Ha cuajado la estupidez porque ha triunfado la soberbia de la ignorancia. Antonio Robles: La casquería de la izquierda reaccionaria

Es la izquierda intelectual la que más ha renunciado a comprender la realidad para sustituirla por emociones, eslóganes y tribus. Rebaños enteros de adolescentes irreverentes nos dictan el nuevo destino de la humanidad sin tener ni pajolera idea del pasado ni asumir los costes de sus exigencias.

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La casquería de la izquierda reaccionaria

Aturdido por tanta impostura política, no le queda a uno gana alguna para desbrozar la maraña de patrañas de nuestros dirigentes. Es agotador ejercer de salmón. Esto no tiene buena pinta, y la devastación económica que se avecina no ayudará a calmar los ánimos. Amigos racionales y razonables que siempre abogaron por el respeto y la tolerancia ante la cerrazón entran en pánico y, al modo de Fernán Gómez, sólo les quedan ganas de mandar a la mierda a tanto mangante gubernamental. Una verdadera derrota del pensamiento, una desesperanza en la capacidad de la civilización occidental por detener la nueva invasión de los bárbaros.

No es una cuestión doméstica, afecta a la cultura occidental entera. Aunque nuestras cuitas las creamos únicas, la pandemia acultural es generalizada y, en muchos aspectos, importada. Ya en 1987 el filósofo francés Alain Finkielkraut nos advertía en La derrota del pensamiento de la deriva de la modernidad hacia una cultura zombi legitimada por los profetas de la posmodernidad.

En buena medida, es la izquierda intelectual la que más ha renunciado a comprender la realidad para sustituirla por emociones, eslóganes y tribus. Rebaños enteros de adolescentes irreverentes nos dictan el nuevo destino de la humanidad sin tener ni pajolera idea del pasado ni asumir los costes de sus exigencias. Puede que la deriva empezara en Mayo del 68, con el nacimiento de la juventud como nuevo gozne de legitimidad política y social, auspiciada por la liberadora revolución sexual y mantras tan fascinantes como vacíos: "Paren el mundo, que me bajo", "Bajo los adoquines está la playa", "Sed realistas, exigid lo imposible"… Tiempos de bienes alucinatorios que cegaron con su fogonazo la complejidad de las cosas. Como apunta crítico Félix Ovejero, la juventud, por el mero hecho de serlo, ya tenía razón. Se estaba dando entrada a la adolescencia en detrimento del conocimiento y la experiencia.

Ha cuajado la estupidez porque ha triunfado la soberbia de la ignorancia. Lo estamos viendo cada día en los nuevos movimientos antirracistas, de ideología de género, anticapitalistas, nacionalistas… Lo mismo levantan hogueras para incendiar la historia que recurren a la victimización para exigir una renta mínima universal por ser homosexual. Y todos tienen en común ser de izquierdas. Han cambiado la igualdad por la sacralización del derecho a la diferencia, que les garantice privilegios de grupo. Como si el mundo les debiese algo, como si el Estado tuviera la obligación de respirar por ellos. Un completo desconocimiento de la vida y sus reglas darwinianas. En términos más hirientes, hijos de la abundancia y la irresponsabilidad.

Quienes venimos de la izquierda y no aguantamos un día más esta impostura, hemos de repensar por qué la izquierda fue necesaria, cuáles fueron sus objetivos y qué instrumentos fueron necesarios para lograrlos. Y pasarles la ITV. Es a todas luces necesario reparar en que lo único que de verdad queda hoy en pie del marxismo es su concepción moral del mundo. Porque el marxismo, antes que nada, es una moral. Una moral laica, es decir, un código de valores con pretensiones científicas para lograr la igualdad entre los hombres. A esa pretensión se le llamó justicia social.

En realidad, es todo lo que queda del marxismo, una concepción moral del mundo; porque todo lo demás, o ha fracasado o ha desaparecido. Su lugar lo ha acabado por ocupar una casquería de ocurrencias religiosas de carácter laico basadas en la victimización que han acabado por conformar una edad de la piedad en derechos pero de la pereza en deberes.

En "El marxismo cultural como religión de Estado y secta destructiva", el conservador F. J. Contreras nos muestra un detallado muestrario de esa casquería, y Lluís Rabell desde la izquierda se atreve con algunos de sus excesos.

Es hora de que desde la izquierda oficial se aborde esta impostura, y nos confesemos todos que los valores de igualdad, libertad y realización personal a través de un trabajo digno y sin victimismos ventajosos se logran mejor a través de sociedades abiertas corregidas por políticas fiscales que por economías paternalistas de Estado o privilegios de grupo. El objetivo sigue siendo el mismo, lograr una mayor justicia social en el mundo, pero con métodos no comunistas.

Fuente:  Antonio Robles: La casquería de la izquierda reaccionaria

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