"Teologóa basada en el deseo de ver milagros por todas partes" "Es hora de cancelar tanta teología ficción si queremos comprender los evangelios auténticos"

Jesús se aparece a sus discípulos
Jesús se aparece a sus discípulos

"El don de la compenetración, gracias al cual los cuerpos resucitado pueden atravesar paredes, puertas y toda clase de objetos compactos sin que éstos supongan obstáculo alguno para sus desplazamientos..."

"Uno se maravilla de que predicadores y teólogos sacaran tal idea de este relato del evangelio"

"Así se elaboró en el pasado una teología basada en el desconocimiento de los textos evangélicos y en el deseo de ver milagros por todos los rincones de sus páginas. De esta teología sufrimos aún las consecuencias"

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas (literalmente, ‘atrancadas’) por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “-Paz a vosotros”. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. Les dijo de nuevo: “-Paz con vosotros”. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. (Juan 20,19-20).

Los intérpretes y comentaristas de este párrafo evangélico se han detenido en innumerables consideraciones tratando de describir las cualidades y características de los cuerpos resucitados. Entre éstas se citaba el don de la compenetración, gracias al cual tales cuerpos pueden atravesar paredes, puertas y toda clase de objetos compactos sin que éstos supongan obstáculo alguno para sus desplazamientos...

Tomás apóstol
Tomás apóstol

Y uno se maravilla de que predicadores y teólogos sacaran tal idea de este relato del evangelio. Leído sin prejuicios milagreros, el evangelista alude a dos situaciones distintas: en primer lugar, al miedo de los discípulos que se encuentran en una casa con las puertas cerradas, algo más que cerradas, atrancadas (en griego “kekleismênôn”); en segundo lugar, a la presencia de Jesús en medio de ellos.

El evangelista no se detiene en describir cómo entró el resucitado a la habitación, aunque se puede suponer que lo hizo por la puerta. Se limita a constatar que “entró” haciéndose presente en medio de ellos. De esta frase no podemos deducir el modo cómo entró: si por la puerta, una vez abierta por los discípulos, o a través de ella, estando cerrada, como se ha afirmado con frecuencia en la predicación. En todo caso, y mientras no se demuestre lo contrario, hemos de suponer lo primero.

Así se elaboró en el pasado una teología basada en el desconocimiento de los textos evangélicos y en el deseo de ver milagros por todos los rincones de sus páginas. De esta teología sufrimos aún las consecuencias. A base de comentar lo que el evangelio no dice o lo que el lector, predicador o teólogo de turno, sobreentiende, se enseña una doctrina que olvida frecuentemente el sentido básico del evangelio y se pierde en una maraña de detalles sobreentendidos, que tienen por finalidad satisfacer la curiosidad del creyente, amante del elemento maravilloso y sobrenatural, apartando su atención del mensaje auténtico y genuino.

Multiplicación de los panes

Elemento maravilloso que deformó otras muchas narraciones de los evangelios, hasta el punto de que el lector se ve sorprendido cuando no encuentra en ellos el dato milagroso que le habían trasmitido como auténtico.

Pongamos algunos ejemplos más: ¿Dónde está escrito en los evangelios que el niño naciera “como pasa el rayo del sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo”? ¿Y dónde que Jesús “multiplicara” panes y peces? De lo primero, nada dice el evangelio, que da a entender que María tuvo un parto como cualquier otra mujer; de lo segundo, los evangelistas hablan más bien de “partir y repartir” panes y peces, hecho que, de realizarse, sería más milagroso que la misma multiplicación. ¿Por qué hablar de una pesca “milagrosa,” palabra esta que no aparece en el evangelio de Lucas, pesca que podemos calificar con toda tranquilidad de “abundante”? ¿Por qué decir que Jesús, tras caminar por el mar, bella metáfora aplicada a Dios en el Antiguo Testamento, “calmó la tempestad,” cuando más bien el evangelio dice que “Jesús subió a la barca y se calmó el viento” a modo de dos acciones simultáneas (Mc 6,51)?

Son algunos ejemplos a los que podíamos añadir otros muchos que han pasado a formar parte de la doctrina cristiana, sin fundamento evangélico alguno.

Preocupados por el elemento milagroso, los lectores del evangelio han visto en él más milagros de los que refiere, y con frecuencia han engrandecido y aumentado los ya referidos. Es hora de cancelar tanta teología ficción si queremos comprender los evangelios auténticos.

Una cosa queda clara en el texto de arriba: Jesús se presenta a sus discípulos cuando estos, en medio de un ambiente hostil, se encuentran encerrados por miedo a los judíos. Y llega a ellos de noche, como cuando Dios sacó a los israelitas de la opresión de Egipto (Éx 12,42; Dt 16,1). Y en ese momento, les quita el miedo que intranquiliza y les infunde paz, mostrándole los signos de su amor y de su victoria sobre la muerte: sus manos y su costado herido. El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Con imágenes de la Biblia, Jesús se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua definitiva, que ha pasado ya de la muerte a la vida.

¡Ha resucitado! y de esto damos testimonio
¡Ha resucitado! y de esto damos testimonio

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