"¡Vivir en Cuba como presbítero y obispo es un gran regalo que me ha hecho el Señor!" Monseñor de Céspedes: 50 años de vida sacerdotal y "hasta mi último aliento"

Monseñor Manuel Hilario de Céspedes
Monseñor Manuel Hilario de Céspedes

El pasado 21 de mayo celebró sus bodas de oro, Mons. Manuel Hilario de Céspedes García Menocal, al cumplirse 50 años de vida sacerdotal

Mons.eño de Céspedes, quien es obispo emérito de la Diócesis de Matanzas, concelebró junto a dos de sus hermanos obispos, una Eucaristía de acción de gracias por todos estos años transcurridos de servicio a Dios y a su Iglesia.

Compartimos íntegramente la homilía pronunciada por él en el día de su aniversario

El pasado 21 de mayo celebró sus bodas de oro, Mons. Manuel Hilario de Céspedes García Menocal, al cumplirse 50 años de vida sacerdotal. Mons. de Céspedes, quien es obispo emérito de la Diócesis de Matanzas, concelebró junto a dos de sus hermanos obispos, el cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez, arzobispo de La Habana y Mons. Juan Gabriel Díaz Ruiz, actual obispo de Matanzas, una Eucaristía de acción de gracias por todos estos años transcurridos de servicio a Dios y a su Iglesia.

Compartimos íntegramente la homilía pronunciada por él en el día de su aniversario.

Homilía

"Estamos aquí celebrando esta Eucaristía para dar gracias a Dios porque el día 21 de mayo de 1972, solemnidad de Pentecostés, el Arzobispo de Caracas cardenal José Humberto Quintero Parra me ordenó sacerdote en la Catedral de la mencionada ciudad.

De las lecturas de la Sagrada Escritura que nos propone la liturgia de hoy, me ha llamado la atención la pasión y el entusiasmo con que, como nos narra los Hechos de los Apóstoles, San Pablo anunciaba el Evangelio. Estaba dispuesto a desprogramarse cuando se daba cuenta de que el Espíritu Santo le estaba indicando ir a otro lugar.

También me ha llamado la atención lo que se expresa en el pasaje del Evangelio: "un sirviente no es más que su Señor". De ahí que, si a Jesucristo lo despreciaron y persiguieron, a sus discípulos también.

Estas palabras están dirigidas hoy no solo a los sacerdotes, diáconos y religiosas, sino a todo el santo pueblo de Dios. Por el carácter bautismal, cada cristiano está llamado a anunciar el Evangelio y a hacerlo como expresión de amor como Jesús. Cada cristiano debe estar preparado para el desprecio y la persecución, si fuera el caso, como le sucedió a Jesús y a muchos de sus discípulos a lo largo de la historia.

En estos 50 años el Señor no ha cesado de regalarme su gracia, de la que soy indigno, y no han dejado de estar presentes mis infidelidades y pecados. No he anunciado con pasión el Evangelio. No he asimilado el golpe del desprecio por ser discípulo de Jesús, sino que, a veces he osado pedirle cuentas a él. Por éstos y por mis otros pecados e infidelidades, pido perdón a Dios y me confío a su maravillosa e infinita misericordia.



Soy hijo de una familia católica. Muy joven mi padre murió de tifus un mes antes de que yo cumpliera 2 años de edad. Mi madre, joven también, quedó viuda con 5 hijos, el último de los cuales soy yo. Mi madre, mujer de fe sólida y de fidelidad sin fisura a la Iglesia, mujer humilde, fuerte, valiente, realista, generosa, cubana por los cuatro costados sacó adelante a sus hijos. Fui educado en mi familia y en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas de La Víbora donde estudié toda la primaria y la secundaria. Allí también estudiaron mi padre y Carlos mi hermano. En mi familia mi padre siempre estuvo presente con una presencia muy especial. Recuerdo con admiración y gratitud que cuando había que decidir algo, mi madre decía: si tu padre estuviera aquí él diría… Doy gracias a Dios por mi familia y mi colegio.

Fui uno de esos niños que juega a decir Misa. Mi consideración de ser sacerdote comenzó en mi adolescencia. Constantemente la rechazaba. Carlos mi hermano ya estaba en el Seminario El Buen Pastor y yo me decía que lo mío era embullo por el cariño que le tengo a mi hermano.

En el año 1960 o 1961 leí en el periódico Revolución un artículo publicado en primera plana firmado por Euclides Vázquez Candela (supongo es un pseudónimo) y titulado "Curas para qué" en el cual se atacaba a la Iglesia, a sacerdotes y obispos (Nuncio incluido). Acusaciones falsas e infundadas. Yo, adolescente, experimenté aquello como dirigido también a mí, experimenté que atacar a la Iglesia era también atacarme a mí y que yo no podría vivir sin la Iglesia. Pasado el tiempo interpreto esa reacción mía como una señal más clara de la llamada del Señor para servir comprometidamente a la Iglesia.

Misa



Después vino Puerto Rico y su universidad en la que participaba en el grupo de universitarios católicos de allí (en este tiempo un amigo que estudiaba también en dicho centro varias veces me advirtió a su manera que ni se me ocurriera ser sacerdote). Fue el tiempo de un serio noviazgo durante el cual mi novia me preguntó si yo estaba pensando en ser sacerdote. A éstas y a otras preguntas parecidas siempre respondía que no, así como en las ocasiones en las que me invadía ese pensamiento. Así hasta un día en el que, considerando todo esto a la orilla de la laguna de El Condado en San Juan, Puerto Rico, no encontré como decirle al Señor que no y fui a la casa del sacerdote con quien conversaba, el P. Nicanor Valdés Álvarez de la Campa, que en gloria esté, y le dije: "El Señor ganó. Voy a entrar en el Seminario". Expresando desde ese instante que estaba decidido a ser sacerdote en Cuba. Era el año 1966.

Y vino el Seminario San José de Caracas. Y vino la clerical tonsura por la que el sujeto se incardinaba a una diócesis. Unos días antes, a petición mía, el arzobispo me entregó un sencillo documento expresando que yo podía regresar a Cuba cuando se presentara la oportunidad. Doy gracias a Dios los cardenales Quintero y Lebrún, su sucesor, quien conversando conmigo sobre esta situación me dijo espontánea y explosivamente: "para la Iglesia de Cuba, lo que haga falta".

Y vino el ministerio sacerdotal en la zona de Petare, al extremo este de Caracas. Recuerdo agradecido el grupo de sacerdotes, religiosas y laicos que formamos para la atención pastoral de esa extensa y muy poblada zona. ¡Cuánto aprendí allí!

Leyendo el periódico en un buen día me enteré de que se había abierto el consulado cubano. Al día siguiente me presenté en él para renovar mi pasaporte, inscribirme en el consulado y solicitar la autorización hasta que, en septiembre de 1984, llegó. Y aquí estoy.

Misa



¡Cuánto bien le debo a la Iglesia venezolana! Me acogió como madre que recibe a un hijo. Dios bendiga a esa Iglesia y la Virgen de Coromoto la cobije.

Y vino el tiempo en Pinar del Río. Con el fraterno Mons. José Siro González Bacallao y vino el tiempo en Matanzas. Tiempos en los cuales no me ha faltado la gracia de Dios para, en esta Iglesia particular, ser sacerdote, pastor y cordero inmolado por este pueblo. ¡Vivir en Cuba como presbítero y obispo es un gran regalo que me ha hecho el Señor! En diferentes ocasiones lo he hecho mal o, simplemente, no lo he hecho debido a que no he correspondido a la gracia del Señor quien no deja de perdonarme.

A sacerdotes, diáconos, religiosas y laicos de Matanzas, los considero hoy mi familia. ¡Cuánta bondad les debo! Estoy en la última etapa de mi vida terrenal. Durante ella no he dejado de experimentar la mano de Dios que me ha sostenido admirablemente, sobre todo a partir de los 17 años de edad cuando salí de mi casa a países desconocidos. Él ha sido mi pastor, como rezamos en el Salmo 23. Durante la misma no he dejado de experimentar el cobijo maternal de aquella en cuya canoa deseo tomar asiento para ir al cielo. Ella siempre ruega por nosotros. ¡Alabado sea Jesucristo!

A pesar de mis años y mi enfermedad, el Señor me sigue llamando a servir. A nuestro obispo Juan Gabriel le digo lo que me enseñó a decir mi mamá: aquí estoy "para servir a Dios, a la Patria y a usted". Sé que, sirviéndolo a usted, sirvo a la Iglesia. Deseo servirla hasta mi último aliento. Como hijo de ella deseo morir. Ven Señor Jesús".

Con Información de Nosotros Hoy 

Monseñor Manuel hilario de Céspedes

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