Virgen de la Esperanza
18 de diciembre: III Jueves de Adviento
cércate con respeto al misterio de la Virgen-Madre.
“Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza». Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy». Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».” (Ex 3, 3-5)
María, la joven de Nazaret, visitada por el Ángel de Dios, es una mujer silenciosa, se abandona al misterio que la habita y en una confianza suprema, decide fiarse de Dios, sin explicar a nadie lo que le ha sucedido, según lo que narran los evangelios. Es prototipo de la mujer esposa, la amada de Dios; no es indiferente que Jesús la llame “Mujer”, con toda la resonancia que este nombre tiene en la Sagrada Escritura.
María es la mujer enamorada, la madre virgen, la consagrada de Dios, la sola para Él solo, enseñanza no reducida a los consagrados, sino a todos los que buscan el amor divino, que en esa estancia donde Dios se entrega sólo puede entrar cada uno. Mujer, madre, tierra silenciosa y virgen, nos enseña cómo concebir la Palabra, no como realidad biológica, privilegio exclusivo de la Madre de Dios, sino como posibilidad espiritual, según nos dice el Evangelio.
“El amor y la gracia de tu Hijo, hecho hombre por nosotros, sea nuestro socorro, Señor, y el que al nacer de la Virgen no menoscabó la integridad de su Madre, sino que la santificó, nos libre del peso de nuestros pecados y vuelva así aceptable nuestra ofrenda delante de tus ojos. Por Jesucristo nuestro Señor”.
Acércate con respeto al misterio de la Virgen-Madre.
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