La misión profética es una obligación del pueblo de Dios.
| Luis Van de Velde
“La misión profética, pues, es una obligación del pueblo de Dios. Por eso, cuando con cierto tono de burla me dicen que yo me creo profeta, les digo: ¡Bendito sea Dios! ¡y Tú también tienes que serlo, porque todo cristiano, todo pueblo de Dios, toda familia tiene que desarrollar un sentido profético, dar un sentido de misión de Dios en el mundo, traer una presencia divina que reclama, que rechaza! Supongamos – dice el Papa Pablo VI en la exhortación[1] sobre la evangelización del mundo actual -, supongamos que un grupo de cristianos se proponen vivir con autenticidad el Evangelio en que creen; ese grupo por sí solo ya es un gran interrogante en el mundo: ¿qué clase de gente es ésta? ‘qué esperan?, ¡qué aman?, ¿quiénes son? Y así comenzó el cristianismo. Allá en Jerusalén, nos dice el libro de los Hechos de los apóstoles, se iban congregando porque los veían como se amaban, cómo alababan a Dios, la comunidad donde no había desigualdades sociales, donde el que tenía compartía con el que no tenía, y donde no se avergonzaba nadie de ser pobre ni nadie se enconchaba por ser rico. Este es testimonio de la caridad y del amor. La comunidad profética anunciaba con su sola presencia lo que Dios quiere de los hombres cuando nos ha hecho sociables.”
Al hablar de la misión profética de la Iglesia normalmente se refiere a la misión de anunciar el Reino de Dios y a denunciar el pecado (lo que va en contra del Reino). Los profetas en la Iglesia suelen dedicar más esfuerzo y han desarrollado más capacidad en la denuncia de la injusticia, de la mentira, de los daños a la vida, de la corrupción, del engaño,… que a la capacidad de anunciar el Reino en la realidad histórica. Anunciar el Reino ha sido entendido más bien como dar a conocer la doctrina, la homilía, la catequesis, la introducción a la liturgia,…. En realidad la Iglesia dedica relativamente poca atención a confirmar y dar a conocer más ampliamente las acciones que concretizan y que anticipan el Reino de Dios. Sean hechas por gente de la Iglesia, de otras denominaciones o personas ajenas al cristianismo (en la política, en la economía, en lo social,…). Nuestras generaciones actuales en medio de las crisis del mundo tenemos necesidad de ver las luces que hay, de conocer esas experiencias alternativas de vida y de compromiso: aprender a valorar lo bueno que se hace e interpretarlo como adelantos del Reino, sin absolutizarlas o ideologizarlas. Los profetas de la denuncia – por muy importantes que sean – a veces oscurecen las semillas del Reino que están naciendo.
Monseñor Romero, retomando a Pablo VI, ilumina ahora otra dimensión del anuncio del Reino de Dios: el testimonio de vida de la comunidad profética. Hace referencia a lo descrito en Los Hechos de los Apóstoles como el ejemplo idealizado de vida de las primeras comunidades cristianas (He 2,47). Llama la atención el planteamiento: “supongamos que…..supongamos que un grupo de cristianos se proponen vivir con autenticidad el Evangelio en que creen.” Da la impresión que quien dice esa frase observa que en realidad la mayoría de los creyentes cristianos no tienen mayor interés en vivir auténticamente el Evangelio que promesan. ¡¡¡Supongamos entonces …. Supongamos que un grupo se atreve, se arriesga a vivir el Evangelio!!!
Entendemos que de esta manera nacieron congregaciones religiosas, abadías, conventos, comunidades, …. La experiencia de comunidades eclesiales de base también se ubica en esa corriente. En cada nueva época nacen nuevas experiencias comunitarias de vida eclesial que pretenden hacer y vivir algo evangélicamente más auténtico. Por supuesto hay una gran variedad de experiencias con diferentes grados de encuentro, trabajo, oración y vida comunitaria. Probablemente muchos de nosotros tengamos alguna participación en una u otra experiencia comunitaria de fe cristiana.
No pretendemos ni comparar ni evaluar la autenticidad evangélica de cada experiencia. Además es mejor dejarlo en las manos de Dios mismo. Monseñor Romero pide ahora mucha atención en cuanto al testimonio de vida que otras personas puedan observar desde afuera.
Esto significa en primer lugar que debemos ser visibles. Nadie enciende un candil para esconderlo debajo de una cama para que nadie lo mire. Al contrario, la vida creyente comunitaria, si es de verdad evangélica, llamará la atención de vecinos y quienes se preguntarán: “: ¿qué clase de gente es ésta? ¿qué esperan?, ¿qué aman?, ¿quiénes son?” y alguna vecina o vecino se dirigirán a nosotros preguntando también porqué vivimos así, porqué no hacemos tales y tales cosas (como las hacen los demás, o como es normal), porque no vivimos cada quien para si mismo, porqué nos preocupamos por “esa gente” (pobres, migrantes, personas con discapacidad, …),….? En el fondo se trata de la pregunta: ¿Porqué ustedes son “diferentes” de los demás?, diferentes de otros que también bautizan a sus hijos/as o que van a misa? Parece que una comunidad profética debe provocar extrañeza en otras personas y esto hasta dentro de la misma Iglesia. Probablemente sea una extrañeza que no siempre será aplaudida por autoridades eclesiales.
Lo que decimos de esas comunidades proféticas que ya con su testimonio comunitario evangelizan y despiertan el interés por el Evangelio y el Reino de Dios, vale también para cada creyente cristiano. Es una de la triple misión que recibimos en el bautismo: ser profetas, pues no solo en la denuncia y el anuncio, sino también en el testimonio de una vida “diferente”. En esta época de “la tarde del cristianismo[2]”, urge que las y los cristianos recordemos la absoluta necesidad del testimonio jesuánico, a nivel personal y comunitario. No bastan las catedrales y los templos, no bastan los ritos, no bastan los peregrinajes y jornadas mundiales de la juventud, …., urge el surgimiento de nuevos testigos de la fe, con una conducta, un estilo de vida que transparente a Jesús y que por eso llamen la atención. Urgen nuevas comunidades “de cristianos que se proponen vivir con autenticidad el Evangelio en que creen”, comunidades proféticas.No tengamos miedo.
Reflexión para domingo 10 de septiembre de 2023. Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía durante la eucaristía del 23 domingo ordinario, ciclo A , del 10 de septiembre de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III, Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p.235
[1] Evangelii Nuntiandi 21.
[2] Título del libro: “De namiddag van het christendom. Op weg naar een nieuw tijdperk” (La tarde del cristianismo. En camino hacia una nueva época”, de Tomás Halík, teólogo de la República Checa.