Honradez y coherencia para una fe con credibilidad

El último artículo que escribo este año, desde la misión-Lima donde a partir de ahora estaremos de forma más permanente, al servicio de la fe y de la cultura en la promoción de la justicia con los pobres de la tierra. Tratando de continuar con nuestras tareas de docencia e investigación. Estas líneas, propias de un año que ya va comenzar, pretenden expresar primeramente nuestros deseos, anhelos, sueños y esperanzas: ir buscando como sociedad-mundo e iglesia más trascendencia y espíritu, más verdad, belleza y bien; más amor fraterno, misericordia, compasión, perdón, reconciliación, paz, justicia y vida. Y todo ello desde la Gracia de Dios que, en Cristo y su Espíritu, nos regala con ese Reino que nos vivifica, nos salva amorosamente y nos libera del mal e injusticia, nos hace más pacíficos y justos frente al pecado con su egoísmo e ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia.

No se trata de caer en el purismo y maniqueísmo, no somos mejores que nadie. Bien sabemos y experimentamos la esclavitud de nuestras tendencias malignas que nos llevan a la incoherencia, infelicidad y traición. Tal como dice G. Rovirosa, “lo más peligroso es no saberse traidor, y vigilar únicamente las traiciones de los otros. Esto nos lleva a encerrarnos dentro de la propia muralla, en la que dejamos entrar a Jesús por pura bondad y condescendencia nuestra, y como un acto muy meritorio del que le pasamos factura para que ponga su poder a nuestra disposición, pero que no nos moleste demasiado. Este aislamiento es la venda de los ojos del alma, que no nos deja ver las propias traiciones... Quién sabe si uno de estos grupos de traidores conscientes de su propia traición y abominándola, deseosos de seguir a Jesús sin imponerle nuestros métodos, podrán desviar la marcha de la sociedad actual, pasando del camino de la traición hipócrita y canonizada al camino de la traición reconocida y penitente»”.

Por lo tanto, en esta conciencia de finitud y fragilidad (debilidad), lo que nos planteamos es, desde esta acogida de la Gracia, un camino de conversión para intentar ser cada días más fieles en el amor a Cristo, a la iglesia y a los otros (al prójimo que es todo ser humano), a los pueblos en la justicia con los pobres. Para ello, entre otros aspectos, es preciso e imprescindible una buena formación y una liberación integral de todas esas ideologías e ideologizaciones de la fe; o, si es el caso, admitir que no se está de acuerdo con todo esta enseñanza de la fe e iglesia. Y, frente a toda manipulación ideológica, no hacer pasar aspectos que no pertenecen a la enseñanza católica como si, en realidad, fueran propios de la fe.

Se trata pues, desde este proceso en conversión a la Gracia, de vivir una existencia y fe honrada, coherente y creíble que transmita y testimonie la experiencia de la enseñanza católica de forma integral, global y sin recortes, mutilaciones o tergiversaciones. Las polarizaciones e ideologizaciones de la fe, con grupos como los denominados "tradicionalistas-conservadores" y "progresistas" no son más que eso, conceptualizaciones ideologizadas y tergiversadas de la vida católica. Lo que nos pide la fe e iglesia, respetando la diversidad de vocaciones y carismas, es precisamente todo ello: ser católicos adultos, maduros, profundos, coherentes, creíbles y equilibrados más allá de relativismos o fundamentalismos; frente a la tibieza, mediocridad y rigorismos.

La fe católica muestra este sentido común, razonable, completo y espiritual (místico) del Evangelio. Y nos libera de toda mundanización o espiritualismo de un pretendido catolicismo, que rechaza la gracia encarnada y la salvación liberadora e integral que nos trae Jesús. Sí, como católicos, hay que respetar y transmitir fielmente la tradición de la iglesia, al mismo tiempo, que historizar e inculturar la fe en el mundo real con una actualización y profundización del Evangelio de Jesús. Sin tradición, perdemos las raíces y memoria de la fe e iglesia. Al igual que, sin historización e inculturación del cristianismo católico, el Evangelio se convierte en palabra muerta, que no da vida ni acompaña el caminar del pueblo de Dios en la historia. Se cae en el integrismo de la fe, ya que no se profundiza en la novedad y trascendencia del Plan (Ser) de Dios, que nadie puede conocer ni agotarlo totalmente, en plenitud, porque se igualaría al mismo Dios. Desde aquí hay que comprender aquella enseñanza de los Padre y Doctores de la iglesia, "si lo comprendes no es Dios… Dios es inefable e incomprensible, su misterio es realmente un misterio inefable e inescrutable” (San Juan Pablo II).

A lo largo de su magisterio, el Papa Francisco nos hace hecho más conscientes todavía de estas cuestiones tratadas aquí, como las ideologías e ideologizaciones que manipulan la fe y la moral. Por ejemplo, muestra que “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada…..Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (LS 9, 117).

En su bella e imprescindible Exhortación Apostólica “Gaudete et exsultate (GE)”, de forma aún más explícita afirma el Papa que “es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (GE 101).

Y, para terminar, otra muestra clara del magisterio de Francisco en torno “a aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo. La educación sexual debe ayudar a aceptar el propio cuerpo, de manera que la persona no pretenda cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»... Una ideología, genéricamente llamada «gender» (género) niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo”(Papa Francisco, AL 56, 285). De ahí que concluimos, con dicho mensaje y experiencia de la fe: “«alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad” (Papa Francisco, GE 1).
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