Hay gente que tiene la fortuna de ir por el campo de su vida y un día cavando entre tantas cosas descubre un gran tesoro.  Algo que les centra, que les hace vivir de una manera nueva. El tesoro

¿Y si resulta que todo era cuestión de prioridades?

Hay gente que pasa  las semanas corriendo de una lado a otro como pollo sin cabeza, acumulando horas y medias horas en las que hacer incontables  tareas, espoleados por una agenda inmisericorde. Vivimos en la sociedad de la prisa. Madrid es un hormiguero con mil túneles surcados por caminantes vertiginosos con la mirada puesta en ninguna parte, la sonrisa inexistente bajo la mascarilla y los pasos rápidos hacia no se sabe que abismo laboral o afectivo.  Y así alguno pasa por la vida sin mirar ni a derecha ni izquierda en un prodigioso y absurdo salto mortal desde la cuna a la tumba, que al final esto son cuatros días.

Por eso hay que centrarse en lo importante. Hacer la lista de lo valioso. Habrá tantas listas como personas, con conceptos como la figurita de Lladró, el título universitario, la finca en Toledo, el partido del Madrid, el perro Fifí que lleva un collarcito de perlas blancas y hace cagaditas de perlas negras como los conguitos, ver series, pillarse una buena cogorza, liarte con esa chica o chico tan exuberante, etc… Igual alguno en su lista pone a sus hijos, o sus padres y no digamos milagrosamente a los abuelos. Somos una sociedad que ha evolucionado de miles de niños jugando en columpios cochambrosos y oxidados a muy poquitos niños en sofisticados castillos y toboganes, si es que juegan, presos desde edades muy tempranas en  la adictiva pantalla de los móviles. Lo de tener hijos  estaría en un lugar bajito de nuestra lista española. Y no digamos lo de valorar a los abuelos. Los abuelos, que se convirtieron en ayuda y sostén de miles de familias en tiempo de la crisis muchas veces se quedan varados en esos sillones rancios de los asilos rancios que huelen a pis rancio, con visitas casi inexistentes asediados por la guadaña del coronavirus, el tedio y el alzehimer. En estos tiempos de pandemia 54 muertos han estado esperando las lágrimas de sus seres queridos y nunca llegaron. Se quedaron ahí como los paraguas olvidados de los bancos de las iglesias. Por lo menos el gobierno los enterró con dignidad, pero sin lágrimas claro. Y un entierro sin lágrimas es muy triste.

Hay gente que tiene la fortuna de ir por el campo de su vida y un día cavando entre tantas cosas descubre un gran tesoro.  Algo que les centra, que les hace vivir de una manera nueva. Todo lo demás se vuelve secundario, incluso sonríen en la cola de la pescadería, o en el metro, o levantándose a las 6 para ir a trabajar. Sonríen hasta cuando se acuestan y se les salen los pies por debajo de la manta.  Les da igual. Vieron que no eran hojas llevadas por el viento ni arrastradas por el temporal. Les ha tocado la lotería y no me refiero al despreciable vil metal. Son conscientes del lugar que ocupan en el universo y en la historia. Porque todas las noches duermen en las manos del Amor, del Dios que les cuida como hijos únicos. Esa es su fe. Sentirse queridos y perdonados, curados, sanados. Se saben diferentes porque la Luz habita en ellos como en un farolillo de barro frágil y lleno de agujeros que deja traslucir el corazón poderoso de los tizones rojos de un Amor que no se puede apagar ni con mil cubos de agua.

A veces en la misma Iglesia damos valor a cosas que no son tan importantes y nuestras listas se vuelven una locura colocando en posiciones avanzadas el brillo de los ornamentos, las críticas viperinas de webs pseudocatólicas, los documentos de difícil digestión que elaboran no sé cuantas comisiones, planes pastorales  de laboratorio, ensalzar sin medida al fundador -fundadora que fue avanzado a su tiempo y suscitado por el Espíritu Santo en una alarde de originalidad inusitada montó una organización dedicada a la educación, por ejemplo…

Descubre tu tesoro, se consciente de tu realidad. Para. Tú eres un tesoro para ti mismo y para muchos. Tu ocupas el primer lugar en la lista de Dios, así es. El día que nos creamos esto de verdad todo lo demás se colocará en su sitio, en una vida más armoniosa en la que los problemas seguirán ahí pero no como dragones invencibles sino como batallas que vivir, a veces ganar, a veces perder…pero que no te quitarán la paz. Ya lo decía Santa Teresa de Jesús, mujer espiritual y terriblemente práctica, que vivió mil vicisitudes y nunca se rindió: “nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta”. Pues resulta que en ti está Dios escondido como una perla, como un tesoro. El día que lo descubras tu alegría será como un lago en calma, un castillo de luz inexpugnable.

Redescubre lo importante. Ordena prioridades. Cava y descubre ya tu tesoro.

Siempre ha estado en ti. ¡Qué alegría!, ¿Verdad?

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