Ustedes pueden hacer tan felices a nuestro pueblo.

“Sí, queridos hermanos, desde el Señor Presidente hasta los policías, (…)  sean gobierno de esperanza, sean cuerpo de seguridad, sean hombres del orden, sean verdaderamente instrumentos de Dios para la liberación de nuestro pueblo.  No usemos, queridos capitalistas, la idolatría del dinero, el poder del dinero para explotar al hombre más pobre. Ustedes pueden hacer tan felices a nuestro pueblo si hubiera un poquito de amor en sus corazones. ¡Qué instrumentos de Dios serían ustedes con sus arcas llenas de dinero, con sus cuentas bancarias, con sus fincas, con sus terrenos, si no los usaran para el egoísmo, sino para hacer feliz a este pueblo tan hambriento, tan necesitado tan desnutrido. *[1]

Esto no es demagogia para arranca aplausos. Es que el pueblo siente y ama. (…)  Nuestro pueblo salvadoreño no está hecho para el odio; está hecho para la colaboración, para el amor, y quiere encontrar fraternidad en todos los sectores que constituimos un pueblo tan bendecido por Dios, que ha recibido de Dios bienes tan abundantes, pero que se hacen causa de tanta tristeza por la mala distribución, por el pecado de los hombres. (…)

Y yo quisiera que todos los que a través de la radio oyen – no como políticos ni como curiosos ni perseguidores ,sino como católicos que están tratando de aprender el mensaje de su pastor, para orientarse en la construcción de la verdadera Iglesia – nos decidiéramos, queridos católicos, a hacer de nuestra Iglesia el verdadera pueblo de Dios, antorcha luminosa que ilumine los caminos de la patria, fuerza de salvación para todo nuestro pueblo. Seamos Iglesia.”

Mons. Romero hace una llamada a quienes tienen mayores responsabilidades frente al desarrollo del pueblo, la satisfacción de sus necesidades, sus perspectivas de calidad de vida: los gobernantes, administradores públicos, cuerpos de seguridad, familias con muchos recursos.  La llamada es: sean gobierno de esperanza, hagan feliz a nuestro pueblo. “sean verdaderamente instrumentos de Dios para la liberación de nuestro pueblo”.    Pero para ser esos instrumentos de liberación es necesario que reconozcan que el pueblo está “tan hambriento, tan necesitado tan desnutrido”.    No es que no hay recursos disponibles.  La mala distribución de esos recursos aparece como problema de fondo, como el pecado estructural: los ricos se hacen más ricos, los gobernantes se enriquecen y las mayorías del pueblo sufren hambre, viven en miseria, pierden la esperanza.   A los grandes responsables les pide que ya no usen sus bienes con objetivos egoístas, que no adoren a su dios-dinero, que hagan feliz al pueblo pobre.  Solo así serán esos instrumentos de Dios para la liberación del pueblo.

La dura realidad histórica es que los dioses del poder y del dinero parecen exigir obediencia ciega: quienes los adoran viven en un mundo cerrado,  ya no deben escuchar, ya no deben ver.  Jesús ya había hecho su valoración sobre quienes se han impregnado de poder y lujos.  Ya no viven en la realidad histórica (con la gran mayoría del pueblo viviendo en miseria), sino en la burbuja de su mundo.  Ahí hay otra lógica.   Esto vale para personas individuales y sus familiares directos, pero también para quienes manejan el poder político, económico y militar de las naciones.   Quienes – quizás con las intenciones más nobles – entran en las estructuras (para-) estatales son seducidos a adorar esos dioses. En un proceso (a veces lento) son llevados a vivir desde las alturas, desde privilegios, desde ofertas hacia emborracharse de poder vinculado a riquezas sin fin.   Muy pocos son capaces de resistir esas tentaciones tan atractivas y privilegiadas.  Quiénes sienten el poder en su paladar difícilmente son capaces de fortalecer su potencialidad para hacer el bien y servir a los demás.   “Necesitamos líderes que no estén enamorados del dinero, sino de la justicia, que no estén enamorados de la publicidad sino de la humanidad”, dijo Martin Luther King.

Lo que vale para quienes están arriba en el poder viviendo en lujos, vale en cierta medida para cada uno de nosotros, en niveles más reducidos.   “Siempre hay familias más pobres que la nuestras”.  Y todos corremos el riesgo de encerrarnos en nuestra burbuja de pequeños poderes, pequeñas riquezas.  Ese encierro nos ciega y ensordece hacia la vida de quienes se enfrentan con más dificultades.  Para todos nosotros vale la llamada de Monseñor Romero de ser “verdaderamente instrumentos de Dios para la liberación de nuestro pueblo”.  Esto nos exige no caer en las tentaciones de las comodidades logradas.  Debemos tomar la decisión de no bajar de perfil nuestros sentimientos éticos.  Debemos creer que con pasos pequeños hacia un futuro nuevo (la liberación de nuestro pueblo) seremos capaces de rebelarnos contra esos dioses falsos.

“Se trata de vivir simplemente en un mundo complicado y hostil, de ser justos en medio de la injusticia, honestos en medio de la corrupción, compasivos en medio de la indiferencia, alegre en medio de la tristeza.   Tenemos que estar seguros que somos el resultado de nuestros propios actos y de nuestras omisiones, porque sólo el presente nos pertenece y obedece a nuestras propias decisiones. Decidamos vaciar nuestras mentes de todo lo que no construye la verdad, la justicia y la fraternidad. Pongámonos a vaciar también nuestra casa de todo lo que no favorece la comunión, la participación y la acogida. Organicemos el encuentro, la unión, la organización entre vecinos y compañeros de trabajo. Capacitémonos para crecer de manera integral individual y colectivamente. Hagámonos responsables de nuestra convivencia local y nacional para que sea más armoniosa. Seamos unos creyentes que despiertan a la espiritualidad que necesita nuestro tiempo y que ha comenzado a desplegar la nueva generación lejos de los tradicionalismos que nos paralizan. No se trata de esperar que otros lo hagan o comiencen primero, sino empezar ya nosotros mismos. Cosecharemos lo que sembramos, pero necesitamos la paciencia y la tenacidad del campesino que remueve la tierra, la cuida, la riega, combate las malas hierbas y acompaña la indispensable maduración. Se trata de pasar de ‘lo mío’ a ‘lo nuestro’ para hermanarnos entre todos. Todo eso lo podemos hacer… si así lo decidimos individual y colectivamente.”  (escrito del Padre Pedro[2] desde Ecuador)

De esta manera entendemos mejor el mensaje de Monseñor Romero a la Iglesia cuando le pide que sea “antorcha luminosa que ilumine los caminos de la patria” como verdadero pueblo de Dios”  La Iglesia debe ser “fuerza de salvación para todo nuestro pueblo” .  Como creyentes en el camino de Jesús deberíamos ser los primeros para hacer lo que se debe hacer como humanos, para “hacer algo” en la resistencia a la maldad y en la promoción de la bondad.  Nos toca ser expertos en solidaridad humana y “hacer lo que se debe hacer”, hasta sin pensar en los riesgos para la vida propia.  Ser antorcha y ser fermento en la historia, en los caminos del pueblo, dando el ejemplo de rebeldía ética.  No son los discursos eclesiásticos que salvarán, sino los nuevos hechos rebeldes: otro mundo sí es posible!   Jesús ha sido capaz de vivir de esa manera.  Así es la dinámica del Reino de Dios. No tengamos miedo.

Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  de Mons. Romero durante la eucaristía del 4° domingo de cuaresma  25 de marzo de 1979.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV,  Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 318.319.320

[1] *: hubo aplauso en la catedral.

[2] Padre Pedro en su artículo semanal : “MAÑANA NO EXISTE: LO HACEMOS NOSOTROS”  - inicio de enero de 2024

Volver arriba