Hoy ministro, mañana en la cárcel

Sánchez y Feijóo, este viernes
Sánchez y Feijóo, este viernes Chema Moya/Efe

Es una lástima que la Iglesia no tenga al respecto de la corrupción, por múltiples razones, una palabra aceptable para la sociedad. No obstante debería intentarlo, como instancia ética, ya que quienes hablan ni tienen credibilidad, ni autoridad moral.

Miles y miles de hombres y mujeres se juegan la vida cada día honestamente por el bien común de sus conciudadanos en los más de ocho mil pueblos de España. Y no son mediáticos. En esos pueblos, la Iglesia, por medio de los párrocos, si que desarrolla una tarea de presencia ética y pedagógica. ¡Cuántos sacerdotes buscan el equilibrio y el diálogo para la búsqueda del bien común en sus parroquias!

La Iglesia, a pesar de su vergüenzas, tiene una palabra ética clara para contribuir a la regeneración de la vida democrática, contribuyendo a a la salvaguarda de todas las libertades, en el respeto a las personas, pero sin ceder un ápice a la justicia.

¿Se están preguntando algunos prelados, si, con discreción, pueden hacer algo para contribuir a una vida parlamentaria más prudente y menos agresiva, respetando el necesario y lógico pluralismo? Algunos obispos durante la Transición tuvieron, en la sombra, actuaciones notables y decisivas.

Hoy ministro, mañana en la cárcel

En estos días los medios de comunicación, cada uno desde su estilo e intereses, siguen haciéndose eco de los múltiples casos de corrupción y corruptelas que pululan por nuestra geografía patria. Y las comisiones de investigación de las dos cámaras (Congreso y Senado), con intereses absolutamente divergentes, nos muestran un circo intolerable. La fetidez de la corrupción se está volviendo insoportable hasta el punto que estamos consiguiendo que la sociedad se vuelva indiferente ante tamaña felonía. ¿Es lo que desean algunos? Casi la estamos integrando como el “padre nuestro” de cada día. Esto es absolutamente inaceptable. La sociedad debe exigir justicia y una clarificación de todos los casos y llegar hasta las últimas consecuencias. Es una lástima que la Iglesia no tenga al respecto de la corrupción, por múltiples razones, una palabra aceptable para la sociedad. No obstante debería intentarlo, como instancia ética, ya que quienes hablan ni tienen credibilidad, ni autoridad moral.

Sin embargo, los espectáculos de las entradas y salidas de coches, los pasillos por los juzgados de los posibles imputados o acusados, es un circo que raya lo grotesco. La justicia tiene que hacer su camino, muchas veces excesivamente lento, pero al final seguro. Y en España, a pesar de las muchas críticas, la justicia funciona. Ya hemos visto desfilar por las cárceles a políticos intocables. Cuando les llegue la hora entrarán, caiga quien caiga. ¡Qué pocas son las siglas que se salvan, cuando no por unas cosas, por otras!

Sin embargo, la ciudadanía no puede perder la confianza en la necesaria política. Miles y miles de hombres y mujeres se juegan la vida cada día honestamente por el bien común de sus conciudadanos en los más de ocho mil pueblos de España. Y no son mediáticos. En esos pueblos, la Iglesia, por medio de los párrocos, si que desarrolla una tarea de presencia ética y pedagógica. ¡Cuántos sacerdotes buscan el equilibrio y el diálogo para la búsqueda del bien común en sus parroquias!

Pero la justicia se caracteriza por la equidad y por la proporcionalidad, y desde la serenidad, sentencia a las personas. Es cierto que los espectáculos mediáticos de los políticos con problemas judiciales son proporcionales a la notoriedad de sus cargos, por eso no tienen más remedio que tragar su propia “pócima”, pero para la sociedad eso no puede convertirse en una venganza. Aunque muchas veces pensemos que se lo merecen por su prepotencia, desfachatez  y desvergüenza, no debemos ponernos a su nivel, ya que nos convertimos en depredadores de la vida humana. Y de paso les hacemos el juego a los partidos políticos de turno, que quieren ganar puntos con estas nefastas historias provocadas y toleradas muchas veces por ellos mismos. Todos los partidos deberían establecer unos filtros internos para que estas cosas se terminen de una vez, y no demos la impresión de un país de trileros. Y, desde luego, equidad absoluta y eliminar los aforamientos.

Evidentemente los delitos cometidos por estos personajes son gravísimos y las consecuencias de los mismos, a todos los niveles muchas veces irreversibles. Sin duda es indignante ver a personajes, que gestionaban lo público y que han traicionado, de una manera u otra, la confianza de los ciudadanos. Merecen un castigo, si se demuestra su culpabilidad, pero eso no justifica el ensañamiento y la destrucción de un ser humano. Por eso justicia, pero no venganza. La mayoría de ellos ya llevan una merecida cruz muy pesada, ya que les han pillado “in fragantí”. Han pasado del coche oficial al rechazo social. Como decía Yves Montand, en una película de Costa Gavras, que no recuerdo el título: “Hoy eres ministro, y mañana estás en la cárcel”. El porcentaje de corruptos no puede ganar la partida de la democracia.

La Iglesia, a pesar de su vergüenzas, tiene una palabra ética clara para contribuir a la regeneración de la vida democrática, contribuyendo a a la salvaguarda de todas las libertades, en el respeto a las personas, pero sin ceder un ápice a la justicia. El fango y los barrizales son el habitat  natural de la “gentuza” política, no de los políticos de talla ética y humana. No se puede someter a un país a esa única salida. ¿Se están preguntando algunos prelados, si, con discreción, pueden hacer algo para contribuir a una vida parlamentaria más prudente y menos agresiva, respetando el necesario y lógico pluralismo? Algunos obispos durante la Transición tuvieron, en la sombra, actuaciones notables y decisivas. ¿Pero también, la CEE podría pedir algo de continencia verbal, sin mermar su libertad de expresión, a algunos prelados que entran al trapo político acentuando su marginación y exotismo, y contribuyendo a la crispación? ¿Esos obispos dicen esas cosas con “mi bendición”? Todos tienen que bajar el pistón y dejar que la justicia haga su trabajo.

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