Cristo ni le hará caso.
“Y digo que en aquella hora (la hora del juicio) nos vamos a llevar sorpresas, cuando veamos que lo que yo creía que era necesario, Cristo ni le hará caso; y lo que yo no creía necesario, será lo que Cristo está examinando. ¿Cómo trataste al hambriento, al sediento, al que me representaba? Y en esos países Cristo está tan profusamente presente, queridos hermanos, que sería una lástima haber vivido como saturado de la presencia de Cristo, porque estábamos saturados de pobres, y no haberlo conocido. Haber vivido tantos años, tal vez en las comodidades, en las riquezas, en el bienestar político y no nos preocupamos de aquel Cristo que estaba a nuestras puertas o que lo encontrábamos en las calles.” (homilía del 26 de noviembre de 1978)
Los cristianos de tradición, pertenecientes a alguna denominación eclesial, estamos acostumbrados a cumplir ciertos ritos, orar con ciertos libros, participar en actividades religiosas y cantar alabanzas. La mayoría no hacemos daño conscientemente a los demás. Somos como dice la canción de los dioses de bolsillo: «Yo no robo, yo no mato, yo a nadie le hago mal, tengo la conciencia limpia y respeto a mi mamá». Y de esas personas, quizás muy religiosas, monseñor dice que «vamos a llevarnos sorpresas cuando veamos que lo que yo creía que era necesario, Cristo ni le hará caso». A lo largo de la historia, las iglesias hemos realizado guerras de religión con millones de muertos, hemos predicado acusaciones a «los otros», los hemos excluido, mientras dejábamos de hacer lo que «yo no creía necesario». Y eso es precisamente lo que Cristo examinará, como nos dice monseñor retomando el evangelio. La pregunta decisiva sobre nuestra vida no es si hemos estado en la verdadera religión o en la (según nosotros) única Iglesia de Cristo, sino: ¿cómo trataste al hambriento, al sediento, a quien Me representaba?, ¿cómo trataste a tus vecinos en el pasaje y en la colonia?, ¿cómo trataste a sus compañeros y compañeras de trabajo? ¿Cómo trataste a tus empleados? ¿Cómo compartiste «tu pan» con quienes se habían quedado sin nada? ¿Cómo trataste a las personas mayores y a los niños de tu casa y la vecindad?
La radicalidad del Evangelio tiene que ver con la representación viva e histórica de Jesús en esos «últimos, pequeños, débiles, explotados, excluidos, enfermos...». Así como tratamos a ellos, así tratamos a Jesús. La relación con Jesús pasa por la relación con ellos.En las tradiciones cristianas, tendemos a buscar a Jesús en espacios y tiempos simbólicos y rituales. Sin embargo, el primer paso para ser creyente cristiano y seguidor de Jesús será siempre nuestra relación muy concreta y sostenida con aquellas personas que llevan las heridas en su vida, los débiles.
Monseñor nos dice: «Sería una lástima haber vivido saturados de la presencia de Cristo porque estábamos saturados de pobres y no haberlo conocido». Consideramos que esta debería ser la esencia de la catequesis, de la escuela dominical y de la transmisión de la fe de madres y padres a sus hijos e hijas: estamos saturados de la presencia de Cristo porque estamos saturados de personas pobres, de familias más pobres, más dañadas, más heridas y más enfermas que las nuestras. Esa es la esencia de la Biblia y, específicamente, de los Evangelios. ¿De qué sirve que los niños y niñas aprendan de memoria doctrinas sobre Dios Padre, Jesús Hijo, Espíritu Santo y sobre la Iglesia o los credos y oraciones en su preparación para la primera comunión o la confirmación, si no les enseñamos a encontrar a Jesús, que está tan cerca de nosotros? ¿No hemos fallado al priorizar la formación creyente teórica y litúrgica sin partir de la toma de contacto con la práctica evangélica a través del servicio solidario con las personas excluidas, empobrecidas, etc.? La práctica de la fe en la realidad de la vida es la base principal de la escuela de fe. Los testimonios de los «verdaderamente justos», que actualizan la vida de Jesús hoy, son la fuente necesaria para descubrir la luz del Evangelio. Ojalá no nos llevemos las sorpresas de las que habla Monseñor Romero en esta cita.Así podremos comprender mejor el mensaje del Evangelio y experimentar la fuerza del Espíritu Santo.
Cita 8 del capítulo II (Jesús de Nazaret ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”