"La vida consagrada es una relación" dice la consagrada De la colina de Taizé a las calles de Zambia: Francesca 'corre' para dar a conocer el Evangelio

Desde la colina de Taizé hasta las polvorientas calles de Zambia, la historia de Francesca Villanova, Pequeña Apóstol de la Caridad, es una historia de vocación, esperanza y servicio. También el running, su gran pasión, se convierte en una forma de evangelizar
"He encontrado más gente a la que catequizar corriendo que en la catequesis"
| Fabio Colagrande y Benedetta Capelli
(Vatican News).-Desde la terraza de la casa de los voluntarios de Chipata, en Zambia, la voz de Francesca Villanova llega clara y serena.
"La vida consagrada es una relación. Una de esas relaciones plenas, en las que dices: qué bonito es estar con esa persona"
Esa persona, para ella, es Cristo. «No es una moral o una ética, sino una relación con mayúscula», explica en el nuevo episodio de «Specchi», el podcast de Radio Vaticana - Vatican News que cuenta cómo la esperanza jubilar se refleja en la vida cotidiana.
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Ese episodio se inscribe en el Jubileo de la Vida Consagrada, que comenzó este 8 de octubre, y se prolongará hasta el día 12, concluyendo con el de la Espiritualidad Mariana.

Una vocación nacida del enamoramiento
Francesca, de 55 años, originaria de Sernaglia della Battaglia, en la región italiana del Véneto, es una Pequeña Apóstol de la Caridad. Desde hace un año vive en Chipata, donde trabaja como enfermera junto a madres y niños discapacitados en el centro Insieme con i bambini (Juntos con los niños).
"Les damos la posibilidad de ir a la escuela, a la iglesia, de vivir. Es un trabajo que no cambiaría por nada del mundo, porque me permite permanecer en relación profunda"
Su vocación maduró lentamente. Mientras estudiaba veterinaria en Bolonia, vivió una historia de amor con un chico, Fabio.
"Lo quería y lo sigo queriendo, pero enamorarme marcó la diferencia. Caí rendida cuando sentí la llamada"
De Taizé a África, pasando por la fraternidad
Esa llamada se remonta a su experiencia en Taizé, a los 17 años:
"Allí encontré a Cristo, sin darme cuenta. Fue la primera etapa de un camino juntos"
Tras una experiencia en Lourdes con las personas discapacitadas de La Nostra Famiglia (Nuestra familia), Francesca descubre el carisma de las Pequeñas Apóstoles de la Caridad, inspiradas por el beato Luigi Monza. Entra en la comunidad y lo deja todo. No fue una transición fácil:
"Mi madre me puso trabas durante un mes, una hermana no me habló durante un año"
Luego, una señal inesperada: «Antes de partir, mi hermana Pía, la más reticente, me regaló un marcapáginas con la inscripción: «Ve donde te lleve el corazón». Fue la grieta que abrió el muro».

Signos concretos de esperanza
Hoy Francesca vive la consagración secular «sin signos externos», inmersa en la vida cotidiana y en el mundo. Parece querer decirnos que es en la normalidad donde se puede dar testimonio de Dios. Su misión en África es un testimonio concreto que encaja perfectamente en el contexto del Jubileo de la Esperanza.
"Mi presencia aquí también puede ser un signo de esperanza, porque no solo soy yo quien ayuda, sino que son ellos quienes me ayudan a mí"
Cada encuentro, cada silla de ruedas donada, cada sonrisa devuelta se convierte para ella en un fragmento del Evangelio vivido.
"Siempre he encontrado en estas historias mucha esperanza y mucha vida. Nada es imposible, nada está perdido"
Correr para anunciar el Evangelio
Su pasión por correr se convierte también en un instrumento de relación y anuncio: «He encontrado más gente a la que catequizar corriendo que en la catequesis. Nos hacemos amigos en el esfuerzo de subir y bajar cuestas, una alegoría de la vida que funciona muy bien, y nos enfrentamos e intercambiamos también esos esfuerzos que luego, en la vida, al ser dos, se vuelven menos pesados». Francesca mira hacia adelante con confianza.
"He vivido historias sin final feliz, pero después del final infeliz siempre ha habido mucha vida. La vida que nos prometió Cristo es abundante, exuberante, plena"
Así, su voz, desde el corazón de África, devuelve al mundo el rostro más luminoso de la vida consagrada: un don cotidiano, hecho de cercanía, esperanza y amor que no conoce fronteras.
