Canciones bíblicas

Canciones bíblicas, Dvorák

¡Feliz martes! Es evidente que la Biblia ha sido una inagotable fuente de inspiración para una gran cantidad de compositores; y lo sigue siendo, claro está. Uno de los grandes compositores de sinfonías del pasado siglo XIX también se vio fascinado por los textos del libro sagrado y compuso unas obras llenas de un encanto especial.

Antonín Dvorák

Ese sinfonista es Antonín Dvořák (1841-1904), compositor checo nacido en Nelahozeves. Es ya conocido el periodo americano del compositor, en el que trabajó para el conservatorio de Nueva York. Este hombre humilde tenía allí tres pasiones (además de la música): beber, las palomas y los trenes. Con respecto a lo primero, parece ser que su hígado tenía buen aguante. Constantemente estaba escribiendo a su casero de Vysoká para decirle lo que tenía que hacer con sus palomas, y cómo debía alimentarlas propiamente, algunas regaladas por la familia real inglesa. Una o dos veces por semana visitaba el zoo neoyorquino para disfrutar de la colección de pichones que tenía. Le gustaba viajar en tren desde Nueva York a Iowa, donde pasaba los veranos. Dormía muy poco durante el viaje porque estaba atento a todo, disfrutando de todo lo que rodeaba el mundo de los trenes.

Escuchemos sus Biblické písně, op. 90, B. 185. Fueron precisamente compuestas mientras Dvořák estaba en Estados Unidos y el texto está tomado del libro de los salmos. Se dice que el maestro dirigió la vista a cuestiones religiosas debido a su añoranza de su Bohemia natal. En estas composiciones encontramos diversas influencias: desde los espirituales negros a la música popular americana. Escuchamos melodías pentatónicas, progresiones diatónicas y complejas modulaciones que le dan más dramatismo al texto. La composición ha sido alabada a partes iguales como una de sus mejores composiciones y denostada como una de sus peores. En cualquier caso, música de Dvořák en estado puro, se piense lo que se piense.

La partitura de la obra se puede conseguir aquí.

La interpretación es de Jan Martiník (bajo) y la Orquesta Filarmónica Checa dirigida por Jiří Bělohlávek.

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