Con el corazón limpio de haber producido sólo obras de bondad.

“De mi parte, queridos hermanos, no quisiera tener vida como la tienen muchos poderosos de hoy, cuando no viven de verdad, viven custodiados, viven con la conciencia intranquila, viven en zozobra. ¡Eso no es vida!  Si cumplís la ley de Dios, viviréis. Aunque me maten, no tengo necesidad….  Si morimos con la conciencia tranquila, con el corazón limpio de haber producido sólo obras de bondad, ¿qué me puede hacer la muerte?  Gracias a Dios que tenemos esos ejemplos de nuestros queridos agentes de pastoral, que compartieron los peligros de nuestra pastoral hasta el riesgo de ser matados.  Yo, cuando celebro la eucaristía con ustedes, los siento presentes. Cada sacerdote muerto es para mí un nuevo concelebrante en la eucaristía de nuestra arquidiócesis.  Sé que están aquí dándonos el estímulo de haber sabido morir sin miedo, porque llevaban su conciencia comprometida con la ley del Señor: la opción preferencial por los pobres. (2 de septiembre de 1979).

¡Qué gozo sentir a nuestros mártires presentes en la celebración eucarística, sentirlos alentándonos para que, como ellos, tengamos una conciencia comprometida con la ley del Señor, la opción preferencial por los pobres!  No basta con experimentar una emoción al sentir a los mártires presentes en celebraciones memoriales o litúrgicas.  Si no respondemos a su estímulo vital y de entrega para que nosotros y nosotras vivamos comprometidos con la opción preferencial por los pobres, sería una «emoción light y pasajera».

Todas las Iglesias tienen mártires, unos desde hace años y siglos y otros más recientes.  Sin embargo, en las liturgias casi no se recuerda a aquellos que fueron asesinados por causa de su compromiso con el Evangelio. A veces, si han sido beatificados o canonizados, aparecen en el calendario litúrgico, pero se les da muy poca importancia: ni se recuerda a la comunidad creyente cómo han vivido el Evangelio, que fueron asesinados.  No se les recuerda como ejemplo. Y aún menos los centenares de cristianos, religiosas, sacerdotes y obispos que no han sido canonizados oficialmente.  En algunas comunidades eclesiales de base se celebra su memoria evangélica.

De Jesús se decía que hacía el bien (He 10,38).  Esta pequeña frase parece ser el verdadero significado de frases teológicas como «Jesús, hijo de Dios» o «segunda persona de la Santísima Trinidad».   Monseñor Romero hablaba del «corazón limpio de haber producido solo obras de bondad».  Este es el fundamento de la «religión de Jesús»: hacer el bien, pasar haciendo el bien. ¿Cuánta energía invierten las iglesias en temas doctrinales, litúrgicos y canónicos en vez de invertirla primero en hacer el bien, en promover obras de bondad en un mundo que provoca tanta miseria (pobreza, enfermedad, exclusión y soledad)? ¿Cuántas discusiones doctrinales entre las diferentes iglesias provocan distanciamiento, desunión y hasta conflictos, mientras se deja de lado lo principal que se tiene en común: hacer el bien?

No podemos abarcar todas las dimensiones de la vida para hacer el bien. Cada persona, según sus talentos y en las circunstancias históricas y familiares específicas, es llamada a «hacer el bien», a producir «obras de bondad».  Esta es la esencia del cristianismo.   Nuestra gran debilidad, omisión y error histórico ha sido y es aceptar como normal que se hagan obras de maldad o que no se hagan obras de bondad, mientras se entretiene a los creyentes con culto, devociones, discusiones doctrinales, interpretaciones de la Biblia, retiros, alabanzas, etc.  A pesar de los más de quinientos años de cristianismo (de diferentes denominaciones y movimientos), el continente americano es profundamente injusto. Los cristianos ricos explotan a los cristianos empobrecidos. Los cristianos ricos mandan matar a los pobres y a quienes se solidarizan con ellos.  Los políticos cristianos regalan cositas a los pobres para conseguir sus votos y luego se olvidan de los de abajo.  Y, por otro lado, la mayoría de los cristianos pobres no son conscientes de sus «talentos», de su misión para hacer el bien y luchar por el bien de todos.

En las escuelas de inspiración cristiana y en las iglesias, la primera tarea fundamental debería ser aprender juntos a obrar el bien, a pasar haciendo el bien, y saber discernir entre el bien y el mal.  Hemos sido bautizados en el compromiso de vivir como vivió Jesús y de hacer el bien como Él.  Esto es lo fundamental.  Todas las demás dimensiones de la fe solo pueden ayudarnos a hacerlo cada vez mejor.

En Europa, cada vez somos más una iglesia minoritaria en la sociedad.  Esta debería reconocernos como cristianos y cristianas por las «buenas obras» que hacemos y por nuestro compromiso solidario con los más pobres y sufrientes. Se podrían dar muchos ejemplos, por supuesto.  Pero podemos preguntarnos si tenemos miedo de asumir la misión de ser testigos, de ser «mártires», como lo fundamental de nuestra fe. ¿En qué nos diferenciamos de quienes no son cristianos?

Cita 6 del capítulo VIII (Los mártires  ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

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