¿Para cuándo unas elecciones para los descartados?

La globalización ha acentuado la atomización, el individualismo y la indiferencia. No se trata de un juicio pesimista, sino real. La crisis de los inmigrantes y refugiados es un claro ejemplo de esta actitud generalizada. La fuerza desgarradora de alguna foto o reportaje nos golpea, pero pasa pronto. Darle la vuelta a esta situación para pasar a una sensibilización eficaz de la que nazca una solidaridad sostenida y sostenible es un objetivo utópico, pero necesario.
En nuestro país, aunque nos lo quieran justificar por motivos de la crisis, pero aún antes, los recortes sociales han sido impresionantes. La crisis económica se ha disfrazado de pretexto para “precarizar” el mundo laboral y para poner en entredicho todas las ayudas sociales y, por supuesto, anular toda iniciativa legal tendente a crear una sociedad más igualitaria. Las cifras de la pobreza en España se han disparado, y los índices, de acuerdo con todos los informes son absolutamente negativos, especialmente ha aumentado sustancialmente la brecha entre pobres y ricos. La llamada “recuperación”, para los economistas serios, afecta única y exclusivamente a la macroeconomía, pero la gente sencilla todavía no ha sentido de cerca una mejora de su vida. pero sobre todo las personas más vulnerables y situadas en los márgenes al contrario han visto sus vidas precarizarse aún más hasta la degradación. Es absolutamente necesario un Plan de Emergencia Nacional para combatir la pobreza severa y enquistada. Sin duda alguna, muchas personas están necesitando ayudas básicas para vivir a mínimos. En estos momentos en que caminamos hacia unas nuevas elecciones, esto debería aparecer en los programas con prioridad absoluta. Sin actuaciones serias y sostenidas en este campo de las políticas sociales estamos condenando a muchas familias a niveles de pobreza absoluta intolerables para cualquier lugar del mundo, pero inaceptables desde todos los puntos de vista para nuestra España actual. Y esa pobreza además, de acuerdo con los informes recientes de las Organizaciones de Acción Social y Caritativa tiene rostro concreto de mujer y de niño.
Muchas veces los Estados no son incapaces, ni impotentes para aplicar los derechos de los ciudadanos, sino que son intencionadamente incompetentes y voluntariamente contrarios. Esta es la pura y dura realidad. La razón es bien sencilla, la mayoría de esos ciudadanos no son votantes significativos o decisivos. Generalmente radican en las periferias o en los márgenes de la sociedad. El Papa Francisco en la Evangelium Gaudii, nos recuerda unas palabras muy duras: “Hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad…Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida…Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve.”. Y, justamente por esto ¿qué le supone, en votantes, a los gobiernos, políticas de aceptación e integración de los inmigrantes y refugiados? ¿A qué gobierno le interesa fomentar una política de hospitalidad?¿Qué le supone al gobierno promover políticas sociales en favor de la marginación y la exclusión?
Necesitamos desde la Familia, la Escuela, los Medios de Comunicación Social, las Redes solidarias reelaborar una cultura de la Fraternidad Convergente, es decir que nazca de una puesta en común de unos valores aceptados desde las religiones y las filosofías. Y que desde esa plataforma proyectemos políticas de concienciación y acción tendentes a la recuperación de la dignidad de todo ser humano. Cada rostro, cada persona es digna y respetable. Y, en lo que respecta a nosotros como cristianos, nuestro compromiso tiene que nacer de un encuentro con Jesucristo: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado”. (EG,2). Ese encuentro nos plenificará y nos llevará a un compromiso transformador de la realidad propia y de nuestro entorno.

Por eso, tenemos que mantenernos firmes en la lucha por los derechos, que decimos inherentes al ser humano. Una lucha para la que necesitamos mucha imaginación creadora y soñar despiertos con otros muchos hombres y mujeres. Un sueño compartido, que pueda, en el día a día, aterrizar ese deseo de un mundo más humano y más fraterno.
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