Las Candelas Presentación de Jesús en el Templo

La ofrenda del Cordero

2 de febrero, Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo

 Evangelio

 “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor” (Lc 2, 22-25).

 Comentario

 Acabo de estar en Jerusalén y he vuelto a ver el mosaico que en el Calvario representa el sacrificio de Abraham. En la escena aparece un cordero enredado en una zarza, cordero destinado a morir en sustitución de Isaac, el hijo amado del patriarca. En el mismo recinto sagrado, en la capilla anterior al lugar donde se venera la memoria de Jesús clavado en la Cruz, en otro mosaico, aparece el Crucificado y María de pie, en actitud de dolor contenido, pero firme y creyente, en la ofrenda de su Hijo primogénito.

 Estas representaciones tan próximas en el lugar emblemático del Monte Calvario, nos permiten interpretar la concurrencia de ambas imágenes, y leer en clave teológica lo que anticipa el evangelista san Lucas cuando describe que María y José suben al templo a los cuarenta días para presentar al Niño Jesús, y en vez de llevar el cordero para rescatarlo, según la ley de Moisés, ofrecen al Niño en manos del anciano Simeón, quien adelanta a María el dolor que le supondrá la vida del Salvador del mundo.

 La zarza que enreda al cordero en el relato del Génesis profetiza a María, madre virgen, que lleva en sus brazos al Cordero de Dios para ofrecerlo, al igual que Ana, la madre de Samuel, como persona consagrada. Y ella asume con fortaleza el despojo del Hijo de sus entrañas.

 Hans Memling, en el tríptico de la Adoración de los Reyes, representa a María de pie, que entrega a su Hijo en manos del profeta Simeón, y en ello se puede observar el anticipo de esa misma postura al pie de la Cruz.

 La fiesta de hoy tiene doble vertiente: la que contempla la ofrenda del Primogénito de todos los hombres de manos de su madre, la Virgen Nazarena, y la que considera la fortaleza de María.

 Cada noche, la Iglesia entona el cántico de Simeón, porque cada día somos testigos de lo que Dios hace en nuestro favor. Entonemos cada día el “Nunc dimitis” como el anciano, porque cada día percibimos la salvación que nos ha adquirido el Señor.

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