, a vivir en actitud de vigilia y a ser hombres de oración, hombres sin una doble cara, hombres con un corazón limpio y confiado. 

Él, a lo largo de su vida, dio muestras de humildad en las relaciones y de sensibilidad con los que pasaban a su lado. Él nos enseñó que es posible en nuestro tiempo vivir el Evangelio con radicalidad, ya que alejados de toda superficialidad, los monjes hemos de hundir nuestras vidas en la Palabra de Dios y en el servicio a los hermanos. 

Isaac Tototika, siempre sirviendo a los hermanos.
Isaac Tototika, siempre sirviendo a los hermanos.

El abad Isaac recorrió un camino que no pasaba por la intransigencia ni por el rigorismo, sino que fiel a su propia vocación, y con la “humanitas” característica de la Regla de San Benito, fue testigo de misericordia para tanta gente que vive en el sufrimiento. El abad Isaac fue maestro de compasión para los que vivían desgarrados por el dolor, artesano de consuelo para los desconsolados y centinela de alegría y de esperanza para los tristes. 

Nacido en Ermua, ingresó en La Oliva en 1993. Un año después se trasladó al monasterio de Zenarruza, donde en 1995 hizo la profesión temporal y en 1998, la solemne. Fue ordenado presbítero en 2007 y siendo superior de Zenarruza, fue elegido abad de La Oliva. El 30 de diciembre de 2010, día que Isaac Totorika recibió la bendición abacial, el nuevo abad de La Oliva decía que le sabía mal dejar Zenarruza y que había aceptado el abadiato como una decisión que le había “hecho crecer espiritualmente” y que les sirvió “para pegar un tirón en mi relación con el Señor”. Por eso afirmaba que llegaba a La Oliva “con alegría”.

El abad Isaac guió a la comunidad con sabiduría y humildad, enseñando a los monjes que es posible (e incluso necesario y más en este tiempo), vivir con sobriedad y frugalidad, compartiendo con los hermanos los bienes espirituales y materiales, en el gozo de construir una comunidad basada en la reconciliación y en la esperanza. El abad Isaac era un monje que, en un mundo con tantos recelos y desconfianzas, sabía comprender al hermano, sin juzgarlo ni condenarlo, aceptándolo como era. Con su vida, el abad Isaac nos enseñó que es posible tejer unas relaciones fraternas, sanas y acogedoras, alejadas de tensiones y de exclusiones. 

Dios, que es Padre de amor, ya lo habrá acogido en su seno, ya que el abad Isaac siempre fue un servidor fiel y prudente.

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