Estos son los que yo llamo verdaderamente justos.
| Luis Van de Velde
“¿Por qué se mata? Se mata porque se estorba. Para mi que son mártires en el sentido popular. Naturalmente, yo no me estoy metiendo en el sentido canónico, donde ser mártir supone un proceso de la suprema autoridad de la Iglesia, que lo proclama mártir ante la Iglesia universal. Yo respeto esa ley y jamás diré que nuestros sacerdotes asesinados han sido mártires todavía canonizados. Pero sí son mártires en el sentido popular, son hombres que han predicado precisamente esa incardinación con la pobreza, son verdaderos hombres que han ido a los límites peligrosos donde la UGB[1] amenaza, donde se puede señalar a alguien y se termina matándolo como mataron a Cristo. Estos son los que yo llamo verdaderamente justos. Y si tuvieran sus manchas, ¿quién no las tiene hermanos? ¿qué hombre no tiene algo de qué arrepentirse? Los sacerdotes que han sido matados también han sido hombres y tuvieron sus manchas. Pero el hecho de haber dejado que les quitaran la vida y no haber huido, no haber sido cobardes y haberlos situado en esa situación de tortura, de sufrimiento, de asesinato, para mí es tan valioso como un bautismo de sangre y se han purificado, ¡Tenemos que respetar su memorial! (23 de septiembre de 1979)
Monseñor los llama mártires porque «son hombres que han predicado precisamente esa incardinación con la pobreza». Entendemos que no solo predicaron, sino que también vivieron esa «incardinación con la pobreza».
La Real Academia Española define «incardinar» como vincular de manera permanente a un eclesiástico en una diócesis determinada o incorporar a alguien a algo, como una colectividad o una institución. Monseñor utiliza esta palabra para expresar el compromiso radical de esos sacerdotes con la causa de los pobres de nuestro pueblo. Los mataron porque estorbaban; quienes tenían el poder y la riqueza no toleraban esa solidaridad activa, ese vínculo de los sacerdotes con la vida y la causa de las personas empobrecidas y sus justas reivindicaciones. Ese compromiso de «incardinación con la pobreza» lleva a monseñor Romero a llamarlos «verdaderamente justos».
Según el Catecismo de la Iglesia católica (n.º 1263), el Espíritu Santo realiza, a través del bautismo, la gran purificación que elimina de raíz el pecado original y cualquier otro pecado personal. Al mismo tiempo, introduce al bautizado en una vida nueva. Bautizarse es como renacer para la vida. Monseñor Romero retoma ese significado del bautismo para aplicarlo al «bautismo de sangre» que reciben quienes son asesinados. «Se han purificado» y han nacido para la vida definitiva.
Y, por último, en esta cita, monseñor nos dice: «¡Tenemos que respetar su memorial!». Esto debe reflexionarse bien y críticamente. Si la memoria de Jesús se ha simbolizado tanto (y casi exclusivamente) en ritos religiosos, sin la práctica jesuánica, con los mártires ocurre lo mismo. Nos acostumbramos a conmemorar, a celebrar sus aniversarios, a publicar sus fotos y mensajes, a realizar actos litúrgicos y culturales «en su honor», a bailar y cantar, a encender velas y poner fotos. ¿Pero cómo garantizamos que respetemos su memoria viviendo como ellos han vivido? Recordar que somos un pueblo y una Iglesia martirial exige, ante todo, que seamos hoy «testigos» del Evangelio, testigos de esa incardinación en la vida de los pobres. Es en esa práctica (en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en la organización popular, en la toma de conciencia crítica, en la entrega y en la vida de servicio a los pobres) en la que estaremos «respetando su memorial». Esa práctica martirial de hoy y la celebración martirial son como los dos lados de ese respeto. Solo juntas provocarán el dinamismo evangélico de la transformación de la vida en el horizonte del Reino de Dios. Las fotos de mártires en nuestras casas o en las iglesias no pueden ser solo recuerdos bonitos, sino que deben motivarnos para llevar una vida martirial como «testigos fieles». Nuestra práctica creyente será el sello de la autenticidad de nuestros recuerdos y conmemoraciones martiriales.
En el otro extremo: ¿No resulta curioso que en las iglesias occidentales no se le dé mucha importancia a la memoria de los mártires? Algunos aparecen en el calendario litúrgico, pero se incluyen muy pocos mártires del siglo pasado y de este. Las iglesias cuentan con muchos mártires recientes en todos los continentes. La catolicidad de la Iglesia debería exigir que esos «justos» estén constantemente presentes en las asambleas. No basta con su nombre, una foto, una imagen o una pintura, una canción sobre su vida o su reliquia. Esos «justos» solo serán semilla de evangelización, semilla del renacer de la Iglesia, cuando se les dé un lugar privilegiado en la catequesis, la predicación, la formación creyente y, sobre todo, en la práctica de la fe, el amor y la esperanza. Por supuesto, también hay «justos» que no fueron asesinados, pero que sí entregaron su vida por los pobres y por el Evangelio. Tampoco debemos olvidarlos, ya que nos desafían a vivir el Evangelio con mayor radicalidad en la construcción diaria del Reino.
Cita 7 del capítulo VIII (Los mártires ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”
[1] UGB: Unión Guerrera Blanca, uno de los escuadrones de la muerte activos en el tiempo de Mons. Romero.