Virgen de la Esperanza
18 de diciembre: III Jueves de Adviento
“«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.” (Jn 14, 23-29)
Nos hace falta el Espíritu Santo para comprender las palabras que hoy nos dirige Jesús. Sin embargo, con tan solo escuchar que somos, por gracia, habitados por Dios, que albergamos dentro de nosotros a Jesucristo, que somos templos del Espíritu Santo, quedamos con sobrecogimiento sumergidos en la presencia divina.
Aunque no llegamos a comprender lo que somos ante Dios y para Él, porque palpamos nuestra contingencia, la revelación nos asegura que hemos sido hechos a imagen suya, a imagen de Dios nos creó. Esta identidad supera todas nuestras posibles acciones, y gracias a ella siempre podemos volver a la casa paterna.
El Espíritu nos permite llamar a Dios “Papá”; a Jesucristo, hermano, igual que al prójimo. La condición que nos revela Jesús es guardar su Palabra. Y quien la guarda, en frases suyas, “ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”.
Reza el Padrenuestro
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