Cardenio en El Quijote



Es evidente que Cervantes ha querido elaborar la figura de Cardenio como caso paralelo a la parodia que del caballero demente hace don Quijote en el c. I.25. En cierta manera, antes de presentarnos la locura voluntaria de don Quijote en Sierra Morena, se nos hace contemplar con cierta morosidad la locura de Cardenio, conocido en los parajes como el loco de Sierra Morena, locura que de toda evidencia don Quijote trata de explicarse.

El narrador nos procura el retrato de Cardenio según lo vió Don Quijote por la primera vez. Es de notar el carácter dinámico de la prosopografía, en particular de la primera secuencia, que sirve perfectamente la intención de la etopeya, que es presentar a un loco en libertad cual un ser humano fugaz e inaccesible, incluso para otro loco como don Quijote, que lo observa con vivo interés:

Ilustración por Gustave Doré de la visión de don Quijote:

«Yendo, pues, con este pensamiento, vió que por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata, con extraña ligereza...», I.23.39.

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carden-: cardenal: 3; cardenales: 2; Cardenio: 102; cárdeno: 0

cardenal (doc. 1495, quizá ya en 1155; der. de cárdeno, 'amoratado', 929, del lat. cardinus 'azulado', deriv. de cardus 'cardo', por el color de las flores de esta planta) m. 'huella azul o amoratada que deja un golpe': «la señal que dexa el açote o el golpe en el cuerpo del hombre; de la color cárdena que se causó de la carne magullada y sangre alterada, en el lugar del golpe», Cov. 306.a.13.

|•| Sancho Panza explica a la ventera el estado de Don Quijote: «—No fueron golpes—dijo Sancho—; sino que la peña tenía muchos picos y tropezones.—Y que cada uno había hecho su cardenal.», I.16.3.

Cardenio (◊ forma sincop. de cardenillo 'materia de color azul verdoso que se forma por oxidación en los objetos de cobre', doc. 1495 de cárdeno 'amoratado', 929, del lat. cardinus 'azulado', deriv. de cardus 'cardo', por el color de las flores de esta planta.) m.

Cardenio: Polionomasia: El loco [de Sierra Morena], Roto de la mala figura, Caballero de la Sierra, Caballero del Bosque.

• Hay dos relatos sinópticos de género cortesano en la primera parte del Q. que están contados en primera persona por sus propios protagonistas (dos perspectivas de narradores homodiegéticos), que son respectivamente Cardenio y Dorotea (doble empleo del tema de la fuga a la soledad de un amante desesperado).

Ambos relatos, sabiamente fragmentados en pro de la suspensión, están vinculados por un personaje central, que les sirve de gozne: se trata de don Fernando, hijo de un duque, que por una parte traiciona la amistad de Cardenio y por otra falta a su propia palabra de matrimonio a Dorotea, hija de un fiel vasallo de su padre, intentando tomar por esposa a Luscinda, la amada de Cardenio, tras haber obtenido por engaño los favores de Dorotea. Este personaje es indisociable de Luscinda, la mujer que Cardenio ama desde su infancia y que su mal amigo don Fernando le ha quitado pretendiendo casarse con ella.

Así, pués, tanto Cardenio, el loco de Sierra Morena, como don Quijote se relacionan con el tópico del caballero que, por amores malhadados, se entrega a la soledad y a la demencia en estado semisalvaje, (Murillo).

• «La fuga del amante desesperado a la soledad de montañas, desiertos y lugares horros del comercio humano es tema de largo abolengo y no circunscrito, en principio, a ningún género determinado. En el caso particular de Cardenio, Menéndez Pidal pudo señalar como precedente cierto romance de Juan del Encina, pieza muy divulgada y que Cervantes recordaba del modo más obvio», FMV, p. 36.

• Esta historia sentimental inspiró una comedia de Shakespeare, hoy perdida, que se titulaba The history of Cardenio, que se representó en el palacio real de Londres en 1613. Téngase en cuenta que la primera parte del Quijote había aparecido, traducida al inglés por Thomas Shelton, en Londres el año 1612, (MdRiquer, Q., p. 232).

• Es evidente que Cervantes ha querido elaborar la figura de Cardenio como caso paralelo a la parodia que del caballero demente hace don Quijote en el c. I.25. En cierta manera, antes de presentarnos la locura voluntaria de don Quijote en Sierra Morena, se nos hace contemplar con cierta morosidad la locura de Cardenio, conocido en los parajes como el loco de Sierra Morena, locura que de toda evidencia don Quijote trata de explicarse.

• El relato comienza con gran sentido del suspense por el hallazgo de la maleta del loco por don Quijote, I.23.8. Sigue su primera aparición, que da lugar a su retrato, y el encuentro con don Quijote, I.23.53-54.

• El narrador nos procura el retrato de Cardenio según lo vió Don Quijote por la primera vez. Es de notar el carácter dinámico de la prosopografía, en particular de la primera secuencia, que sirve perfectamente la intención de la etopeya, que es presentar a un loco en libertad cual un ser humano fugaz e inaccesible, incluso para otro loco como don Quijote, que lo observa con vivo interés:

«Yendo, pues, con este pensamiento, vió que por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata, con extraña ligereza. Figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y revoltados, los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna, los muslos cubrían unos calzones, al parecer, de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos, que por muchas partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza descubierta; y aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el Caballero de la Triste Figura, y aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas y más siendo él de suyo de paso corto y flemático.», I.23.39.

• El personaje hace su propia autopresentación eminentemente etopéyica al comenzar por la primera vez el relato de sus desdichas:

«—Mi nombre es Cardenio, mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta, que la deben de haber llorado mis padres y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza», I.24.11.

• Pero el encuentro va a convertirse muy rápidamente en el conflicto muy marcado de dos locos, ya que por una minucia don Quijote se irrita y Cardenio lo vapulea:

«alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a don Quijote, que le hizo caer de espaldas.», I.24.17.

• Más adelante en la historia, cuando don Quijote decide explicar a Dulcinea su propia locura, viéndose falto de papel para escribir su carta, decide hacerlo en el librillo de memoria de Cardenio, el otro loco:

«Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla; que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio», I.25.41.

• Cardenio repite su historia al cura y al barbero, esta vez sin interrupción, I.27.22 y ss.

Encuentro con Dorotea, I.28.3.

• Cardenio y Dorotea se ven ligados en un mismo drama (don Fernando y Luscinda): I.29.3-7

• Cardenio es una especie de contrafigura de Dorotea: Dorotea o la listeza frente a Cardenio o la cobardía. (Madariaga) «Diríase… que los papeles están invertidos, que es Cardenio quien actúa como una damisela atolondrada y Dorotea quien hace cara al infortunio en actitud viril, uniendo en su persona lo mejor de ambos sexos, es decir, realizando ese ideal femenino del Renacimiento que era la virago, en el más noble sentido de la palabra.», FMV, 51.

• Encuentro con Luscinda y don Fernando:

Reconocimientos:



Ilustración de Ricardo Balaca y Orejas-Canseco ( 1844-1880) para la ed. de "El Quijote" por Montaner y Simón, en Barcelona, 1880-1883.

24. Callaban todos y mirábanse todos: Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. El Q.I.36.24.

Contexto:

23. Acudió luego el cura a quitarle el embozo, para echarle agua en el rostro, y así como la descubrió, la conoció don Fernando, que era el que estaba abrazado con la otra, y quedó como muerto en verla; pero no porque dejase, con todo esto, de tener a Luscinda, que era la que procuraba soltarse de sus brazos; la cual había conocido en el suspiro a Cardenio, y él la había conocido a ella. Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazada a Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio, y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les había acontecido.
24. Callaban todos y mirábanse todos: Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Mas quien primero rompió el silencio fue Luscinda, hablando a don Fernando desta manera:
25. —Dejadme, señor don Fernando, por lo que debéis a ser quien sois, ya que por otro respeto no lo hagáis, dejadme llegar al muro de quien yo soy yedra, al arrimo de quien no me han podido apartar vuestras importunaciones, vuestras amenazas, vuestras promesas ni vuestras dádivas. Notad cómo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha puesto a mi verdadero esposo delante. Y bien sabéis por mil costosas experiencias que sola la muerte fuera bastante para borrarle de mi memoria. Sean, pues, parte tan claros desengaños para que volváis, ya que no podáis hacer otra cosa, el amor en rabia, la voluntad en despecho, y acabadme con él la vida; que como yo la rinda delante de mi buen esposo, la daré por bien empleada; quizá con mi muerte quedará satisfecho de la fe que le mantuve hasta el ultimo trance de la vida.
26. Había en este entretanto vuelto Dorotea en sí, y había estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quién ella era; que viendo que don Fernando aún no la dejaba de los brazos, ni respondía a sus razones, esforzándose lo más que pudo, se levantó y se fue a hincar de rodillas a sus pies, y derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó a decir:
27. —Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que a tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya. Soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al parecer, justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad, dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído sólo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera que, aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío. Mira, señor mío, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable voluntad que te tengo. Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido; tú rogaste a mi entereza, tú no ignoraste mi calidad; tú sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad: no te queda lugar ni acogida de llamarte a engaño. Y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los principios? Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres decendencias; cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta a ti te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa; testigos son tus palabras que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me desprecias, testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste por testigo de lo que me prometías. Y cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho, y turbando tus mejores gustos y contentos."

El Q.I.36.23-27.

Feliz final del doble conflicto amoroso, I.36.25-40.

Se despide de los acompañantes de don Quijote, I.47.11.

• Menéndez Pidal vio en la figura de Cardenio una reminiscencla del romance de Juan del Encina que empieza «Por vnos puertos arriba / de montaña muy escura / caminava el cavallero...», Cancionero de Juan del Encina, Salamanca, 1496 [vii]. ® Dorotea ® loco: el loco [de Sierra Morena]

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Fuente de los textos:: Salvador García Bardón, Taller cervantino del 'Quijote', Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, 2005.

Edición crítica digital: Salvador García Bardón, El Quijote para citarlo, Skynet, Bruselas, 2005.

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