Estamos hablando del verdadero núcleo de la persona. Para mostrar esto, vamos a poner un ejemplo de no-núcleo de una persona, la que está alienada y que lleva una máscara de normalidad emocional: Hitler, ejemplo perfecto para todos los que estamos perjudicados por un daño parecido y escondemos para nosotros nuestros propios déficits. Hitler fue el precursor de un proceso que hoy sigue en marcha. Un proceso que pone en funcionamiento la alienación del individuo y socava la posibilidad de desarrollar una identidad verdaderamente humana. Nos han educado en una forma de pensar que pone en valor la grandeza. Matar en el campo de batalla otorga grandeza. Los libros de historia no mencionan el terrible sufrimiento humano que proporcionan las batallas. Se mencionan los beneficios como valor supremo que ensombrece a lo demás. Como dice Arno Gruen, «Nuestra era encarna la culminación de una evolución hacia la inhumanidad, es el resultado de la pérdida de nuestra sensibilidad humana» (El extraño que llevamos dentro, Arpa, Barcelona 2019, 72)Hoy nos encontramos que cada persona es su propio Dios, y ese Dios moldea nuestra voluntad para tener voz. Pero, para ser persona, debemos encontrar a Dios en nuestro interior y no fuera de sí. Al perder esta parte interna, la buscamos en la grandeza y ya no nos reconocemos. Esto nos lleva a la falsa conclusión de que la historia se lleva a cabo gracias a los grandes hombres. «Y la pérdida de lo interior debido a su enajenación conduce a que las personas busquen su parte extraviada apoderándose de otras personas, humillándolas o eliminando a los hermanos considerándolos enemigos. Es la banalidad de tales personas, de las que Hitler es un ejemplo» (Ibid.74)Nuestra época encarnala culminación de una evolución hacia la inhumanidad, es el resultado de la pérdida de nuestra sensibilidad.