Hay que evitar que la renta mínima le haga el juego al capitalismo internacional que descarta a las personas y las sustituye por maquinas. Sería muy preocupante que el valor del trabajo desaparezca” (Mons. Luis Argüello) Renta básica, trabajo y justicia social desde la ética e iglesia

Renta básica, trabajo y justicia social desde la ética e iglesia
Renta básica, trabajo y justicia social desde la ética e iglesia

Han causado impacto las declaraciones de Mons. Luis Argüello, secretario de los obispos españoles (CEE), sobre la renta básica. Hay que leer y escuchar atenta e íntegramente sus declaraciones, que se pueden encontrar en las redes o video de la rueda de prensa (https://www.youtube.com/watch?v=Gupm15WHUjY&feature=emb_title). Y que, como vamos a tratar de transmitir, van en la línea de lo afirmado por el Papa Francisco hace poco, en el contexto de esta crisis de la pandemia, con su significativa carta a los movimientos populares (CMP, http://w2.vatican.va/content/francesco/es/letters/2020/documents/papa-francesco_20200412_lettera-movimentipopolari.html).

“Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento... y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos” (Francisco, CMP).

Hay que asegurar la vida y renta básica de los trabajadores pobres, precarios u otras personas que no tienen otros ingresos, ahora que no pueden trabajar por la pandemia o por otro motivo, mediante un salario universal. Lo cual, significa que todos esos trabajadores empobrecidos y pobres tengan una renta asegurada, por medio de este salario social. De forma similar, es lo que dice Mons. Argüello, incluyendo a toda persona pobre que no tenga estos recursos, sea trabajador o no: “es urgente y necesario, en este momento, proporcionar una renta básica para esas personas que han perdido su empleo; u otras personas que ya se encontraban en situación de verdadera necesidad, cuya subsistencia tenía que ver con actividades de salir a la calle que ahora no se pueden hacer”.

 En esta dirección, ya San Juan Pablo II enseña que “la obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados, es decir, el deber de otorgar las convenientes subvenciones indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias es una obligación que brota del principio fundamental del orden moral en este campo. Esto es, del principio del uso común de los bienes o, para hablar de manera aún más sencilla, del derecho a la vida y a la subsistencia” (Laborem exercens 18)

La iglesia con el Papa y sus obispos, pues, promueven una renta básica: universal, es decir, que todos los pobres y personas puedan tener los bienes necesarios, siempre que no puedan trabajar o no tengan trabajo, u otra forma de acceder a dichos recursos; permanente, en el sentido de que dure todo el tiempo que haga falta, mientras se tengan estas necesidades y no puedan valerse por sí misma, por el trabajo u otro medio. Es lo que lleva haciendo la iglesia en su historia, como pionera del estado social de derechos, con su diakonía de la caridad, con su acción social realizada por todos sus santos y testimonios de la fe, por Caritas, Manos Unidas, misioneros, religiosos, laicos, militantes… Teniendo en cuenta, como ya apuntamos, que a la misma vez hay que promover la justicia social, con el reparto de los bienes por medio del trabajo digno y un salario justo.

Y, así, no caer en el paternalismo asistencialista que hacen a las personas dependientes y dominadas. En este sentido, se trata de no encubrir las injusticias sociales, con un mal acceso y reparto inequitativo del trabajo o un trabajo basura e indecente. Dando a cambio, como un mecanismo injusto, un dinero en forma de renta o subsidio, que pueda servir para parchear y encubrir estas desigualdades sociales, adormeciendo y nublando así las conciencias. La ética justo a la fe e iglesia buscan esta solidaridad real y justicia social, tal como visibiliza la moral y su doctrina social (DSI).

Siguiendo toda esta tradición de la iglesia con los santos padres y doctores, enseña el Concilio Vaticano II que en estas actuaciones solidaria y sociales “se considere, con la máxima delicadeza, la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los efectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos” (Apostolicam Actuositate 8).

 En esta línea, en el marco de esta globalización neoliberal capitalista, es lo que ha afirmado Mons. Arguello para que no ocurra que la renta básica se pueda perpetuar innecesariamente y, de esta forma, “convertirse en una coartada para retirar a las personas del empleo. Hay que evitar que la renta mínima le haga el juego al capitalismo internacional que descarta a las personas y las sustituye por maquinas. Sería muy preocupante que el valor del trabajo desaparezca”.

Y eso es justo lo que, como dimensión constitutiva de una ecología integral, el Papa Francisco nos enseña “en la actual realidad social mundial. Más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal.

En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo” (Laudato si 127-128).

La acción asistencial con los subsidios, salarios sociales o rentas básicas entonces deben ir unidos de forma imprescindible a una acción social global contra la desigualdad e injusticia, un compromiso y actuación sociopolítica, estructural, mundial e integral. La moral y DSI nos muestran muy bien cómo hay que articular inseparablemente: la caridad y la justicia, la solidaridad y la subsidiariedad, una democracia real con libertad moral; una economía ética, que haga realidad el destino universal de los bienes que tiene la prioridad sobre la propiedad, y el bien común, la dimensión asistencial junto a la promocional y política (estructural) e inter-relacionada con la cultural; la renta y el trabajo que, estando por encima del capital, sea para todos, decente, humanizador, con un salario justo; etc.

Tal como afirma Francisco, “no hablamos sólo de asegurar a toda la comida, o un «decoroso sustento», sino de que tengan «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Esto implica educación, acceso al cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras.

Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales…Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo” (Evangelii gaudium 192, 202-204).

Por tanto, como se ve, la fe e iglesia con su moral y doctrina social nos enseñan una autentica transformación y promoción liberadora e integral de las personas, los trabajadores y los pobres sin caer en paternalismos asistencialistas, individualismos neoliberales (capitalistas) ni comunismos colectivistas (colectivismos estatalitas); yendo a la raíz y causas de los males e injusticias, para que no se encubran con una supuesta acción o política social que, realmente, no resuelve los problemas de fondo en forma efectiva e inteligente. Asimismo nos lo ha transmitido la iglesia española con sus obispos y documentos tan imprescindibles como “Los cristianos laicos, iglesia en el mundo”, “Los católicos en la vida pública”, “La iglesia y los pobres”, “La pastoral obrera de toda la iglesia” o el reciente “Iglesia, servidora de los pobres”.

Cuestionando de raíz el sistema e ideología neoliberal capitalista o colectivista, ya San Juan XXII nos muestra que, como sucede en la actualidad, “si el funcionamiento y las estructuras económicas de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad humana del trabajador, o debilitan su sentido de responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto. Aun en el caso de que, por hipótesis, la riqueza producida en él alcance un alto nivel y se distribuya según criterios de justicia y equidad” (Mater et magistra 83).

Muchos otras claves, criterios y textos de la moral y DSI se podrían aducir, además de los ya citados en este artículo, mas creo que con esta síntesis de las cuestiones tratadas ya es suficiente, para mostrar su fecundidad y trascendencia. En definitiva, la fe e iglesia pretende que los pueblos, los trabajadores y los pobres sean sujetos protagonistas de su desarrollo humano liberador e integral. Las personas y comunidades viviendo en la pobreza solidaria, como iglesia pobre con los pobres, en comunión de vida, bienes y acción por la justicia con los pobres frente al egoísmo e ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. Tal como ha manifestado el Dios relevado en Jesús Pobre-Crucificado y Resucitado con su Reino de amor, paz, justicia con los pobres y vida (humanizadora, digna, plena y eterna). Y como lo han testimoniado los santos y tantos testigos de la fe a lo largo de la historia de la iglesia y del mundo.

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