Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Señor que vea... Irene nos abrió los ojos. Madres sin límites.
Se acaba de celebrar un congreso encuentro de la asociación "Madres sin límites". Reyes, madre de Irene, de quien hablamos en el hecho de vida, fue la que la inició en Extremadura, junto a otras madres, y hoy es una realidad donde se aprende a ver la vida con otra luz.
Dios es el que sale a la búsqueda y al encuentro de la humanidad para ser luz y camino. La profecía siempre avanzará en la dirección de esta claridad: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.” (Is 9,1)
| Jose Moreno Losada
de octubre – Domingo, XXX TIEMPO ORDINARIO
Evangelio: Marcos 10,46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno empezó a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí». Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Dios y la luz
El relato de la creación, confesión de fe esperanzada, nos llama la atención sobre la importancia que tiene la luz como fuerza dinamizadora de todo el proceso. Sin luz no se puede hacer nada, Dios sólo actúa con el previo de la luz que abre a la vida y a la realidad, solo desde la luz fundante puede después aparecer la luz del día y de la noche y se puede poner nombre a las cosas. Dios se hace luz y palabra que da fundamento a la realidad de todas las criaturas.
El hombre camina y busca la luz, nada puede calmar esa sed si no es el principio que ilumina toda la existencia. le da sentido y orientación.
Hemos visto su estrella, Irene
Hace unos días preparábamos un acto ecuménico para la clausura en la delegación diocesana de Mérida-Badajoz; me ayudaba Pedro Monty, un músico excelente, un maestro original y creativo, un creyente inquieto. El lema de la semana ha sido ‘Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’, se refiere a la luz de la vida. ¿Dónde encontrarla? Me hablaba de su hija Irene, que ese día cumplía 6 años y luego recibí el vídeo de un ejército de niños cantándole el ‘Cumpleaños feliz’.
Irene nació, tras un proceso muy largo de dudas y misterios dolorosos en el embarazo, con límites muy grandes de visión por cuestión cerebral. Desde entonces es todo un reto para los que le rodean, en especial para su padre y su madre, Reyes. Ellos testimonian cómo su vida y su fe se han transformado desde este hecho de vida tan importante para ellos. Yo le he oído decir a su madre que Irene le ha abierto los ojos y le ha enseñado a ver la vida: “Yo no veía y ahora veo”. Ha sido su estrella de Belén, todo lo que eran sus dudas en la fe, sus quejas de la vida, hasta de los cercanos, pero sobre todo su visión de los débiles y de los limitados, ha sido iluminado y transformado por Irene y sus ojos.
Para su padre ha sido una confirmación de que la vida solo merece la pena si se da. Algo que él ya intuía antes, y que le hacía ser disperso y deshacerse en favor de otros, con creatividad y generosidad, ahora se ha hecho dogma de vida y de la fe. La organización de su casa, su vida, sus horarios, sus trabajos, etc., todo se ha remodelado con una nueva luz, en la que no falta la alegría y la esperanza.
Una nueva visión de los otros hijos, de la gente que vive en la misma situación, de las asociaciones unidas frente a la dificultad para que tengan vida en abundancia. Y cómo no, la imagen de Dios y el descubrimiento de los sentimientos de Cristo en este camino. Irene les ha liberado de tantas cosas y les ha abierto horizontes tan nuevos que solo hacen dar gracias a Dios y amarla agradecidamente, como un tesoro, y les ha “unido de un modo nuevo”. Ahí han encontrado la luz de la estrella de Belén, la señal de Dios envuelta en pañales y acostada en una ceguera que da la vista a los que la rodean; como Jesús, la pobreza que enriquece, que une más allá de todas las diferencias.
Señor, que vea
Yo como el ciego del camino pido un milagro para verte. Así lo pedimos en un himno de la liturgia de las horas. La visión de Dios ha sido reto del hombre a lo largo de toda la historia. Los salmistas lo desean y lo gritan, el deseo de ver el rostro de Dios, de entrar en su luz. El hombre creyente en el antiguo testamento, aunque lo desea se siente impuro e indigno, y teme el encuentro, pero no puede no buscarlo: “tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro”. Los profetas necesitan ser purificados en sus labios y en su corazón para poder entrar en relación y hablar con Yahvé. La limpieza de corazón se convierte en condición para poder ver a Dios.
Jesús de Nazaret ha visto al Padre y lo ha oído en lo más profundo de su corazón, por eso él proclama que serán dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. La visión de Dios se presenta como el culmen de las promesas mesiánicas y del anuncio profético. Con dicha visión viene el conocimiento amoroso del Señor que se derramará sobre todas las criaturas y sobre todos los montes y pueblos. No hay nada mayor que esa visión, ese conocimiento como nos dice Pablo no es comparable a nada, a ninguna riqueza vale nada ante él. Ver a Cristo, conocerlo, amarlo y seguirlo. Desde ahí el grito del ciego del camino, en el que estamos toda la humanidad sedienta y ciega, cuando pide “señor, que vea”.
El evangelio nos invita continuamente a entrar en el camino de la purificación que nos limpia el corazón para poder conocer profundamente a Cristo y su evangelio. Jesús de Nazaret se proclama a sí mismo como luz del mundo que ha venido para que todos tengan vida y conozcan al Padre. Por eso el hace lo que le ve hacer, lo que le dice, lo que ama. No es posible conocerlo y no amarlo y no seguirlo. El ciego del camino comienza a ver y lo seguía, no podía hacer otra cosa, seducido por la luz y la vida.
La dinámica de nuestra fe ha de pasar por el encuentro vivo y personal con Cristo, desde él nuestros ojos almados se harán faros de nuestra vida y alumbrarán a los de nuestra casa. La vida creyente es un proceso de iluminación que ayuda a discernir y caminar por pasos de novedad y esperanza. Redescubrir el bautismo como luz es tarea de toda la vida, alumbrar y bautizar en Jesucristo nuestras vidas y nuestro caminar histórico es la tarea que tenemos entre manos. La misión no podremos hacerla sin ver con la mirada y los sentimientos de Cristo. La comunidad eclesial está llamada a poner en el candelero la luz para que nos alumbre a todos en la casa y la familia del Padre.