Un asesinato que nos habla de resurrección. Un título extraño para esta reflexión.

Es el título que Monseñor Romero dio a esta homilía en la celebración dominical  de los funerales del recién asesinado Padre Octavio Ortiz y 4 jóvenes.  Por supuesto leemos en su homilía una denuncia fuerte del quíntupla asesinato, refiriéndose al ejército.  Era un encuentro de formación cristiana con jóvenes, no era un centro de entrenamiento militar guerrillera. 

Era a la vez un domingo durante la semana de la unidad de los cristianos, de ahí su referencia al ecumenismo auténtico y necesario.

“Esta comunidad que está reunida aquí, junto a la catedral, es la comunidad del octavario por la unidad de las Iglesias. (…) Una esperanza de unión que está orando en todos los templos católicos y protestantes, que no se dejan  manipular su Evangelio, sino que saben que el Evangelio no es un juguete de la política ni de las conveniencias, sino que tiene que ser muy superior y ser capaz de renunciar a todo aquello que empaña el mensaje auténtico del Evangelio.  Seguiremos buscando, con nuestros hermanos protestantes, un Evangelio que sea verdaderamente de servicio a nuestro pueblo tan sufrido.”

Monseñor Romero se alegraba con la presencia de representantes de Iglesias protestantes en aquella semana de oración por la unidad de los cristianos.   Lo llama “una esperanza de unión”, ya que la imagen tan dividida del cristianismo no puede ser un testimonio del Evangelio.  Más si nos peleamos, si tratamos de acentuar las diferencias en vez de fortalecer lo que nos une, no habrá semilla fértil que pueda caer en la  tierra del pueblo.

Ahora bien, en esa experiencia ecuménica y en esa esperanza de unidad cristiana, Monseñor aclara también que no es a cualquier precio.  “Seguiremos buscando, con nuestros hermanos protestantes, un Evangelio que sea verdaderamente de servicio a nuestro pueblo tan sufrido.”   Lo que las diferentes Iglesias tienen que buscar  y unir es el servicio solidario, misericordioso y liberador a la luz del Evangelio.  En ese camino no se trata de diferencias en doctrina, culto o tradiciones de oración, sino de la praxis diaria del Evangelio: hacer lo que Jesús hizo en medio de su pueblo, también “tan sufrido” de su tiempo.   Así como Yavé escucha el grito de los explotados y oprimidos en cada “Egipto” (en cada continente, cada cultura, en cada época), así como Jesús está presente en quienes sufren (hambre, sed, enfermedad, cárcel, sin vivienda,…), de la misma manera las Iglesias de hoy tenemos la común responsabilidad prioritaria de cuidar a “las viudas, huérfanos, extranjeros”, de poner todos nuestros esfuerzos y capacidades al servicio de la curación y el cuido del “pueblo sufriente”.

A la vez el arzobispo pide mucha atención crítica frente a los fuerzas que pretenden manipular el Evangelio, poner la Biblia a su servicio, y a manejar maliciosamente el lenguaje religioso y la esperanza cristiana.  En términos claros advierte: “el Evangelio no es un juguete de la política ni de las conveniencias”.   En el continente americano, especialmente en América Latina somos testigos como los políticos (que vienen y van) abusan de la religión para lograr votantes, para justificar sus políticas dominantes.  Algún gobierno se atreve hasta llamase “cristiano” con la intención de tener seguidores y adeptos fieles.  No siente ningún problema en perseguir la Iglesia católica mientras alaba y promueve con muchísimas facilidades los sectores carismáticos pentecostales (con preferencia con grandes “predicadores internacionales”).    Y esos últimos comparan a los gobernantes como los mesías, identifica lo que el gobierno hace con el Reino de Dios.   Mons. Romero dice que el Evangelio no puede ser juguete político ni puede utilizarse según convenga a los que tienen poder y riqueza.    Todos y todas estamos bajo la crítica del fuego del Evangelio. Ningún poder es dueño de la verdad, no puede representar el evangelio, ni tiene autoridad para decir lo que la Iglesia puede o debe o no hacer.   El evangelio se lee desde las y los “pobres” (en su significado más amplio).  

Los esfuerzos políticos e ideológicos para dividir la población con base en expresiones religiosas que están en conflicto, ya tiene varios decenios de existir en América Latina.  Los ideólogos de los EEUU decidieron romper los lazos religiosos del pueblo mayoritariamente católico importante cantidades de experiencias sectarias muy espiritualistas para quienes la religión es un asunto personal, la biblia se lee al pie de la letra y donde se acusa a los católicos de ser instrumentos del diablo.   Hoy en muchos países las Iglesias históricas (católica, anglicana, protestante) ya no son mayorías, sino la suma de las pequeñas y grandes iglesias evangélicas pentecostales es mayor.  Estas se han convertido en la base religiosa de las políticas neoliberales más conservadores y excluyentes. No es por gusto que Monseñor Romero nos recuerda hoy que la Iglesia debe “ser muy superior y ser capaz de renunciar a todo aquello que empaña el mensaje auténtico del Evangelio.”  Y sigue llamando hoy a todas las Iglesias a buscar juntos “un Evangelio que sea verdaderamente de servicio a nuestro pueblo tan sufrido.”

A partir del asesinato del Padre Octavio y los 4 jóvenes, el arzobispo hace una nueva llamada:  “Basta ya,  Y lo decimos no con pesimismo, sino con un gran optimismo en las fuerzas de nuestro noble pueblo.  El ambiente se ha saturado de brutalidad y es necesario un retorno a la reflexión que nos haga sentirnos seres racionales, capaces de buscar las raíces de nuestros males y realizar sin miedo, los cambios audaces y urgentes que necesita nuestra sociedad.*[1]

No duda en desnudar la realidad del país: “El ambiente se ha saturado de brutalidad”.  En cuantos países tendremos que decir lo mismo hoy.  Muchas veces los máximos líderes de las Iglesias o bien tienen temor para hablar con claridad evangélica, o bien se han aliado (por los beneficios) con los poderes responsables de la “brutalidad”.   Ahí donde habla, como hablaba Mons. Romero, son perseguidos.  “Basta ya”, esta frase del arzobispo se convirtió en un grito del pueblo, en una canción popular recordando lo que sucedió con el Padre Octavio y con el pueblo sufriente.

Si miramos los grandes problemas estructurales y coyunturales a nivel mundial (también tan claramente “desnudados” por el Papa Francisco), si miramos los graves problemas en nuestros países es evidente que “es necesario un retorno a la reflexión que nos haga sentirnos seres racionales, capaces de buscar las raíces de nuestros males y realizar sin miedo, los cambios audaces y urgentes que necesita nuestra sociedad.”  Poder y riqueza, los dos grandes ídolos tan denunciados por Mons. Romero, siguen dominándonos.  Necesitamos capacidad evangélica crítica para (1) descubrir las verdaderas raíces de los males, de esa brutalidad (económica, represiva);  apartarnos de las lecturas ideológicas de la historia creadas para justificar hoy la llegada al poder; (2) vencer los miedos (a pesar de las amenazas constantes, la persecución,…), (3) realizar los cambios audaces y urgentes que necesita nuestra sociedad.  En cada proceso pre electoral los candidatos anuncian que (solamente) ellos harán esos cambios que necesita el pueblo. Prometen el cielo de abundancia y felicidad si ellos son electos.   Luego solo hacen algunos aportes (parches muchas veces), pero no cambian nada en la estructura y el sistema de la sociedad. Sin embargo los gobernantes de turno y sus aliados roban los fondos del pueblo para su enriquecimiento, y luego buscan asilarse en países que comparten su ideología.

Así como en los años 70 – 80 la Iglesia ha sido fermento y germen  de procesos de toma de conciencia política del pueblo, también hoy la Iglesia tendría que invertir mucho esfuerzo – a la luz del Evangelio – para que nuestros pueblos vuelvan a tomar conciencia y fortalecer su capacidad de análisis, para ir venciendo los miedos y poco a poco ir construyendo nuevos caminos para “arrancar de raíz la injusticia”.  Esto puede y debe ser un esfuerzo ecuménico, entre las diferentes Iglesias que se arriesgan al “mensaje auténtico del Evangelio”,  conscientes de no querer y no dejar de manipular el Evangelio de Jesús.  No tengamos miedo.

Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  de Mons. Romero durante la eucaristía del 3° domingo del tiempo ordinario  21 de enero de 1979.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo IV,  Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p 186.189

[1] *: se oye en la grabación el aplauso del pueblo.

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