Virgen de la Esperanza
18 de diciembre: III Jueves de Adviento
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“María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 18-20).
La joven María, embarazada, está cierta de cuanto le ha ocurrido: así lo comparte con su prima en Ain-Karem. Pero no quiere violentar a José imponiéndole la aceptación de algo que sobrepasa la razón. Se trataba del mismo misterio de Dios, y ante esta posibilidad de incomprensión y rechazo de José, no desea enfrentar la bondad y la fe de este hombre justo con la acción de Dios todopoderoso. Si José se casa con María sabiendo que va a ser madre, parece que es un hombre sin escrúpulos. José decide dejarla en secreto y en silencio. Esta mutua opción de silencio hizo posible el nacimiento de la Palabra hecha carne.
El silencio en calma de la fe y del respeto mutuo, ungido de amor y de bondad, es testigo a medianoche del nacimiento del Hijo de Dios en los brazos de María y ante el sobrecogimiento de José. El silencio ha hecho posible la vida y el don de Dios, el Emmanuel. Como el rocío antes de la aurora, la Palabra se ha hecho carne en medio del silencio. “Su madre conservaba todo esto en su corazón”. Esta actitud ayuda a quienes sienten la incapacidad de oír, a los sordomudos.
“No te pedimos, Señora, que nos des la voz y el oído para nuestros cuerpos, sino que nos concedas entender la Palabra de tu Hijo, y llegar a Él con amor, para la salvación de nuestras almas. Queremos amar nuestro silencio para evitar la calumnia, el odio y el pecado y, callando, dar testimonio de nuestra Fe”.
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