La violencia de la no violencia

“Pero también, así como defendemos ese valor humano de la agresividad, del valor, le decimos que, como toda pasión, tiene que ser educada.  La agresividad que todo hombre lleva puede hacer de él un criminal o un santo.   Y los santos no era que no tenían agresividad.  El verdadero cristiano no es un cobarde y, cuando es necesario, sabe combatir; pero sabe orientar  por los principios de la paz, del amor, del perdón, gran fuerza de esa  agresividad.  Y, por eso, hay una violencia que se llama “la violencia de la no violencia”.  Es la que enseñó Cristo cuando dice: “Cuando te golpeen una mejilla, vuelve la otra”.  No es cobardía. Creo que, por experiencia, cualquier puede hacerlo: de que al golpear a otro, al agredir a otro, lo que es espera es una respuesta  de agresión  violenta; y si, en cambio, recibe una sonrisa, un perdón, una comprensión, es más fuerte quien ha sido golpeado, que quien ha golpeado. Por eso decimos que los mártires no era que les faltara también el valor cuando se dejaban matar, sino que desde su situación de víctimas eran más fuertes y ganaban la victoria de los perseguidores.  ¿Dónde están las manos manchadas de tantos crímenes? Son miedosas.  No se conoce gente tan miedosa que aquellos que son criminales.  Es que no está allí el desarrollo de la personalidad humana.  Por eso el Señor, en la Biblia, nos enseña esa fuerza de la no agresividad, del perdón.”

La violencia nunca ha estado fuera de la historia.  En la mayoría de los pueblos son solamente algunos períodos cortos o algo más largos de cierta ausencia de violencia.   Las guerras han dominado nuestra historia: un pueblo contra otro, hermanos contra hermanos del mismo pueblo.   Y siempre han sido grandes y poderosos que deciden (sin arriesgarse) hacer la guerra, donde jóvenes que no se conocen son obligados a matarse.  También en el momento actual de la humanidad vivimos y sufrimos varios focos de violencia, de brutalidad, de guerra, de destrucción, de muertos y heridos.   Quizás la hoguera actual más alarmante es la guerra de Rusia contra Ucrania y ésta que se defiende y contra-ataca (con armas de países de la OTAN) 

Aunque es bien sabido, tendemos a mandarlo a nuestro inconsciente.   Es bueno recordarlo.   Lo triste es que la industria militar parece ser uno de los motores más activos de las economías nacionales.  Una enorme cantidad de científicos trabajan arduamente para innovar, para modernizar, para hacer más letal, para producir más y “mejores” armas, bombas y máquinas de guerra.  Los gobiernos invierten enormes cantidades de dinero en la maquina de guerra.  La población no tiene información al respecto.  En tiempos electorales ni se menciona esa inversión militar. Economías y gobiernos un tanto más poderosos consideran el derecho de meter la mano en otros países, explotar sus recursos (naturales y humanos).  La estructura económica mundial es muy injusta: enriquece a los que tienen más y empobrece a quienes tienen poco.  Es una estructura violenta.   Pero lo que sucede a nivel (inter-) nacional sucede también a nivel más local, en municipios y hasta entre vecinos y en familias.  La violencia está activa en todas partes.  Y los países cristianizados no han dado testimonio de desarrollos diferentes o menos violentos.  En realidad es trágico ver como en el siglo XXI el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa apoya y justifica la guerra contra Ucrania, siendo uno de los aliados internos más fuertes del régimen ruso.

Monseñor Romero dice : “Es que no está allí el desarrollo de la personalidad humana”.  Por allí no está el desarrollo de los pueblos ni del planeta.   Hace una llamada a “educar” la agresividad humana en el camino de diálogo y de construcción de la paz.   Plantea transformar la agresividad humana en energía para la violencia de la no violencia. “El verdadero cristiano no es un cobarde y, cuando es necesario, sabe combatir; pero sabe orientar  por los principios de la paz, del amor, del perdón, gran fuerza de esa  agresividad.”  No ser violento en las relaciones interpersonales, en la sociedad y entre pueblos no es cobardía, pero es muestra de la combatividad por la paz, el amor y el perdón. 

Desde la fe cristiana tenemos la responsabilidad de dar ejemplo y testimonio de alternativas no violentas.   Una economía justa, con relaciones económicas de intercambio justo que beneficia a todos y todas, es un pilar importante en ese combate por la paz.  Sin Justicia no puede haber paz.  Donde reina la injusticia los explotadores necesitan armas y hacer guerras.   Las llamadas por la paz mundial de los Papas,  la voz del Papa Francisco, no son escuchadas en espacios internacionales, ni en gobiernos nacionales.  ¿Qué pasa con economistas, sociólogos, políticos, juristas, ….. cristianos?  ¿qué pasa con la formación cívica pacífica (no violenta) en las universidades de inspiración cristiana?  ¿qué sucede en la catequesis de niños/as y jóvenes?   Quizás podemos sospechar que uno de los mayores problemas de la Iglesia no es la disminución de la cantidad de creyentes que participa en el culto y las tradiciones religiosas, sino más bien el hecho que no se ha sabido sembrar la semilla de la no violencia ni en la clase económica ni en la clase política de los pueblos, ni en la conciencia de los pueblos.    

“La predicación de paz que la Iglesia hace en un mundo de violencia no es cobardía ni evasión, sino que sabe enfrentarse con la realidad y la situación para decirle a los hombres tentados a la violencia en nuestro ambiente….¿Quién no es tentado a la violencia en este ambiente de violencia? ¿qué familia que le secuestran a un padre de familia, a un hermano, a una esposa, no siente el odio, el rencor, la violencia, contra los que han cometido esa injusticia?  Así también el pobre, oprimido durante tanto tiempo, un pueblo incomprendido, con los cauces de su derecho de participación en el bien común cerrados y oprimidos, siente la tentación de la violencia.  No es malo el sentir la tentación de la violencia. No es malo el sentir la pasión y la tentación. Lo malo es no educar esos sentimientos.”

En esta cita Monseñor Romero se dirige al pueblo, a la población víctima de diferentes formas de violencia. Hace ver que la tentación de la reacción violenta está siempre latente y no pocas veces estalla en más violencia.   Eso es lo que nos han enseñado.  Las clases de historia eran relatos de guerra contados por los vencedores.  Nuestra conciencia histórica ha sido construida de guerra a guerra.   A la vez no faltan padres de familia que motivan a sus hijos (varones sobre todo) a contestar con más violencia cualquier golpe que reciben.   El arzobispo nos llama a hacer esfuerzos por educar nuestros sentimientos de rencor, odio, violencia.   Si lográramos encausar esa energía hacia la construcción de la paz en la convivencia humana, estaríamos mucho mejor.  ¿Cuándo se nos va a enseñar que la explotación económica es una agresión violenta?  ¿Cuándo se nos va dejar descubrir que la violencia nunca puede ser fuente de paz?  ¿Cuándo vamos a enseñar a las nuevas generaciones que la corrupción rompe la vivencia entre nosotros?   ¿Cuándo se nos va a enseñar que prepararse para la guerra (con el objetivo de defenderse ante cualquier posible agresor) significa entrar en la espiral de la violencia que a mediano plazo exige realmente buscar enemigos contra quienes podremos descargar nuestra maquinaria de guerra?  Si invirtiéramos la misma cantidad de energía, inversión de recuerdos y esfuerzos en la educación por la paz y la no violencia, en las capacidades de diálogo (a todo nivel social) para resolver tensiones y conflictos, ya estaríamos mucho más avanzados, “desarrollados”, “humanizados”. 

Constatamos que la Iglesia no ha dado la debida importancia a ser promotora evangélica de una cultura de paz, de educación por la paz, de métodos no violentos en el combate contra toda forma de violencia.   Podríamos preguntarnos con honestidad: ¿en realidad hay en la Iglesia algo más importante que promover la paz?  Hablamos de la paz.  En la eucaristía damos un abrazo de Paz y rezamos la oración de Jesús por la paz.  Llamamos a María la Reina de la paz.   Pero no basta.  ¿Cuándo seremos capaces de sembrar las semillas de paz del Reino de Dios en nuestra sociedad?  No tengamos miedo para buscar nuevos rumbos en la construcción de la paz. 

Reflexión para domingo 17 de septiembre de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía del 24 domingo ordinario, ciclo A , del 17 de septiembre de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p255.256.258

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