Jesús no eligió como primer portador del anuncio pascual a un sacerdote varón, ni a un guardián del Templo, ni a un experto en la Ley. Eligió a una mujer. A María Magdalena. Negativa a ordenar a las mujeres: El Evangelio sigue en marcha, pero la jerarquía se ha detenido

Mientras la jerarquía se atrinchera en documentos que repiten fórmulas ridículas como que el hecho de ser varón es esencial para ser ordenado, el Evangelio sigue abriéndose camino. No en los dicasterios ni en los despachos episcopales, sino en la vida concreta del Pueblo de Dios.

La declaración del Vaticano del 4 de diciembre —otra negativa a la ordenación de mujeres como diáconas y presbíteras— revela una verdad incómoda que ya no puede maquillarse: la jerarquía eclesial está detenida, inmóvil, petrificada en un modelo de poder incapaz de escuchar el Evangelio que dice defender.

Es un aparato que teme moverse porque cualquier paso podría fracturarlo. Y mientras el aparato se aferra a su rigidez, el Evangelio continúa su marcha, impulsado por comunidades vivas que no esperan permiso para responder a la gracia.

Este desfase entre una estructura paralizada y un Evangelio en movimiento es el signo más claro de la crisis que enfrenta la Iglesia católica contemporánea.

Una crisis que no nace del debate sobre la ordenación femenina, sino de la incapacidad institucional para dejar que el Espíritu circule sin miedo a desestabilizar la arquitectura patriarcal que la sostiene.

María Magdalena, apóstola de los apóstoles
María Magdalena, apóstola de los apóstoles

Una jerarquía enferma, detenida, temerosa y vigilada por sus propios guardianes

El rechazo de la comisión no es un acontecimiento aislado: es la expresión de un sistema eclesial bloqueado, enfermo, atrapado entre los sectores ultraconservadores que vigilan cada palabra y cada gesto, y una base creyente que clama por reconocimiento y justicia.

Se habla de sinodalidad, de discernimiento comunitario, de una Iglesia que camina junta. Pero cuando llega la hora de tomar decisiones que afectan al corazón mismo del poder clerical —como la posibilidad de abrir el ministerio sacramental a las mujeres—, la jerarquía se repliega en un miedo defensivo. No decide. No arriesga. No avanza. Está muy enferma.

Los líderes eclesiales parecen gobernar bajo un permanente estado de amenaza interna, temiendo provocar una ruptura que, paradójicamente, ya existe en la vida real de las comunidades.

La curia, sostenida por facciones ultraconservadoras que temen perder control, actúa como una cámara de presión que impide cualquier movimiento. La comisión sobre el diaconado femenino es solo el último ejemplo de cómo la institución prefiere la parálisis antes que la fidelidad al Evangelio.

El Evangelio, en cambio, no se detiene

Mientras la jerarquía se atrinchera en documentos que repiten fórmulas ridículas como que el hecho de ser varón es esencial para ser ordenado, el Evangelio sigue abriéndose camino. No en los dicasterios ni en los despachos episcopales, sino en la vida concreta del Pueblo de Dios.

Jesús no eligió como primer portador del anuncio pascual a un sacerdote varón, ni a un guardián del Templo, ni a un experto en la Ley. Eligió a una mujer. A María Magdalena.

No pidió permiso.

No consultó a una comisión.

No formó un comité para evaluar el impacto doctrinal.

Simplemente confió la misión a quien estaba allí, disponible, fiel, abierta al Espíritu.

María Magdalena, apóstola entre los apóstoles, descoloca a la jerarquía tanto ayer como hoy. Su testimonio sigue recordándonos que el Evangelio fluye en dirección contraria a las estructuras que buscan domesticarlo.

La contradicción flagrante: una jerarquía que se paraliza para no reconocer lo que ella misma sabe

La evidencia histórica sobre mujeres diáconas es abundante. Las demandas del Pueblo de Dios han sido claras en el proceso sinodal. El clamor pastoral de las comunidades es elocuente. La injusticia teológica es evidente.

¿Y cuál es la respuesta institucional?

La jerarquía teme mover una pieza del tablero porque sabe que el edificio entero tendría que replantearse. Teme que reconocer a las mujeres como sujetos sacramentales implique revisar la teología del poder, la estructura clerical, el monopolio masculino sobre el altar.

No es el Evangelio lo que bloquea a la jerarquía; es la jerarquía la que bloquea al Evangelio.

Iglesia de base
Iglesia de base

Karl Rahner ya lo había anticipado: la Iglesia del futuro será una Iglesia de pequeñas comunidades o no será

Rahner afirmó que, frente a la rigidez institucional, la Iglesia del futuro se configuraría como pequeñas comunidades de fe, espacios informales donde el Evangelio se vive antes que se reglamente. Hoy esa profecía está en pleno cumplimiento.

En todo el mundo, mujeres, personas no binarias, laicas, teólogas, líderes comunitarias y fieles comprometidos están sosteniendo comunidades donde se ora, se acompaña, se bendice, se proclama la Palabra y se celebra la vida.

Mientras la jerarquía insiste en cerrar puertas, estas comunidades las abren.

Estas redes ya están reconstruyendo desde abajo una Iglesia más cercana al movimiento de Jesús que al palacio curial.

Los movimientos de mujeres sacerdotisas, las comunidades católicas inclusivas, las redes cristianas de base son la expresión viva de un cristianismo que no está dispuesto a esperar a que Roma resuelva sus propios miedos políticos.

Una institución que teme perder control no puede escuchar al Espíritu

La Iglesia jerárquica habla del Espíritu Santo con solemnidad, pero actúa como si el Espíritu fuera un funcionario subordinado a los dicasterios. La comisión afirma no poder emitir un juicio definitivo, pero insiste en que las mujeres no pueden ser admitidas al diaconado. Es un mensaje que combina arrogancia doctrinal y profunda inseguridad institucional.

La estructura teme abrir un proceso que ya ha comenzado sin ella. Teme reconocer la autoridad espiritual que las mujeres ya ejercen. Teme legitimar un movimiento que no nació en los palacios vaticanos, sino en las periferias donde el Pueblo de Dios  se juega la vida.

Los líderes eclesiales más razonables, atrapados entre lo que saben que es verdad y lo que temen admitir públicamente, se quedan inmóviles. Paralizados por el fantasma de la ruptura interna, pero incapaces de ver que la verdadera ruptura ya es la distancia entre el Evangelio y la jerarquía.

Mujeres presbíteras católicas hoy
Mujeres presbíteras católicas hoy

La renovación no vendrá de arriba: vendrá de abajo, como siempre

La historia de la Iglesia es clara: nunca ha sido la jerarquía la que inicia las grandes transformaciones.

No lo hizo con la liturgia.

No lo hizo con la misión.

No lo hizo con la vida religiosa.

No lo hizo con la opción por los pobres.

No lo hará con la igualdad de las mujeres.

La renovación, cuando llegue, brotará de esas comunidades informales que Rahner vislumbró: pequeñas, resistentes, creativas, conectadas por la gracia y no por la obediencia ciega.

Comunidades que ya viven el Evangelio que la institución teme proclamar. Una de estas comunidades que quiere ir por este camino renovado es la Asociación Cristianía

Abandonemos a esta jerarquía a sus contradicciones

La negativa del Vaticano no es solo un error doctrinal ni un retroceso pastoral: es la confesión de una jerarquía que ya no es capaz de guiar al Pueblo de Dios.

Un papado que teme romperse no puede liderar.

Una curia que teme perder control no puede discernir.

Una Iglesia que teme a las mujeres no puede decir que sigue al Jesús que confió todo al testimonio de una mujer.

El Evangelio sigue en marcha.

La jerarquía está detenida. Toca crear comunidades de base inclusivas en todo el mundo que caminen ya sin el lastre de unos líderes miedosos, enfermos o corruptos.

La pregunta ya no es si la jerarquía permitirá que las mujeres ejerzan el ministerio sacramental. La pregunta es cuánto tardará en reconocer lo que ya está sucediendo: que la renovación auténtica viene —una vez más— desde abajo, desde las mujeres, desde las periferias, desde el Espíritu que la jerarquía no puede domesticar.

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