Si Jesús pronuncia la parábola en la que une las imágenes, que se refieren a Si mismo, de rey y de pastor, habremos de interpretar el ejercicio de la realeza como el servicio del Buen Pastor. El Rey Pastor

Ungidos con aceite sagrado

Fin del año litúrgico

Solemnidad de Cristo Rey

 La Iglesia culmina el año litúrgico con la solemnidad de Cristo Rey del universo, y escoge como texto evangélico la escena en la que aparece el Hijo del hombre como rey, sentado en su trono de gloria.

 Sorprende la referencia en el mismo texto al rey y al pastor. No parece adecuado el protocolo de describir el gesto del veredicto real con la tarea de un pastor que separa ovejas de cabras. Mas, si Jesús pronuncia esta parábola en la que une ambas imágenes, que se refieren a   Si mismo, habremos de interpretar el ejercicio de la realeza como el servicio del Buen Pastor.

 Sin querer manipular el texto, lo cierto es que al coincidir las figuras del rey y del pastor, es posible ver que se iluminan mutuamente y descubrir que el rey es pastor y el pastor es rey. Y si colocamos la parábola en un contexto más amplio, no forzamos el sentido recordando las palabras de Jesús cuando se identifica con el pastor bueno y no con el asalariado.

 El mismo evangelista alude a Jesús en momentos cercanos a su Pasión, cuando se dispone a dar la vida por los suyos. “Después de cantar el himno salieron para el Monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea» (Mt 26, 30-32).

 Cabe interpretar la parábola del juicio final desde la opción de Jesús de salvar al mundo a costa de la Cruz, cayado de pastor, como la más explícita personalización de cada una de las obras de misericordia que Él mismo hizo. Es Jesús quien nos da de comer, de beber, nos reviste nuestra desnudez… Y gracias a su magnanimidad, podremos escuchar: “Ven, bendito de mi Padre”, porque yo por ti me di como pan al hambriento, por ti me di como agua al sediento, por ti me despojé de mi túnica para cubrir tu desnudez, por ti compartí la prisión con los condenados a muerte… Quizá, si percibiéramos esta verdad, nos nacería el deseo de imitar la generosa actitud del Maestro, llevando a término las obras de misericordia y gustaríamos ya en este mundo la bendición: “¡Ven, bendito, a mi reino de paz, de gloria y de justicia!”

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