Solo la justicia puede ser la raíz de la paz.

Este domingo Monseñor Romero concluye su homilía con la presentación de actividades pastorales en la arquidiócesis  y con la lectura profética de los hechos nacionales más importantes en el país. Cierra su homilía diciendo:  “Esta es, pues, queridos hermanos, la diócesis y el marco histórico y concreto con que saludamos llenos de esperanza a ese pontífice, que sin duda se da cuenta de todo esto. El no es una espiritualidad desencarnada.  Me alegro mucho de tener un Papa encarnado en la realidad de nuestro mundo obrero, en la sencillez de convivir con el pueblo.  Esto es lo que queremos; pastores que como el Papa – y los últimos Papas han sido ejemplo de esto – nos invitan a comprender cómo el Evangelio, la espiritualidad del pueblo de Dios no puede prescindir de estos marcos concetos al que estamos llamados todos, ricos y pobres, a dar unas soluciones eficaces.   La Iglesia no tienen un afán {….}[1]  por denunciar. ¡Yo soy el que siento, más que todos, la repugnancia de estar diciendo estas cosas!  Pero siento que es mi deber, que no es una espectacularidad, sino que simplemente una verdad. Y la verdad es la que  tenemos que ver con los ojos bien abiertos y los pies bien puestos en la tierra, pero el corazón bien lleno de Evangelio y de Dios, para buscarle soluciones, no a inmediatismos violentos y tontos y crueles y criminales, sino la solución de la justicia. Solo la justicia puede ser la raíz de la paz.  Así sea.”

Monseñor Romero nos recuerda la importancia de una espiritualidad encarnada en la realidad histórica que viven los pueblos.  Se alegra al ver que el nuevo Papa (Juan Pablo I) representa una Iglesia “encarnada en la realidad de nuestro mundo obrero, en la sencillez de convivir con el pueblo”.    Siempre recalca que el quehacer de la Iglesia necesita ese marco histórico, el contexto histórico que vive el pueblo.   Pero para poder actuar así se necesita la capacidad evangélica para poder “discernir” la verdad de los hechos y poder ver más allá de los meros acontecimientos o sucesos.  

Para eso Monseñor da tres indicaciones: “ ver con los ojos bien abiertos y los pies bien puestos en la tierra, pero el corazón bien lleno de Evangelio y de Dios”.   Un primer comentario al respecto es que Monseñor nos advierte (quizás indirectamente) de no ponerlos los lentes ideológicos o partidarios.  Quienes ponen esos lentes idealizan y engrandecen lo propio, cierran los ojos ante los fracasos y abusos, y frente a todo lo que prometieron y no cumplen, y al otro lado ridiculizan las acciones y aportes de sus adversarios (políticos, ideológicos). La destrucción de los adversarios parece la estrategia principal, sea con mecanismos legales o ilegales,  con represión y si es “conveniente” con armas.  En los países centroamericanos (que más conocemos) es lo que se acostumbra.   Monseñor hace ejercicios de discernimiento bien diferentes.  Parte de abrir bien los ojos en la convivencia con el pueblo y de escuchar al pueblo.  Esto puede significar el estar con “ los pies bien puestos en al tierra”.   Los que están en el poder y los que perdieron el poder y quieren estar en el poder, muy poco o nada conviven con el pueblo.  En tiempos preelectorales se acercan a zonas empobrecidas para volver a prometer el cielo sobre la tierra, pero no saben escuchar al pueblo. 

El arzobispo añade otro criterio de discernimiento, muy importante para él:  “el corazón bien lleno de Evangelio y de Dios”.  En primer lugar hay que desenmascarar a aquellos líderes políticos (en el poder o en la oposición) que quieren manejar (manipular) el tema religioso (cristiano) y hasta a aquellos que se consideran los intérpretes auténticos de la Biblia y de la misión de la Iglesia.  Esos no tiene el corazón bien lleno de Evangelio, ni del Dios de Jesús.  Su corazón está lleno de los dioses del poder y de la riqueza y su verdad proviene de su ideología que justifica todo lo que hacen y deshacen.  Para que las y los miembros de la Iglesia puedan discernir según el Evangelio de Jesús, tienen que estar cerca del pueblo, escuchar los gritos de las y los pobres, tocar sus heridas y confrontar todo eso con la voz de Dios en la conciencia en el espejo del Evangelio.   Nadie es dueño del Evangelio, ni de Dios.  A  todos y todas nos toca abrirnos con sinceridad y dejarnos cuestionar antes de discernir sobre la realidad histórica.   Sin una vida de oración (en tiempos de silencio, “en la montaña”, de noche o de madrugada, como nos testimonian los Evangelios) seremos incapaces de abrirnos al Espíritu y de discernir a partir de las luces del Evangelio.    

Luego nos dice Monseñor Romero que a partir de ese discernimiento evangélico (alejado de todo poder) la Iglesia debe asumir la misión profética de la denuncia de todo lo que va en contra del Reino de Dios.  No es nada agradable estar denunciando públicamente el pecado en la historia de un pueblo.  Aclara que no anda buscando teatro o “espectacularidad”, sino quiere ser testigo de la verdad de Dios.  El objetivo de la denuncia es abrir caminos de solución a los graves conflictos.  Sabe muy bien que quienes defienden sus poder y su riqueza, así como quienes se organizan para derrocar ese poder, caen fácilmente en lo que llama “inmediatismos violentos y tontos y crueles y criminales”.  Constantemente hace llamadas recordando que la solución de los graves problemas solo vendrán de la justicia (social, económica, política) en el país.    “Solo la justicia puede ser la raíz de la paz”.  

La raíz de la violencia social que El Salvador ha vivido a partir de los Acuerdos de fin de guerra está en la estructura económica injusta que solo enriquece a pocos (en el país y en el centro del capitalismo) y empobrece a las mayorías. Mientras no se busca soluciones verdaderas cambiando esa injusticia estructural, ninguna otra medida llevará a soluciones duraderas.  Encarcelar a 70,000 personas acusadas de ser miembros de pandillas violentas y criminales, no llevará a un futuro mejor si lo prioritario y lo estratégico no es una nueva estructura económica, inversión en creación de trabajo en la ciudad y en el campo, trabajo y salario que permita vivir dignamente, sistema de impuesto que garantice una redistribución justa de la riqueza generada,  impuestos altos sobre todo lujo (para minorías), priorizar transporte colectivo de calidad en vez de promover vehículos particulares,…  Para dar unas pautas a pensar.    Sabemos que la conversión de los ricos (inversionistas, propietarios de empresas,…) es muy difícil, porque su dios es su dinero y su poder.  Sin embargo sería bueno que escuchen lo que Monseñor Romero les ha sugerido: quítense los anillos, antes que les pueden quitar la mano.  

La paz no es la ausencia de guerra, ni ausencia de violencia social.  La paz es fruto de la justicia en todas las estructuras de la sociedad y en el corazón de cada quien. Actuar con justicia es mucho más amplio que actuar según la ley (las leyes no siempre son justas y muchas veces muerden solamente a “los descalzos”).   La comunidad eclesial tendría que ser experta en vivencia y promoción de la justicia, tanto a su interior como en su alrededor.  Cada creyente tiene la responsabilidad evangélica de ser testigo y promotor de justicia, en su trabajo, en su organización,….  No tengamos miedo.

Reflexión para domingo 27 de agosto de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del 21 domingo ordinario, ciclo A , del 27 de agosto de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p. 210

[1] Interrupción de la reproducción magnetofónica de la homilía.  En algunas publicaciones de esta cita se incluye lo que se piensa que Monseñor ha dicho “La Iglesia no tiene un afán, una pretensión de estar aquí solo hablando por denunciar”.

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