Esta es la Iglesia que yo sueño.

“No es una iglesia que, por mantenerse fiel al Señor y bajo el impulso del Espíritu, tenga que renunciar a las realidades de la tierra.   Eso sería una desencarnación. Eso sí sería opio del pueblo. Eso sí sería una religiosidad alienante. Y, por desgracia, hay muchos que piensan todavía en una piedad así, sin compromiso. Pero sepamos equilibrar este pueblo.  Sobre todo, este pueblo nuestro, tan angustiado, tan problematizado, tan necesitado de reivindicaciones justas, tiene que encontrar, en el fermento del Evangelio y de sus cristianos, la fuerza que lo transforme. Pero lo transformará el cristiano que se mete en política en la medida en que sea fiel al Señor y se mantenga bajo el impulso del Espíritu Santo. En su propia vocación, cada hombre tiene que ser un mensajero del Espíritu y del Señor para trasformar la sociedad en que vive.”

Monseñor Romero tenía un sueño acerca de la Iglesia, acerca de como debería ser la Iglesia para responder al testimonio de Jesús y las exigencias del Reino de Dios: una Iglesia cuyos miembros sean “mensajeros del Espíritu y del Señor para transformar la sociedad en que vive”.  De ahí sus homilías como catequesis dominical para formar cada vez a las mujeres y los hombres.  De ahí su propio ejemplo acompañando al pueblo en su calvario, en sus dolores, sus tristezas y sus esperanzas, siendo pastor fiel. 

En las iglesias se vive constantemente las grandes tentaciones de encerrarse en lo religioso, en lo litúrgico, en lo piadoso, en lo tradicional religioso-cultural, o en los cultos diarios (hasta con altoparlantes en las calles y colonias), pensando que así se está viviendo el cristianismo como Jesús lo ha iniciado. Monseñor no duda en decir “Eso sí sería opio del pueblo”. Es una total desencarnación, mientras en el gran misterio divino vemos que se trata de la encarnación en la realidad histórica y humana.  Cuando las religiones se hacen grandes negocios, cuando los mensajes religiosos se hacen fundamentalistas, racistas, homofobios, excluyentes, cuando las Iglesias se identifican en sus espacios religiosos con la presencia del Reino de Dios, entonces estamos en la pudrición religiosa, en la traición evangélica, en herejías opuestas al Evangelio de Jesús.   No es de extrañar que mucha gente abandona las iglesias cuando éstas se han desviado y las personas están tomando conciencia de lo que está sucediendo.

Monseñor hace una llamada fuerte a las y los cristianos a asumir su misión política para la transformación de la sociedad, para arrancar de raíz los sistemas injustos, para ir construyendo nuevas estructuras que sostienen y generan vida para las mayorías del pueblo. Pero a la vez Monseñor advierte que no caigamos en las trampas de la idolatría de la ideología, ni de la organización, y exige que “seamos fieles al Señor y nos mantengamos bajo el impulso del Espíritu Santo”.  Quizás es uno de los fracasos de las iglesias, también en nuestro tiempo, que en el actuar de las y los políticos ni se observa quienes son cristianos/as y quienes no, no son transparentes a la vida de Jesús, ni viven bajo el Impulso del Espíritu.  Intereses personales y lealtades partidarias e ideológicas se imponen sobre  una vida evangélica testimonial en hechos y en palabras.  En América Latina terminar el discurso político y gubernamental con referencias a la bendición de Dios, solo sirve para echar una salsita religiosa sobre intereses particulares.

La Iglesia soñada por Monseñor Romero es una Iglesia con permanente interacción entre la dimensión religiosa y las dimensiones política, económica y  social, una Iglesia que sea de verdad fermento de una vida diferente (solidaria, fraterna, justa, misericordiosa), una Iglesia que sigue a Jesús de Nazareth, que sabe discernir – desde las y los pobres – los signos del Reino de Dios, una Iglesia que se deja transformar por el Espíritu Santo para transformar la realidad histórica. 

Monseñor sufrió también porque estaba consciente que “por desgracia, hay muchos que piensan todavía en una piedad así, sin compromiso”.  Son grandes retos para todo el trabajo pastoral, para los procesos en las catequesis y las escuelas dominicales, para las predicaciones, para la evangelización, para las reflexiones críticas  en cada comunidad cristiana.  La dimensión evangélica de la vida entrelaza la dimensión religiosa y la dimensión socio-política.  Dios nos habla desde la realidad (de las y los pobres y demás excluidos/as).  Dios nos habla en la reunión, en la reflexión en el intercambio de la comunidad. Dios nos habla en la celebración de fe.  Siempre nos convoca a vivir y actuar como lo hizo Jesús.

Recordemos como lo soñó el profeta Miqueas (6,8): “Ya se te ha dicho, hombre y mujer, lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan solo que practiques las justicia, que ames con ternura y te portes humildemente con tu Dios.”  No tengamos miedo. Confiemos en la presencia liberadora del Dios de Jesús.

Reflexión revisada para el 5to domingo de Pascua 28 de abril de 2024.  (Reflexión originalmente escrita  para el domingo 2 de mayo de 2021)  Cita tomada de laHomilía del 5to Domingo de Pascua, 13 de mayo de 1979.  Homilías de Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV, ciclo B,  UCA editores, p. 446

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