La doble vida En las dictaduras

En las dictaduras, la nomenclatura dirigente goza de un nivel de vida insultante en comparación con el de sus súbditos. En las democracias hemos inventado una variante de este absurdo

La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, junto a (desde la izquierdad, el secretario general de la UGT, Pepe Álvarez; el presidente de Cepyme, Gerardo Cueva; el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, y el secretario general de CCOO, Unai Sordo, el pasado jueves en Madrid.

La vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, junto a (desde la izquierdad, el secretario general de la UGT, Pepe Álvarez; el presidente de Cepyme, Gerardo Cueva; el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, y el secretario general de CCOO, Unai Sordo, el pasado jueves en Madrid.MARISCAL (EFE)

Sorprendió la noticia sobre cómo muchos de los dirigentes talibanes en Afganistán envían a sus hijas a estudiar fuera del país mientras que en el interior prohíben la escolarización femenina. Pero no tendría que escandalizarnos tanto. Si echamos la vista atrás, también en la España franquista, mientras aquí se instauraba una especie de bloqueo internacional que incluía abominar de todas las lenguas que no fueran la del imperio, los cachorros del régimen que se inclinaban más por la formación que por la jarana completaban sus estudios en el extranjero. Para las muchachas bien se reservaba el viaje a Londres si se cruzaba en su camino la necesidad de abortar, mientras que el resto habían de someterse a lo que marcaba la doctrina religiosa que regía las políticas reproductivas. Esa doble moral se ha mantenido intacta. Tras la sentencia de constitucionalidad de la ley de interrupción del embarazo los que presentaron el recurso miran para otro lado, ya volverá el día en que querrán utilizar esa munición electoral.

La doble vida en las dictaduras significa que la nomenclatura dirigente goza de un nivel de vida insultante en comparación con el de sus súbditos, pues el paternalismo ahoga a los ajenos pero no aprieta nunca a los propios. En esta inacabable estampa del doble rasero, el régimen iraní no se queda corto, con los lujos de una élite en el Teherán pijo unido a la imagen más contundente que uno puede ver en París, Nueva York o Londres. De la puerta de las tiendas de ropa, maquillaje y lencería de lujo no dejan de salir mujeres cubiertas por el velo normativo cargadas de bolsas. A estas alturas, y gracias a la música latina de desinhibición con respecto al dinero, a nadie le preocupa que se haga ostentación, pero aún continúa siendo hiriente si se apoya en un poder que se finge espartano, puro y moralista. En las democracias hemos inventado una variante de este absurdo. Nuestros gobernantes parecen acogotados y sumisos cuando tienen que sentarse ante los grandes empresarios y los directivos de empresas y multinacionales. Quizá por todo ello, en la polémica sobre la subida del salario mínimo los que más han protestado son los que más sueldo cobran y en la gestión de la tasa bancaria, antes incluso de aprobarse, escuchamos el lamento sentido de los que no quieren ver reducida su tajada.

Al consumarse la bendita transparencia sobre los beneficios anuales, resulta que el negocio bancario sale ganador neto gracias a la subida de tipos de interés decretada por el Banco Central Europeo. En un contexto de inflación fuerte y de subida hipotecaria para todas las familias endeudadas, chirrían las muestras de fastidio de la patronal bancaria por tener que afrontar una contribución mínimamente mayor de la que esperaban. Al fin y al cabo, cuando los españoles se vieron forzados a tener que disponer de sus fondos de recaudación públicos para salvar a entidades bancarias, dieron una lección de entrega sin condiciones. Bien es cierto que fueron engañados por parte de los gobernantes de entonces, que les aseguraron que todo ese dinero del rescate sería devuelto sin gran dilación. Al día de hoy se dan por perdidos tantos millones de euros que podríamos acabar por sentirnos como las mujeres afganas, cuando humilladas y pisoteadas además son obligadas a poner cara de agradecimiento por la protección con que las agasajan sus guardianes.

David Trueba

Volver arriba