"A los santos se les reconoce por lo que creen, por lo que hacen y por lo que celebran" Omella: "Un santo no es un superhéroe legendario"

Homilía de Francisco en Santa Marta
Homilía de Francisco en Santa Marta

"Los santos no trabajan para ser importantes, sino para hacerse pequeños"

"¡Atrevámonos a ser santos!"

Este viernes hemos celebrado la festividad de Todos los Santos. ¿Quiénes son los santos? ¿Podremos un día nosotros llegar a serlo? Los santos no son personas diferentes a nosotros. De hecho, muchos de ellos vivieron durante buena parte de su existencia al margen de Dios. No obstante, cuando se encontraron con Jesucristo, cambiaron radicalmente y decidieron entregarle su vida.

En las Escrituras Dios nos llama continuamente a la santidad: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). También encontramos esta llamada en el Evangelio de Mateo: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Cuando leemos estas palabras podemos caer fácilmente en el desánimo. Ciertamente, ser santo es imposible si contamos solo con nuestros propios recursos. Sin embargo, para Dios todo es posible, incluso que un día lleguemos a ser santos.

Un santo no es un superhéroe legendario separado de la realidad. No son tampoco personas autosuficientes ni perfectas. A los santos se les reconoce por lo que creen, por lo que hacen y por lo que celebran.

Un santo es alguien que está en comunión con Dios, que se hace uno con Él, que habla con Dios como con un amigo. Es una persona que abre su corazón a Dios y se deja transformar por Él. Es aquel que se deja guiar y modelar por el Espíritu Santo. Los santos han comprendido que para recorrer el camino de la santidad es necesario mantener la mirada fija en Jesús (cf. Hb 12, 2). Si tenemos los ojos fijos en Jesús y nos dejamos mirar por Él seremos transformados por su amor. Porque, tal como nos dice san Juan de la Cruz, «el mirar de Dios es amar».

Imágenes, evangelio vivo
Imágenes, evangelio vivo

Los santos no trabajan para ser importantes, sino para hacerse pequeños. Han experimentado que la santidad no consiste en enaltecerse sino en abajarse (cf. Mt 23,12). Se sienten como vasijas de barro. Frágiles vasijas que, través de sus grietas, dejan ver la pureza del amor de Cristo. Los santos viven con humildad y alegría el camino de las bienaventuranzas. Lloran con los que lloran, luchan por la justicia, siembran la paz y miran a los demás con amor. Para ello cuentan tan solo con la fuerza que Dios les brinda a través de los sacramentos y de la oración. Saben que allí donde terminan sus fuerzas comienzan las de Dios.

Dice el libro del Apocalipsis: «Mira, yo estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Dios llama a la puerta de nuestro corazón. No dudemos en abrírsela. ¡Atrevámonos a ser santos! La santidad no es un camino para unos pocos. Es algo cercano, real y posible para cada uno de nosotros. Es nuestra vocación fundamental. Pero, sobre todo, la santidad es un don de Dios que debemos hacer fructificar con la ayuda de nuestros hermanos.

Os animo a leer, si todavía no lo habéis hecho, la exhortación apostólica del papa FranciscoGaudete et exsultate, sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Queridos hermanos y hermanas, oremos para que acojamos al Señor en nuestro corazón y nos ayude a seguir el camino de las bienaventuranzas. Que María, Reina de los Santos, nos estimule a recorrer con decisión el camino de la santidad. Y que Ella, que es Madre de la Esperanza, acompañe hasta el cielo a nuestros queridos difuntos.

Cementerio
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