Fiesta de la Sagrada Familia Cardenal Aguiar: "El Señor nunca olvida sus promesas"

Cardenal Aguiar en la Fiesta de la Sagrada Familia
Cardenal Aguiar en la Fiesta de la Sagrada Familia

"Cuando alguien promete a otra persona, la que escucha la promesa, si ya le tiene confianza a quien promete, espera con gusto el cumplimiento de esa promesa. La fe es indispensable tenerla, es confiar en la persona de quien voy a recibir el beneficio de esa promesa"

"Quien promete sabe cuándo va a cumplirlo, pero el que va a recibir la promesa no lo sabe. Está en una constante expectativa; y esa es nuestra vida. ¿Cuántas veces no le hemos pedido algo al Señor, y estamos esperando que cumpla, lo que le pedimos?"

"Las promesas de Dios se cumplen, no sabemos cuándo, pero es la fe la que ilumina y fortalece para mantener la esperanza. Conservemos siempre esa esperanza"

Con esta expresión, hemos respondido a la Palabra de Dios. Les propongo 3 temas de estas lecturas: El primero es sobre las promesas de Dios. Seguramente hemos tenido experiencia de haber prometido algo a alguien en nuestra vida. Recuérdalo para ver si lo hemos hecho como lo hace Dios. El segundo es sobre los tiempos para cumplir las promesas. El tercero es la luz de la fe.

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Cuando alguien promete a otra persona, la que escucha la promesa, si ya le tiene confianza a quien promete, espera con gusto el cumplimiento de esa promesa. La fe es indispensable tenerla, es confiar en la persona de quien voy a recibir el beneficio de esa promesa.

En el libro del Génesis, el Señor dice a Abraham: «Yo soy tu protector«. Y Abraham le responde: ¿Qué me vas a dar, puesto que voy a morir sin hijos y tú me habías prometido uno? No tengo ninguno. El heredero va a ser mi criado. Abraham reacciona porque ha pasado el tiempo y no ha recibido el cumplimiento de la promesa de Dios. Esto nos permite descubrir que quien promete sabe cuándo va a cumplirlo, pero el que va a recibir la promesa no lo sabe. Está en una constante expectativa; y esa es nuestra vida. ¿Cuántas veces no le hemos pedido algo al Señor, y estamos esperando que cumpla, lo que le pedimos?

Debemos aprender que los tiempos están en mano de Dios, no en las nuestras. Pero debemos tener fe en que Dios sí cumple, aunque no sabemos cuándo ni cómo. Jesús también así ha actuado con nosotros con la Iglesia, con la Comunidad de sus discípulos. «El Señor nunca olvida sus promesas«, respondíamos nosotros cantando. Y dice ese salmo: «Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas«. ¿Mil generaciones, quién las puede vivir? Sin embargo, la humanidad ya las ha vivido.

Estamos viviendo tiempos muy difíciles, así lo afirma el Papa Francisco: guerras en Ucrania y Rusia, guerras en Israel, en la Tierra Santa, guerras en el Oriente, dificultades en África con varios países, dificultades en América, y también en nuestro país. ¿Cuántos desafíos no afrontamos en este momento?

Nosotros venimos confiadamente a decirle al Señor: Acuérdate de tu pueblo, al pueblo al que enviaste a tu madre querida, María de Guadalupe. Por eso estamos aquí. Tengamos esa paciencia, a lo mejor personalmente no veremos esa paz que deseamos, y que nos transmite nuestra fe, pero debemos heredarla a las siguientes generaciones. Este es el punto de nuestra responsabilidad.

Así como Abraham le enseñó a Isaac, Isaac a Jacob, siglos después se forma ese pueblo numeroso, que le prometió a Abraham. Las promesas de Dios se cumplen, no sabemos cuándo, pero es la fe la que ilumina y fortalece para mantener la esperanza. Conservemos siempre esa esperanza. Nunca nos desanimemos porque no las veamos todavía cumplidas en vida, pero sí transmitamos la experiencia de «Simeón, varón justo y temeroso que aguardaba el consuelo de Israel porque en él moraba el Espíritu Santo«.

Eso es lo que necesitamos, confiar en el Espíritu Santo. «Espíritu Santo, llena nuestros corazones, enciende en ellos el fuego de tu amor«. Así es la oración al Espíritu Santo. Confiemos que él nos acompaña porque Jesús le pidió al Padre, que a sus discípulos los acompañara el Espíritu Santo, y es él quien acompaña toda la Iglesia hasta que se cumplan los tiempos de la salvación de Dios. Así exclama Simeón: «Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Si tenemos esta experiencia de que habrá cosas que Dios nos cumpla en vida, tengamos esta actitud de gratitud como Simeón.

Simeón

Démosle gracias profundas, igual que la profetisa Ana, quien desde los 7 años se acercó al templo y ya tenía 84 años de edad; por tanto 77 años llevaba sirviendo en el templo y vivió esa experiencia. Ana se acercó dando gracias por el niño que traía María en brazos, y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Esto es lo que tenemos que hacer, no guardemos en nuestro corazón nuestras experiencias de Dios. Compartamos las padres con los hijos, hermanos con las hermanas, abuelos con los nietos. Compartamos esas experiencias de Dios que hemos vivido, porque en esa transmisión, dejaremos ya sembrada la esperanza. Este es el camino de la sinodalidad, que tanto nos pide el Santo Padre Francisco que realicemos en nuestra Arquidiócesis y en todas las Diócesis del mundo.

"Transmitamos nuestras experiencias compartiendo lo que hay en nuestro corazón y no simplemente nuestras ideologías de lo que pensamos al percibir las realidades de la sociedad"

Transmitamos nuestras experiencias compartiendo lo que hay en nuestro corazón y no simplemente nuestras ideologías de lo que pensamos al percibir las realidades de la sociedad. Las ideologías confrontan, provocan batallas. Si solamente nos confiamos en ellas, sepamos que no son las ideologías las que salvan. Lo que salva es el amor entre nosotros, es compartir lo que llevamos dentro del corazón, las experiencias hermosas y también las experiencias que han sido de sufrimiento, ya que son las que más nos acrecientan en el amor de Dios. Recuerden como una enfermedad, una tragedia, un drama doloroso, nos hace crecer más.

Sabiendo que Dios siempre cumple sus promesas, recordemos la importancia de transmitir nuestras experiencias a los demás, y para ello es indispensable la fe, poniendo toda la confianza en Dios, nuestro Padre.

Los invito para que nos dirijamos a nuestra Madre María de Guadalupe, le abramos nuestro corazón, le agradezcamos su presencia. Miren todos los que estamos aquí. Estamos porque la amamos, porque sabemos que está pendiente de nosotros, pues abramos también a ella nuestras penas y nuestras alegrías.
Madre nuestra María de Guadalupe, al celebrar en este domingo la Sagrada Familia, donde fuiste madre del Hijo de Dios hecho hombre en tu seno, te pedimos nos auxilies para que aprendamos de ti la disposición en nuestras vidas para cumplir la voluntad de Dios nuestro Padre, especialmente para vivir al interior de nuestra propia familia, favoreciendo el ambiente necesario para que sea una cuna del amor, donde aprendamos a amar y a ser amados.

Por eso te pedimos que nos ayudes a desear la venida de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en nuestra propia familia. Ante el nacimiento que quizá hemos puesto en nuestras casas, y que cada vez que vengamos a misa, nos vayamos conscientes y alegres de llevar a Jesús como Palabra de Dios, y a Jesús presente en el misterio de la Eucaristía.

Danos el ánimo y la necesaria convicción de que somos discípulos de tu hijo, discípulos de Jesús, y por ello debemos dar a conocer a nuestro querido maestro a todos los hombres de buena voluntad, a todas las personas. Tomemos conciencia de que necesitamos conocer y meditar más en tu hijo Jesús, leyendo y meditando los Evangelios.

"Aprenderemos a transmitir mediante nuestro testimonio de vida que Cristo, tu hijo, camina y vive en medio y a través de nosotros"

De esta manera, aprenderemos a transmitir mediante nuestro testimonio de vida que Cristo, tu hijo, camina y vive en medio y a través de nosotros. Invocamos por tanto, tu auxilio por todas las familias de nuestra patria querida, para que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz en el interior de cada familia y en la relación entre ellas, en las vecindades, conjuntos habitacionales, departamentos, así como en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y los comercios.

Ayúdanos a responder al llamado del Papa Francisco para que fortalezcamos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, y escuchemos habitualmente la Palabra de Dios y a través de esa escucha, aprendamos a discernir la voluntad de Dios Padre para ponerla en práctica.

Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, dulce Virgen María de Guadalupe, amén!

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