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Obligan a jubilarse, a los 90 años, al capellán del Hospital Clínico Universitario de Valencia

Temían que se contagiara del coronavirus

Como capellán del Hospital ha estado 9 años, 3 meses y 14 días y quería seguir.

A los 78 años se ofreció voluntario a Osoro que no tenía sacerdotes para el hospital

Julio Badenes.

Carlos Osoro estaba preocupado porque se había quedado sin capellanes en el Hospital Clínico Universitario de Valencia. Manifestó su pesar en una reunión de arciprestes, lo hizo de forma sutil, sabía que era un destino deseado por pocos. Julio Badenes, 78 años, alzó de inmediato la mano. Se pidió el destino. Ahora, a los 90 años, le han forzado diplomáticamente a retirarse por miedo a que el coronavirus acabara con su vitalidad. “Yo hubiera seguido igual, me siento con fuerzas”. Hace el mismo trabajo entre sus compañeros ancianos y enfermos en la residencia de sacerdotes Venerable Agnesio. Hasta les limpia la habitación a los que no pueden, porque las tres religiosas que cuidan del establecimiento andan sobrecargadas y no pueden con todo.

Su último día del superjubilado sacerdote, como él mismo se llama, fue el 19 de marzo, en plena vorágine del coronavirus. Los días 14 y 15 tuvo guardia. Los capellanes tienen asignada una guardia de 24 horas cada tres días. Con él trabajaban últimamente un sacerdote mexicano y otro colombiano. En las postrimerías, unos gamberros le profanaron la capilla, pero lo resolvió enseguida con su larga experiencia de torear duras lides.

A sus 28 años una mujer le profetizó que perdería la fe si leyera “La araña negra” de Vicente Blasco Ibáñez. Precisamente el Hospital Clínico está en la avenida Blasco Ibáñez de Valencia. Era una mujer de la periferia, de los núcleos duros de la increencia. Su parroquia era portuaria, difícil como todas las que le tocaron en suerte. Le tomó la novela, la leyó y devolvió. “Mire, no he perdido la fe. Ahora tengo más fe”.

Se sabe al dedillo el tiempo que le ha dedicado a la asistencia espiritual a enfermos en el Hospital, donde se ha desenvuelto como pez en el agua, le conocían y querían todos. Intento sonsacarle si ha sido una mala decisión sacarle de la capellanía y ya mandarlo al “reposo del guerrero”, pero inteligentemente no entra a la muleta. Comprende las razones que le expusieron, a su edad entra de lleno en el grupo de riesgo del coronavirus, y hay que velar por su salud y vida. Hubiera podido contra argumentar, alegar que se ha pasado la vida en medio de momentos duros y difíciles, en medio de enfermos y enfermedades, y que está inmune, ha podido con todo y nadie ha podido con él, pero ha aceptado. Ha pasado a atender a sus compañeros de residencia sacerdotes ancianos y enfermos, él, de 90 años, un nuevo destino que él mismo se ha auto adjudicado, no ha esperado a que nadie se lo mande. La primera vez que ha pasado de la Jerarquía. Un sacerdote ejemplar, santo, incansable, inasequible al desaliento.

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