Dejémonos zarandear un poco más… El fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo

Espíritu Santo
Espíritu Santo

"Alguien ha dicho que el Espíritu Santo es la persona más humilde de la Santísima Trinidad. Le reconocemos por sus efectos. Se esconde tras ello"

"Sin el Espíritu todo se torna seco, rígido, aplastante, deshumanizante. Lo mejor: los mandamientos, la Iglesia, los sacramentos... acaba convirtiéndose en lo peor: esclavitud, institución, rito vacío y compulsivo"

"Por eso, Dios nos conceda entender que debemos empezar por lo primero: abrirnos al Espíritu en nuestra vida, adquirir el Espíritu. Y para eso oremos, leamos su Palabra, obramos según él"

Serafín de Sarov afirmaba que el fin último de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo. Todo lo demás son prolegómenos.

Alguien ha dicho que el Espíritu Santo es la persona más humilde de la Santísima Trinidad. De Él ni tan siquiera conocemos el nombre porque toda la Trinidad es espíritu y toda la Trinidad es santa. Le reconocemos por sus efectos. Se esconde tras ellos. No le interesa ser reconocido porque está en función de Cristo y del Padre: “tomará de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío”. (Jn 14, 16)

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Si el Verbo, por su kénosis, dejó su rango y se hizo uno de nosotros; el Espíritu, también por su kénosis, pues ha sido enviado al mundo, viene hasta nosotros para modelarnos y divinizarnos. Todo es humildad, abajamiento, ser en función de otros, porque todo es Amor humilde. Por eso pudo decir San Agustín que de la misma forma que la Biblia dice de Dios que es amor, podía decir que Dios es humildad. Es la misma cosa. De ahí que la soberbia nos aleje tanto de Dios.

Dios es mando, Dios es humilde, Dios es amor

Hablar del Espíritu no es fácil. Sobre él me viene a la mente lo que S. Bernardo decía de María: "No hay cosa que tanto me agrade y me aterre como hablar de la gloria de la virgen Madre. Cuando intentamos decir algo de ella, sentimos que resulta inefable; y lo poco que decimos no agrada, ni gusta, ni satisface".

El Espíritu se da a todo cristiano en el bautismo y en los demás sacramentos. Pero también, nada hay que se mueva en la vida espiritual sin el Espíritu. Aunque nada hay más discreto, hasta el anonimato absoluto. Todo él es nuestra vida, nuestro camino hacia Dios, nuestra verdad.

Es nuestro segundo Paráclito, otro que está a nuestro lado, porque el primero es Jesús. Con estos buenos bastones el camino va seguro, nadie nos sacará de él, no podemos caer.

¡Todo Dios en nuestra ayuda! ¡Y por siempre! Estamos inundados de claridad, de gracia, de fiesta. Como decía San Atanasio: la vida del cristiano es una fiesta diaria por la resurrección de Jesús. Y el don del Resucitado es el Espíritu.

La fe es un don del Espíritu porque “nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ si no es movido por él” (1Cor 12,3). La garantía de nuestra esperanza es Él, el amor con que podemos amar nos viene de Él, ya que “la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).

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No se trata de orar de vez en cuando al Espíritu sino de estar siempre con Él, huésped perpetuo del alma.

Son tantas las promesas que tenemos y a cada cuál más asombrosa que toda la vida no basta para comprenderlas y amarlas.

Esto es de lo que vivimos. Sin esto todo se hace árido, no tiene vida, todo es estopa en la boca. La vida cristiana no puede empezar por una serie de preceptos a cumplir, sino por un constante recuerdo de las promesas de Dios cumplidas. Sin el Espíritu todo se torna seco, rígido, aplastante, deshumanizante. Lo mejor: los mandamientos, la Iglesia, los sacramentos... acaba convirtiéndose en lo peor: esclavitud, institución, rito vacío y compulsivo. Por eso, Dios nos conceda entender que debemos empezar por lo primero: abrirnos al Espíritu en nuestra vida, adquirir el Espíritu. Y para eso oremos, leamos su Palabra, obramos según él.

Todo el que ha nacido del Espíritu es como el viento, no sabes de dónde viene ni a dónde va, dice Jesús (Jn 3,8). Dejémonos zarandear un poco más por el Espíritu, dejemos tantas seguridades, perdamos el miedo a ser llevados, a vivir más libres de ataduras, sobre todo de la del pecado. Cada día oteemos el horizonte para seguir el rastro del Espíritu. Ambulantes como Jesús.

EL ESPÍRITU SANTO, “SOPLO” DE JESÚS – Parroquia de Santo Domingo de Guzmán

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