Al cielo se entra por la puerta trasera

Justamente lo decía el evangelio de esta mañana, 23 de Junio. “Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle, que llevan a la perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos” (Mateo 7, 13-14).

Érase que se era, érase una vez... un obispo rumboso y ortodoxo, en sermones un poco soso. Murió y se fue derecho al cielo, dispuesto a entrar por la puerta grande, pero no había un alma en los alrededores.

“¡Qué raro!”, pensó para sus adentros, “¡Una toma de posesión sin autoridades a la espera, ni coche oficial que me conduza hasta las alturas de la Trinidad Beatísima!”

Revoloteaba un arcángel que le puso al tanto: “Monseñor, por aquí no se entra, tome la senda de la izquierda que acaba en la puerta trasera. ¿No se acuerda que el Maestro entró en Jerusalén en borriquillo?”.

Monseñor frunció el ceño. ¡Mencionarle a él la izquierda... qué atrevimiento... ese arcángel debe ser un infiltrado del gobierno...!

Había mucho barro en la senda. Se pusieron perdidos los mocasines de raso episcopales. Lunares de fango ensombrecieron los calcetines purpurados.

Hecho una pena llegó al fin a la puerta de la cocina. Allí estaba Jesús echando un cigarrillo con un grupo de los sin techo. “Bienvenido, amigo mío, en buen momento llegas. Estamos preparando olla y migas. Últimamente, con esto de la crisis, no damos abasto. Pero pasa, hombre, pasa, no te quedes embobado ahí fuera, remángate los faldones y acomódate. Por cierto, tira esa mitra, que aquí te va a estorbar. Y antes de la faena échate un trago de este vino, que esta es mi vida, y prueba este pan de horno de pueblo, que esto es mi cuerpo...
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