“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. “ Cosas del corazón, entre María y Dios

Cosas del corazón, entre María y Dios
Cosas del corazón, entre María y Dios

Cuando la Palabra seduce y enamora el corazón, todo vuelve a su amor primero, a la fuente de la vida y genera salvación. María referente de fecundidad en el amor seductor divino. Dios está a la puerta y llama, ella le abrió y en su corazón se operó el misterio de la salvación para toda la humanidad. Cosa de corazones, ahí se conservan, se meditan y así se fecundad. Dulce corazón de María, sed la salvación mía. 

“Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. “

Meditar en el corazón

El corazón es la sede del ser y del sentir viviente. La sagrada Escritura busca mostrar continuamente el interior de Yahvé manifestando que es ahí donde se opera su generosidad y su salvación. No es un ser superior indiferente e indoloro sino todo lo contrario. El hombre, creado a su imagen, también es un ser de corazón, lleno de emociones, sentimientos, con un interior en el que se realiza el encuentro con su creador y con todo lo creado, especialmente con sus semejantes.

El corazón de Dios: humano y divino

El nacimiento de Jesús nos adentra en el misterio inescrutable de la encarnación, en el encuentro definitivo de lo divino y lo humano en la grandeza inefable del amor. La señal más magnífica es de la sencillez más sublime, un niño en la intemperie de la criatura acogido por el amor de una madre y un padre. Ahí ya no hay frontera alguna entre lo divino y lo humano, nos volvemos locos para explicar algo que no puede tener más comprensión que la que viene del corazón de un Dios, loco por ser padre y madre y amar a toda la creación en el empeño de hacer la plena y feliz.

La locura de ese dogma afectivo divino trabaja con corazones de la sencillez de lo humano. Son los pobres fieles del pueblo los que sirven de cauce para que la corriente generosa de la vida pueda llegar a regar toda la historia y toda la realidad creada. Hoy en la fiesta del corazón de María, el evangelio nos hace reparar en alguien tan simbólico como real, la figura de la joven de Nazaret, como Madre de Dios. Ser madre de lo divino abrazando y acogiendo al hijo que se ha gestado en sus entrañas, con la confianza firme de que es don único del creador que sigue salvando a la humanidad, como viene haciéndolo por los siglos de los siglos, con grandes acciones en favor nuestro. Ella lo ha preparado todo desde su encuentro con la misericordia divina en su pequeño corazón, en la meditación de una historia que se le ha revelado como lugar de salvación permanente. Ella se ha encontrado con el amor de Dios y se ha dejado hacer por él.

La estructura vital y personal de María es la que define en Cristo, “dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Escuchar la Palabra en el corazón es el horizonte verdadero de la salvación y la liberación del pueblo y de cada ser. Dios se define en su hacer por saber escuchar el grito, el dolor, la necesidad de su pueblo y de sus hijos.

María, como aprendiz e hija fiel, ha desarrollado su interior orante para abrirse a la vida y en ella a la voluntad del Señor, queriendo no hacer otra cosa que cumplirla con alegría. Cuando se da la escucha mutua en el seno profundo de los afectos verdaderos, nace la lectura creyente y esperanzada de la realidad. La que ayuda a entender el nacimiento en pobreza, la vida oculta, la predicación sincera del reino y sus riesgos, así como la presencia firme y dolorosa junto al árbol de la cruz.

La grandeza del misterio es que ahí, en ese camino creyente ante la Palabra es donde se está gestando la maternidad divina de María, que no sólo lo recibe en su matriz, sino también en su corazón desde el anuncio del ángel Gabriel hasta la proclama de otro ángel en la resurrección, tras el trago amargo de la crucifixión. Para María, Cristo es la Palabra definitiva del Padre y ella siempre ha mantenido la misma actitud ante él: “Hágase en mí según tu Palabra”. Hacerse según Cristo es lo propio de Santa María como Madre de Dios.

La Iglesia, así como cada cristiano, a la luz de esta referencia creyente mariológica, estamos llamados a dejarnos hacer por la Palabra. Que el Padre pueda actuar en nuestro corazón con su Palabra para hacernos según su Hijo querido, hasta que nos rindamos ante él confesando con Pedro. “Señor a dónde vamos a ir, si sólo tú tienes palabras de vida eterna.”. Gestar en el corazón de la humanidad la presencia de Cristo para que sea su Espíritu el que nos mueva a cumplir la voluntad del Padre, en el deseo de que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad salvadora. Ser comunidades de la Palabra viva, encarnada, entregada, comprometida, sentida es lo que estás en el horizonte de la verdadera salvación. Aquí está la tarea de la Iglesia que mira a María como Madre de Dios y madre suya.

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