Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) La serpiente de oro y el rico Epulón

La serpiente de oro y el rico Epulón
La serpiente de oro y el rico Epulón José

Ayer vino a la Eucaristia Maria Elena con su hijo Saúl, porque Hugo fue con Sohe, la pequeña, a una fiesta de cumpleaños de una compañera de clase. Me alegré de esa invitación, ellos acaban de llegar a Badajoz, son de Venezuela. La niña lleva sólo unos días en clase y estaban muy contentos de esa invitación. Un signo de acogida y fraternidad entre los niños, ojalá fuera esa la norma en el mundo de lo humano, en el mercado, en la plaza y  en la calle... hacia un nosotros más grande, sin Epulones de indiferencia y desprecio. Yo recordé una de las peticiones de la eucaristía de la mañana que me llamó la atención y que rogaba para que no "metalicemos" nuestras vidas.

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Serpiente de oro

La leyenda universalizada puso en el lugar de la tentación una manzana, algunos la quisieron revestir de eros, aunque Israel la descifró más tarde con el becerro de oro. Parece que ha interesado una interpretación más vegetal que metálica, pero la realidad de la historia y su pecado permanente más bien nos muestra que la orientación de la caída se abría en la dirección de una desigualdad que rompía lo humano y lo fraterno de aquel lugar donde la presencia de lo divino era garantía de comunión y plenitud. El paraíso no era un lugar, sino un estado de gracia para saber vivir mucho más sólo con lo necesario y con la riqueza de la relación viva y sana en el amor, se trataba de una ecología integral y armónica. La tensión entre Dios y la riqueza se traduce en fraternidad o desigualdad. Hoy está viva y es profunda dicha dialéctica, y nos interpela radicalmente a los ricos del mundo, a los que vivimos en sociedades del bienestar con el peligro de la ceguera y el solipsismo del placer y el gozo de poseer en medio de un mundo lleno de desigualdad e injusticia. 

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo mientras que tú padeces. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas no harán caso ni aunque resucite un muerto”». (Lucas 16,19-31)

¿Jugando con lo humano? Los que no juegan

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68bf3cac218ba3bc87f6f21d9ee23ef1 Jose Moreno Losada

En estos días, no sé muy bien porqué, me vienen a la memoria recuerdos de la infancia que, sin llegar a entender su proceder, me dejan un sentir de honda tristeza. El mismo pesar percibo en muchas personas y espacios distintos e inimaginables. Recuerdo que, en mi pueblo -Granja de Torrehermosa-; medio siglo atrás, los niños, al atardecer, jugábamos "al guante", a pillarnos unos a otros en la plaza del pueblo, y en los poyos de la plaza; a la sombra de la torre, alrededor de la farola situada en el centro.

 En la misma plaza, junto a los bares cercanos, se podía observar una cantidad ingente de hombres -todos varones- que conversaban y pasaban horas y horas como un quehacer obligado y necesario. Era el lugar donde iban cada día a participar en otro juego muy distinto: esperaban ser contratados por los encargados de las fincas de los señores que vivían en las capitales, aunque tenían sus casas palaciegas en nuestras mejores calles; o por los labradores del pueblo.

 Allí vivían sentimientos contradictorios, según fueran escogidos o no para ganar el jornal -el pan de la familia- del día siguiente. En medio de aquel escenario que hoy vuelve a rescatar mi memoria. Cómo recuerdo la vuelta de mi padre alegre y dicharachero si lo habían elegido para algunos días de trabajo, o triste y cabizbajo si no lo habían tenido en cuenta.

 Entendía yo que era como perder o ganar en el juego, aleatoriamente. Pero, en su caso, sólo jugaba el que elegía, el que tiraba el dado y movía ficha. Ellos, hombres hechos y derechos, sólo podían esperar la gracia del que señalaba. Imagino que los mayores, los más débiles, los más pobres, los menos conocidos, etc., serían postergados y sólo les llegaban las migajas de la abundancia que cayeran de las manos de los que tenían el poder en las temporadas de mayor faena en el campo. ¡Cómo no sería la situación, que a muchos no les quedó más remedio que ir como mano de obra a la lejana Alemania! Yo he sido testigo de las lágrimas y los abrazos de las mujeres y los hijos ante los autobuses cargados de paisanos, cuyo destino eran los barracones de las fábricas alemanas para ser mano de obra general.

 Hoy me duele que este mismo pesar sea el que experimentan trabajadores de muchas empresas que deciden -con más o menos razón y justicia- recortar personal, sueldos, horarios… Me duelen los miles de personas que se apuntan en posibles bolsas de trabajo que les permitan emplearse en ayuntamientos y comunidades, o que dependen de las entrevistas de trabajo.  Me duelen, en fin, las salidas forzadas a otros países (a la misma Alemania y con la misma tristeza). Imagino que muchas de estas situaciones no se habrán podido evitar. Pero, desde mi dolor, denuncio a todos aquellos que pudiendo evitar la precariedad no lo hacen o no lo hicieron; es más, señalo a todos los que aprovechan sus espacios de poder y de riqueza para apretar más en esta situación de crisis y pobreza:  Los Epulones de hoy.

 No hay nada más bajo que jugar con la dignidad de los otros, con su trabajo y su ilusión. Malditos los que pudiendo dar trabajo continuado, decente y respetado, aprovechan su posición como único criterio, consiguiendo que los demás dependan de él y reconozcan su poder. Utilizar el trabajo y el sueldo de otros para defender el poder y ejercer una autoridad legitimada por la indignidad a que someten a aquellos sobre los que ejercen su dominio. No es digno en ningún lugar ni circunstancia, y debería ser denunciado como ataque a un derecho fundamental de la persona. Me resisto a que la forma de salir de las crisis pase por volver a aquellos pesares que la gente sencilla y trabajadora de los pueblos tuvo que sufrir en los sesenta. ¡Ay de aquellos que provocan sentimientos de desprecio y rechazo en la humanidad doliente de la historia!

 Soy consciente de que escribo en estos días donde las noticias nos revelan que un niño de cada tres está en riesgo de pobreza en España, que más de seis jóvenes de cada diez en Extremadura, muchos preparados y cualificados; están parados sin tener que hacer nada cada día al levantarse, que Cáritas, Cruz Roja y el Banco de alimentos se ven desbordados y no pueden atender tanta demanda que, desde el dolor claman tantos heridos y despreciados. Los mismos días en que conocemos los beneficios de las entidades bancarias, orgullosas de su poder y estabilidad, a la vez que aprietan inmisericordes sus manos y sus garras usureras en los cuellos de los hipotecados y los parados, muchos de ellos consecuencia de cierres de empresas asfixiadas por falta de crédito. Todo calculado para engordar y asegurarse a costa de los ahorros e impuestos de todos los ciudadanos de a pie.

De vueltas con la dialéctica de lo humano

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121479591-centro-de-negocios-moderno-en-hong-kong-rascacielos-en-zona-comercial-en-hong-kong José

 La alternativa viene de lejos. Ya el evangelio la planteaba abiertamente: “no se puede servir a dos señores, o a Dios o al dinero”. La alternativa no admite ambigüedades. Recuerdo, a finales del siglo pasado, a mi profesor Ruíz de la Peña. En la cátedra sencilla de la pontificia en Salamanca, presentando el pensamiento antropológico cristiano en diálogo con nuevas antropologías, defendía el aserto del “eclipse de Dios, eclipse de lo humano”.

Desde el pensamiento y la praxis humana analizaba cómo lo que fue una cuestión tensional sobre Dios y la naturaleza, el hombre optó por la naturaleza. Pero la tecnología y su progreso sin límites, propuso el mercado como horizonte de lo humano y entregó lo natural al deseo de posesión. El aventuraba que la próxima dialéctica sería entre el ser y el tener, entre lo humano y la riqueza.

Ruíz de la Peña falleció años después, pero dejó este avance profético de que el olvido de Dios nos llevaría al eclipse de lo humano, primero subsumido en la pura naturaleza; entregando la historia a su visión cíclica y eterna en la repetición sin norte ni horizonte.

Más tarde vendría la dialéctica entre la tecnología, la riqueza natural y lo humano. Aquí estamos plantados ahora en dilemas de elección: eutanasia, vacunas, comunicación… De fondo, la nueva versión de Dios –el espíritu, lo trascendente, lo humano-; o el dinero. No faltan filósofos añosos en búsqueda de la verdad, y profetas ancianos que analizan y siguen predicando en el desierto de una sociedad desnortada y desorientada: Adela Cortina, Papa Francisco… Pequeños oasis de lo humano, de lo natural, de lo trascendente, de la vida y su sentido.

Yo me agarro al sentido cristiano y humano de la pascua de resurrección para no perder mi esperanza y mi sueño, que también me lo explicaba el profesor Ruíz de la Peña… “El amor es más fuerte que la muerte; al final, la última palabra no la tendrá la muerte sino la vida”.  Así sea amén. Vacunas para todos, no me vale que “no haya humanidad sin dinero”.

Notas hilvanadas

Todos contra todos

“Otros pidiendo socorro antes de morir ahogados los que siguen en el mando aunque el barco se esté hundiendo”

(León Benavente- Todos contra todos)

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450_1000 Jose Moreno Losada

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