EDITORIAL : Una falsa tregua y una blasfemia para los cristianos que crean en e su verdad.

El alto el fuego temporal impuesto por Putin en el frente de guerra carece de las condiciones mínimas de una tregua efectiva

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, se reúne con el patriarca Kiril en la residencia oficial de Novo-Ogaryovo, en noviembre de 2020.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, se reúne con el patriarca Kiril en la residencia oficial de Novo-Ogaryovo, en noviembre de 2020.SPUTNIK (REUTERS)

El anuncio de Vladímir Putin de abrir una tregua de 36 horas para celebrar la Navidad ortodoxa los días 6 y 7 de enero revela su doble cara como jefe militar y político. La protección de las tradiciones de la fe pretende emitir un mensaje humanitario sin que pueda ocultar a la vez el cinismo que reviste una decisión unilateral (otra vez) inmediatamente rechazada por las autoridades del país invadido. Un portavoz de Volodímir Zelenski ha sido muy explícito: la única tregua posible es la retirada del territorio ocupado militarmente y anexionado por Putin tras la celebración de cuatro (falsos) referendos. La propuesta de tregua posiblemente revela algo más de la estrategia de Putin al infravalorar la percepción que la Unión Europea y Occidente tienen de una guerra sin justificación y que de forma masiva han condenado. El gesto de Putin no puede ser más miope ante una comunidad internacional que no acepta las anexiones unilaterales y por la fuerza brutal de las armas. En realidad, lo que viene a demandar Putin es que Ucrania declare un alto el fuego para que pueda celebrarse la Navidad ortodoxa en el frente sin riesgo para sus propias tropas. Kiev no tendrá más remedio que acatar esa decisión aunque sea evidente la naturaleza propagandística de la maniobra de Putin. Una tregua solo es tal cuando media un acuerdo entre las partes enfrentadas y la garantía de un arbitraje neutral.

Putin ha amparado el alto el fuego temporal en la petición del patriarca de la Iglesia ortodoxa, Kiril. El papel de la máxima autoridad religiosa de Rusia tampoco ha sido en este caso ejemplar, si no que es abiertamente censurable. Fue el mismo Kiril quien alentó en los primeros momentos de la invasión a las tropas rusas a acabar con los ucranios e invocó la ayuda propicia de Dios. Las autoridades eclesiásticas —y los españoles tienen memoria de algunas de ellas— demasiadas veces se han equivocado al identificar la causa política que mejor encarna la justicia, la caridad y la piedad de sus mensajes pastorales. Y Kiril es el mejor ejemplo, después de que la Iglesia ortodoxa viviese su más grave cisma en 2018, cuando Kiev obtuvo del Patriarcado de Constantinopla la emancipación de la tutela y el control de Moscú. Kiril delata su inadaptación a la nueva realidad al haber dirigido su petición de tregua “a todas las partes involucradas en el conflicto interno”, como si no hubiese dos Estados enfrentados en el campo de batalla y, por cierto, dos iglesias con sus respectivos jefes y sin dependencia una de la otra desde hace un lustro. La denuncia ucrania de estar ante una operación de propaganda rusa no parece desencaminada cuando los bombardeos y oleadas de misiles contra objetivos civiles e infraestructuras ucranios han sido en los últimos días, y en las vísperas de la misma Navidad ortodoxa que hoy quiere proteger Putin, particularmente brutales e incoherentes con la teórica inspiración piadosa de una falsa tregua.

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