Virgen de la Esperanza
18 de diciembre: III Jueves de Adviento
Camina paso a paso por el sendero de la vida diaria, sin perder la mirada en el horizonte.
“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 13-16).
“La reparación cristiana no se puede entender sólo como un conjunto de obras externas, que son indispensables y a veces admirables. Esta exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo” (DN 184).
Jesús, al referirse a ejemplos domésticos, no solo se convierte en pedagogo que enseña al alcance de los sencillos, sino que demuestra su vida familiar, la que aprendió en el hogar de Nazaret.
En las casas – cuevas de los tiempos de Jesús era muy importante mantener el fuego y la luz, porque la única entrada de claridad era la puerta, y si cerraba o venía la noche, el fuego, el candil, la lámpara eran los auxilios necesarios para poder ver dentro de casa.
El consejo que se nos ofrece para esta nueva etapa del Tiempo Ordinario es ser sal y luz. Por el mismo hecho de haber sido bautizados deberíamos ser testimonio luminoso y transparente. La sal evitaba la corrupción, y la luz significa testimonio.
Camina paso a paso por el sendero de la vida diaria, sin perder la mirada en el horizonte.
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