Coronavirus: un reto para la ciencia y la convivencia

Coronavius: un reto para la ciencia y la convivencia
Coronavius: un reto para la ciencia y la convivencia

Confiemos en que la ciencia dará ese pasito más para encontrar una solución óptima a esta crisis. Pero al mismo tiempo que confiar en la ciencia, acompañamos nuestra esperanza con la  oración por este mundo tan frágil, por las víctimas, y por todos aquellos que cada día se juegan la vida cuidándolas. 

¡Como si estuviéramos en el Arca de Noé! Debemos aportar capacidad de organización, diálogo, imaginación, creatividad y perdón, para no convertir nuestros hogares en un infierno adicional al que existe a nuestro alrededor, por las tensiones y las crisis que nos pueden aquejar.

Desde nuestras casas podemos trasmitir fe y esperanza en esta situación tan terrible a todos los que por medio de las redes sociales, o el teléfono -también se agradecen las llamadas-  están en contacto con nosotros. La Iglesia doméstica en acción.

Una vez más en la historia la Humanidad se ve sorprendida por la naturaleza.  No es la primera vez, ni será la última. Los libros de historia y las hemerotecas son testigos  de otras crisis globales. La diferencia es que antaño la globalidad era más lenta y, ahora, es al instante. ¿Qué aprenderemos de este episodio? Sin duda alguna, tanto a nivel personal como social, muchas cosas. Y, por supuesto, cuando los libros de historia hablen de esta situación actual, podremos decir que la vivimos en primera persona. Nos sentiremos protagonistas de una dramática historia de la Humanidad. Pero ¿qué aprendimos? 

¿Cuáles son las constantes de este tipo de crisis? La primera y más importante es que, una vez más, el hombre aparece como limitado, vulnerable y, por lo tanto, temeroso de lo desconocido. Por otro lado, la ciencia, fruto de la razón humana, se manifiesta, de momento, derrotada, pero al mismo tiempo retada por este nuevo elemento. Confiemos en que la ciencia dará ese pasito más para encontrar una solución óptima a esta crisis. Pero al mismo tiempo que confiar en la ciencia, acompañamos nuestra esperanza con la  oración por este mundo tan frágil, por las víctimas, y por todos aquellos que cada día se juegan la vida cuidándolas. 

Mientras que los países, de manera más o menos certera, buscan retrasar el contagio para evitar el bloqueo de la atención médica, la ciencia se apresura a encontrar soluciones. Lo global y lo local se entrecruzan y se tensan. Esta es la encrucijada. Este es el escenario de un drama que se llevará demasiadas víctimas, aunque nos recuerdan que la gripe también se lleva cada año muchas vidas consigo. La estadística con sus datos y sus gráficas nos pone ante los ojos unas cifras que lamentablemente tendremos que  asumir, aunque nos gustaría rebelarnos. Esta certidumbre matemática nos enfrenta a la impotencia ante la maldita enfermedad. ¿Cuántas víctimas más?¿Cuántas semanas o meses más? ¿Le ganaremos la partida definitivamente o tiene que llegar cobrarse un porcentaje? 

A los ciudadanos nos toca algo muy sencillo y al mismo tiempo complicado: quedarnos en casa. Esto no es negociable. Es así, y cualquier otro comportamiento supone una irresponsabilidad, que la sociedad no se puede permitir.

En consecuencia, las parejas, las familias, estamos ante un reto vital: convivir horas y horas encerrados bajo el mismo techo con los que más quiero y más me quieren. Probablemente, nunca hemos convivido tanto juntos, y menos aún en un contexto tan dramático. Ésto, sin duda,  puede sacar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Será complicado, pero es necesario asumirlo. ¡Como si estuviéramos en el Arca de Noé! Debemos aportar capacidad de organización, diálogo, imaginación, creatividad y perdón, para no convertir nuestros hogares en un infierno adicional al que existe a nuestro alrededor, por las tensiones y las crisis que nos pueden aquejar.  Es el momento de demostrarnos que nos queremos y que la convivencia entre la pareja y entre padres e hijos es posible, enriquecedora y necesaria. Y más en las circunstancias actuales. Más unidos que nunca. Y muy cerca, y lejos, de nuestros mayores. La lejanía, en este caso, es un cuidado adicional. La convivencia familiar es un auténtico desafío. No vayamos a salir de esta situación con heridas irreversibles. 

En clave cristiana, nos toca rezar seriamente. Experimentar de manera existencial que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”, como nos recuerdan los Hechos de los Apóstoles. La Iglesia empezó así, haciendo frente -desde las casas de los primeros cristianos- a todas las dificultades. Es posible sentirnos en comunión con Jesús y la Iglesia entre las paredes de nuestros hogares. Desde nuestras casas podemos trasmitir fe y esperanza en esta situación tan terrible a todos los que por medio de las redes sociales, o el teléfono -también se agradecen las llamadas-  están en contacto con nosotros. La Iglesia doméstica en acción.

A medida que avancen los días o las semanas podemos ser presa de la desesperación. Vivamos de la manera más organizada posible, incluso dosifiquemos la información. Que otros temas también nos ocupen, preocupen e ilusionen,  para no caer caer en el desánimo. Esperemos de manera proactiva, multiplicando nuestra relación y nuestra colaboración. Es el momento de la música, de la lectura, del paseo entre la habitación y el comedor…¡Esto nos hará crecer personalmente a todos!

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