"No le interesaba tanto que Prevost hiciera una gran tesis como que le hiciera crecer como persona", dice Jesús Espeja Lo que León XIV aprendió del asturiano Pepito Castaño, el dominico que dirigió su tesis

El P. José Castaño, que llegó a Roma como estudiante de doctorado en Derecho Canónico en 1955 tras profesar en la Orden de Predicadores en 1947, fue también decano de Derecho Canónico en el Angelicum antes de ser su rector
"No le interesaba tanto que el joven Prevost hiciera una tesis fenomenal cuanto que supusiera también un crecimiento de la persona del propio estudiante, del propio Prevost”
"Por lo que yo percibo del Papa en sus discursos, este hombre está viviendo una experiencia mística en la línea de san Agustín, pero no va a ser un hombre sordo y de cara a la galería. ¡Qué va! Va a ser un hombre que infundirá en la Iglesia paz, confianza y, sobre todo, preocupación por lo esencial, que es que no tomemos la fe como una creencia, sino como experiencia de vida”, resume finalmente Jesús Espeja
"Por lo que yo percibo del Papa en sus discursos, este hombre está viviendo una experiencia mística en la línea de san Agustín, pero no va a ser un hombre sordo y de cara a la galería. ¡Qué va! Va a ser un hombre que infundirá en la Iglesia paz, confianza y, sobre todo, preocupación por lo esencial, que es que no tomemos la fe como una creencia, sino como experiencia de vida”, resume finalmente Jesús Espeja
El dominico langreano Pepito Fernández Castaño fue, allá en la década de los años 80 del siglo pasado, el director de la tesis de un joven agustino que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en el papa León XIV. Reputado estudioso de la Vida Consagrada, aunque su especialización le llevó por los derroteros del Derecho Canónico, donde fue considerado una auténtica eminencia, este religioso fallecido en el año 2005, de vuelta a su Asturias natal, fue orientando a aquel joven Robert Prevost en el arte del gobierno de las comunidades religiosas, que acabaría cuajando en la tesis doctoral sobre el papel de los priores en el gobierno de las comunidades agustinianas.
Esa obra se ha convertido en una de las más buscadas en las últimas semanas, a modo de ‘oráculo’ al que acuden quienes hoy quieren encontrar entre sus páginas pistas de cómo puede aplicar aquellas enseñanzas el hoy papa Prevost para el gobierno de la Iglesia universal. Pero, ¿cuánto de lo vertido en esa tesis doctoral rezuma directamente de la forma de ser Iglesia y ser religioso de quien fue su maestro, el P. Castaño, durante ocho años rector de la Universidad Pontificia Santo Tomás de Aquino, en Roma? ¿Qué de las enseñanzas de este catedrático de Derecho Canónico y laureado por su orden dominicana con el título más importante que concede, el de Maestro en Sagrada Teología, han sido asimiladas por el hoy sucesor de Pedro?
Entre algunas de esas posibles características, quien fue un gran amigo del P. Castaño, el también insigne dominico Jesús Espeja, ve claramente dos aspectos. “Primero, el papa Prevost tiene una inspiración teologal extraordinaria, porque se le ve que desde los primeros discursos ha bebido en San Agustín. Y creo que es consciente de que la crisis fundamental de la Iglesia, hoy, es de fe, pero no una fe como creencia, sino de la fe como experiencia cristiana. Creo que esto lo vivía Castaño también”.
“Y, segundo -añade Espeja-, yo veía que en Pepito Fernández Castaño había un humanismo tremendo a la hora de tratar los asuntos. No era un hombre de líos. Era un hombre más bien cauto, que no cometía imprudencia alguna, que quería caminar en paz, pero al mismo tiempo abriendo camino, no imponiéndose, sino promoviendo a las personas. Así lo hacía con los estudiantes”, recuerda el dominico.

“Pepito Castaño era un hombre muy humano, muy cercano, muy trabajador, con mucho sentido común, muy humanista, y al mismo tiempo, un buen profesor de Derecho Canónico, de esos pocos que se encuentran con sentido común, ¿sabes?, no un leguleyo como hay muchos”, describe de manera muy gráfica el también teólogo.
“Pepito Castaño conocía a la perfección el Derecho Canónico. Pero él no era uno de esos canonistas clásicos”, aclara raudo el P. Espeja. “No, no, era otra cosa, completamente distinta, muy preocupado por la espiritualidad y, ciertamente en el libro que escribió sobre la vida religiosa, se le ve ese matiz humano al mismo tiempo que la perspectiva de alguien que conoce las leyes”.

“Seguramente el joven Prevost gozó de esa cercanía cuando Castaño le dirigió tesis, porque no era un hombre lejano, era un hombre muy cercano, muy humano”, subraya el dominico, quien se atreve a apuntar algunas características de su amigo en el Papa, tal vez fruto de aquella relación entre maestro y discípulo.
“Castaño era un hombre paciente, observador, cercano y que no escurría los problemas. Y yo percibo esa unión entre la dimensión humanista y teologal con la legislación. Es decir, creo que hay una impronta en el papa León XIV que es teologal. Mi amigo no era un hombre soberbio, ni quería dominar, no, era otra cosa distinta. Era un compañero que buscaba soluciones, pero que tampoco se imponía por la fuerza en la formación”, apunta Espeja.
"Eso tuvo que percibirlo Prevost"
“Recuerdo también que no tomaba decisiones drásticas y que, sin embargo, influía en los estudiantes para que ellos crecieran por sí mismos. Eso seguramente tuvo que percibirlo Prevost en aquella época en que dirigía su tesis. Así que no le interesaba tanto que el joven Prevost hiciera una tesis fenomenal cuanto que supusiera también un crecimiento de la persona del propio estudiante, del propio Prevost”.
“Y, por lo que yo percibo del Papa en sus discursos, este hombre está viviendo una experiencia mística en la línea de san Agustín, pero no va a ser un hombre sordo y de cara a la galería. ¡Qué va! Va a ser un hombre que infundirá en la Iglesia paz, confianza y, sobre todo, preocupación por lo esencial, que es que no tomemos la fe como una creencia, sino como experiencia de vida”, resume finalmente Jesús Espeja.

El P. José Fernández Castaño, que llegó a Roma como estudiante de doctorado en Derecho Canónico en 1955 tras profesar en la Orden de Predicadores en 1947, fue también decano de Derecho Canónico en el Angelicum antes de ser su rector. Fue juez del Tribunal Eclesiástico de la Ciudad del Vaticano y profesor de la Escuela Diplomática del Vaticano, así como consultor de distintas congregaciones romanas.
Participó en los trabajos de la comisión que renovó el Derecho Canónico en el Concilio Vaticano II y del Consejo para la interpretación de los textos legislativos de la Iglesia y, en 1989, el presidente francés François Mitterand lo condecoró como Oficial de la Orden Nacional del Mérito.
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