"La Iglesia, a veces, fue más madrastra severa que madre comprensiva" Ay, la familia

Iglesia familia
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"Jesús siempre tuvo una relación complicada con su familia, ya de por sí bastante poco convencional"

"Un día regresó  al pueblo y tras leer al profeta  Isaías se aplicó así mismo las palabras sobre el Mesías. Pues por el barranco que le quisieron tirar. Y eso que eran sus conocidos de toda la vida"

"No hay nada peor en el mundo que los tuyos te desprecien. Que cierren las puertas de tu casa, que te expulsen, que te echen y que te condenen al ostracismo"

"La Iglesia a veces también fue una familia complicada pronta a las expulsiones y condenas, más madrastra severa que madre comprensiva"

La familia es como una fuente con dos caños: uno nos regala todas las alegrías, la seguridad, el cariño, el apoyo incondicional en las tormentas; el otro nos envenena con discusiones, incomprensiones, decepciones profundas, heridas que jamás curarán.

Jesús siempre tuvo una relación complicada con su familia, ya de por sí bastante poco convencional. A los 12 años se escapó de los suyos para irse a predicar al templo con el consiguiente disgusto de sus padres, con el muchacho perdido tres días por la peligrosa y enorme Jerusalén. Ya en sus años de predicación su familia  escuchaba los dimes y diretes que no cesaban de llegarle a sus oídos sobre ese chico que había abandonado la carpintería y se había ido de predicador itinerante haciendo y diciendo cosas realmente escandalosas. Un día fueron a buscarle con su madre porque pensaban que estaba loco. Difícil vocación la de Jesús que hacía la voluntad del Padre pero no la de ninguno de sus familiares.

Un día regresó  al pueblo y tras leer al profeta  Isaías se aplicó así mismo las palabras sobre el Mesías. Pues por el barranco que le quisieron tirar. Y eso que eran sus conocidos de toda la vida. Y claro, allí no pudo hacer ningún milagro; el milagro casi fue irse vivo. Ellos creían que lo sabían todo de Él, el hijo de María y José, hermano de muchos de allí, carpintero… Para ellos imposible que de Jesús brotase tanta sabiduría o sanación. Y así le despreciaban.

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No hay nada peor en el mundo que los tuyos te desprecien. Que cierren las puertas de tu casa, que te expulsen, que te echen y que te condenen al ostracismo. En las tribus prehistóricas los expulsados se morían de depresión, devorados por la soledad y por los lobos. Cuantas personas hay que son rechazadas por sus familias. Hace poco hablaba con una religiosa carmelita muy feliz entre sus muros, pero abandonada por su familia que nunca comprendió porque dejó su carrera prometedora y su novio pintón por encerrarse entre las tapias de un convento. Otros eligen una carrera artística, en vez de ser ingenieros… Otros se casan con un candidato que no supera el casting de la suegra; otros simplemente optan por ser ellos mismos sufriendo la incomprensión, la expulsión o incluso la violencia doméstica, y muchos, muchas, la muerte…

La Iglesia a veces también fue una familia complicada pronta a las expulsiones y condenas, más madrastra severa que madre comprensiva. Hay algunos que enseguida hacen la lista de los admitidos y no admitidos colocándose como los porteros de la discoteca a la puerta de sus comunidades, iglesias o redes sociales.

Sin embargo Jesús tiene una capacidad de acogida excepcional. Su familia son borrachos, adúlteros, pecadoras, extranjeros, leprosos, enfermos, publicanos;  Él comía con todos, pues eran su hermanos y  Dios el Padre común. Somos una familia universal, compleja y defectuosa, pero a fin de cuentas familia. Hasta el mismo San Francisco extiende sus lazos de fraternidad a todas las criaturas: el hermano sol, la hermana luna, el hermano lobo…

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Pertenezco a una familia compleja pero siempre quise trabajar por la unión de mis hermanos y el sentirnos familia. A veces lo hice bien y a veces lo hice mal y yo mismo experimento la amargura indescriptible del desencuentro o la ausencia.

Pero quiero creer que todos debemos intentarlo con la dura pero necesaria medicina del perdón. También en nuestra Iglesia, también en nuestro mundo. No cerremos las puertas a nuestros hermanos. Es cierto que nos equivocamos y no herimos, pero siempre hay que da una oportunidad al reencuentro. Y a la sorpresa. Porque quizá ese familiar al que creemos que ya conocemos y lo hemos catalogado como desastre universal aún nos pueda sorprender con un milagro. Como Jesús.

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