Carta abierta a monseñor Argüello
"Respétennos. Respeten la conciencia del laicado. Respeten el pluralismo político legítimo entre cristianas y cristianos"
Carta abierta a monseñor Argüello
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Señor arzobispo:
En estos días de Adviento, la liturgia nos sitúa ante palabras de vida y esperanza, de conversión y justicia, de reconciliación y utopía. Palabras que invitan a superar la crispación, a vencer el rencor y a creer que es posible —incluso en medio de la adversidad— la construcción del Reino: que el lobo y el cordero convivan, que no se aprenda la guerra, que cese la opresión, que el ciego vea y el cojo ande.
Desde esa clave evangélica estábamos realizando nuestra preparación espiritual cuando sus declaraciones públicas, además reiteradas, han generado una profunda preocupación. No porque la Iglesia alce la voz ante la injusticia —algo que consideramos necesario y evangélico— sino porque esas palabras, en el contexto político actual, han desplazado el foco desde la denuncia profética hacia el terreno de la confrontación política concreta, con el consiguiente riesgo de fractura en la comunión eclesial.
Queremos dejar claro, además, que compartimos plenamente su afirmación reciente de que la Iglesia no puede ser neutral ante la injusticia, la exclusión social, la falta de acceso a una vivienda digna o el sufrimiento de quienes quedan descartados. Esa palabra es necesaria, coherente con el Evangelio y con la Doctrina Social de la Iglesia, y nos interpela a todos. Precisamente por eso nos duele que esa denuncia profética —que puede y debe unirnos— se vea desdibujada cuando se cruza la línea que separa la exigencia ética del posicionamiento político concreto. La Iglesia no es neutral ante la injusticia; pero tampoco puede identificarse con una estrategia política determinada para afrontarla, porque es ahí donde, con igual sinceridad de conciencia, disentimos los propios cristianos y cristianas.
Para muchas de las personas que firmamos esta carta, sus palabras evocan momentos de nuestra historia reciente que creíamos superados. Tras la muerte de Franco, en un contexto igualmente complejo, quien ocupaba entonces el mismo cargo que usted, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, recordaba en la homilía de la entronización del rey Juan Carlos, el 27 de noviembre de 1975, que “no corresponde a la Iglesia presentar soluciones concretas de gobierno”. En coherencia con la Constitución pastoral Gaudium et spes, afirmaba también que la Iglesia “no impone un determinado modelo de sociedad ni patrocina una forma concreta de ideología política”.
Quienes suscribimos esta misiva somos laicas y laicos, miembros de parroquias, movimientos y comunidades cristianas diversas. Personas que, además, estamos comprometidas —precisamente por razón de nuestra fe— en mediaciones políticas, sindicales y sociales plurales. Es muy posible que entre quienes firmamos este escrito haya opiniones distintas sobre cómo afrontar la actual situación política: desde una moción de censura hasta una cuestión de confianza, un adelanto electoral o el agotamiento de la legislatura mediante la negociación
Pero ese, a nuestro parecer, no es el problema.
El problema no es qué herramienta constitucional se utilice, pues todas ellas son legítimas dentro del marco democrático. El problema es que, ante una pluralidad real de opciones igualmente legítimas, y ante la evidencia de que muchos cristianos y cristianas militan honestamente en posiciones políticas distintas, los obispos —y más aún quien preside la Conferencia Episcopal Española— entren en el terreno de la confrontación política concreta, aunque se haga invocando un supuesto título personal.
Sabemos que esta afirmación puede parecer dura. Pero no podemos decir otra cosa.
Usted conoce bien la Doctrina Social de la Iglesia, y precisamente por eso acudimos a ella. Antes incluso, quisiéramos recordar una noción teológica básica: la llamada gracia de estado. Esa ayuda particular que Dios concede a cada persona según su vocación y condición de vida para cumplir sus responsabilidades cristianas y cívicas. En el ámbito de la acción política concreta, esa gracia corresponde al laicado, no a los pastores.
Si desde la jerarquía se hubiera alzado una voz clara, sostenida y exigente contra la corrupción —en todos los casos, sin excepciones ni equidistancias— probablemente hoy no estaríamos en la situación actual
Si desde la jerarquía se hubiera alzado una voz clara, sostenida y exigente contra la corrupción —en todos los casos, sin excepciones ni equidistancias— probablemente hoy no estaríamos en la situación actual. Pero descender al terreno técnico de las soluciones políticas concretas, proponiendo como única salida la que defiende una parte del arco parlamentario frente a otras opciones igualmente legítimas, supone traspasar una frontera que no corresponde al ministerio episcopal.
La Gaudium et spes, en su número 43, reconoce explícitamente el pluralismo en la acción política de los cristianos: “Podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera.”
Y añade con claridad:
“En tales casos, a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia.”
Sin embargo, sus reiteradas declaraciones públicas han sido percibidas como una toma de partido clara, dando a entender que la autoridad moral de la Iglesia respalda una opción política concreta frente a otras. Y eso, con todos los respetos, no es legítimo.
El propio Concilio Vaticano II lo expresa con nitidez cuando afirma que no corresponde a los pastores ofrecer soluciones concretas a los problemas políticos, sino a los laicos y laicas, actuando con conciencia formada y a la luz del Evangelio: Leemos en el mismo punto 43 de Gaudium et spes “De los pastores pueden esperar orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que están siempre en condiciones de ofrecer soluciones concretas a todas las cuestiones, aun graves. No es esa su misión.”
Por todo ello, queremos terminar con una petición sencilla y profundamente eclesial:
Y eviten, en cuestiones controvertidas, actuar de forma que pueda interpretarse que la Iglesia otorga su autoridad moral a una sola de las partes en confrontación.
Atentamente,
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