Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que transmitimos aquí por su alto grado de percepción:

“Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender” (J. VIANDOR, Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550).

Son aquellas mujeres y hombres que iluminan la existencia de las personas que las rodean. Gracias a ellas la vida es más alegre y esperanzada. Son personas-faro.

¿Quiénes son las personas-faro?

1) Son personas cuyo objetivo en la vida no es el dinero, ni el poder, ni la gloria. Procuran no hacer daño, buscan, por el contrario, pasar haciendo el bien. Tienen los ojos y los oídos abiertos para detectar las necesidades de sus prójimos.

2) Han aprendido a dialogar, empezando por la escucha, que es su característica más visible. Y como saben escuchar, han aprendido a hablar con las palabras precisas y en las ocasiones oportunas. Y también a callar…

3) Son personas de paz que la irradian a su alrededor. No echan leña al fuego de las discordias. Son capaces de mediar en los conflictos, buscando cauces de diálogo en los enfrentamientos. No intentan imponer ninguna solución, sino que se prestan a ayudar a que la encuentren quienes están sumergidos en la discordia.

4) Han aprendido a no juzgar. Buscan en cada ser humano lo bueno que hay en ellos. Pueden enfrentarse a los abusadores, pero sin faltarles al respeto en su dignidad de personas. En su forma pacífica objetan, empleando la no violencia activa, sean cuales sean las consecuencias que les acarreen sus acciones. Son sujetos morales que tienen a su conciencia personal como regla inmediata de su conducta responsable.

5) Aportan su voz y su participación en la toma de decisiones de los grupos donde conviven. Son capaces, sin renunciar a sus convicciones básicas, de ceder en parte para llegar a acuerdos o consensos. Pero no tienen miedo, si lo ven necesario, a mantener su posición, aunque sea minoritaria, contra viento y marea. Defienden el derecho al disenso, tanto para ellos mismos, como para quienes discrepen de su postura.

6) Pueden tener muchos o pocos conocimientos y no valoran a las personas en función de los mismos. Pero todas estas personas-faro coinciden en haber alcanzado un nivel de sabiduría bastante considerable. Es un saber-sabor que nace de las experiencias de su vida, de las buenas y, sobre todo, de las dolorosas. Esa sabiduría les capacita para vivir el presente, sin refugiarse en el pasado, ni huir hacia el futuro. Saben distinguir entre las cosas esenciales de las accesorias, que muchas veces quitan el sueño al común de los mortales.

7) Estas personas-luz no son perfectas. Son humanas y, por tanto, limitadas. Es posible que descubramos en ellas incoherencias en el propósito básico de su vida. Sus detractores se aprovechan de ellas para descalificarlas. Cuando lo hacen, la sabiduría de esas personas sale a relucir. Son capaces de agradecer las críticas como medio para superarse. Y sonríen, pues son capaces de perdonarse a sí mismas y de seguir su camino, procurando no volver a caer. Aunque saben que, probablemente volverán a hacerlo.

8) Muchas de esas personas–faro pasan desapercibidas. Los medios de comunicación de masas las suelen ignorar, aunque esporádicamente pueden aparecer en algunas situaciones especiales. Su estilo de vida choca demasiado con esos falsos valores que nos inculca el pensamiento único. Claro que ellas prefieren pasar desapercibidas y tratan por todos los medios de conseguirlo. A veces, hasta las más próximas desconocen que viven al lado de alguna persona con esas características. Y sólo cuando fallecen o cuando desaparecen de nuestro entorno, es cuando nos damos cuenta del vacío que dejan en nuestra existencia. Una luz cálida se ha apagado, dejándonos más fríos y más solos… ¿Quiénes son esas personas? La Biblia los llama justos. La Iglesia los denomina santos. (Cf. P. ZABALA, Personas-faro, Acontecimiento 95, Madrid 20010/2, 15)