la difusión contemporánea de la no-dualidad se ha dado con frecuencia en versiones simplificadas o descontextualizadas, especialmente en sus lecturas psicologizadas occidentales que la interpretan como un estado de conciencia, una técnica de atención o un “despertar” interior. No-dualidad y Espiritualidad de la liberación: convergencias y divergencias
Para la espiritualidad cristiana de la liberación, que combina contemplación profunda y compromiso histórico con los pobres, la corriente de la no-dualidad puede ser al mismo tiempo una oportunidad y un riesgo. Una oportunidad para superar dualismos estériles; un riesgo cuando deriva en deshistorizar la fe o en diluir la alteridad en un monismo indiferenciado.
| José Antonio Vázquez Mosquera
Vivimos en un tiempo marcado por profundas fragmentaciones: identidades fracturadas, polarizaciones políticas, crisis ecológicas y desigualdades extremas. En este contexto, muchas personas buscan caminos espirituales que les permitan experimentar una forma de unidad que transcienda la dispersión existencial y el individualismo.
La no-dualidad —en sus distintas formulaciones orientales y occidentales— parece ofrecer una respuesta convincente: un modo de percibir la Realidad como un todo indiviso y de experimentar la existencia desde un fondo común, donde la separación es relativa y el yo no es un absoluto.
La difusión contemporánea de la no-dualidad se ha dado con frecuencia en versiones simplificadas o descontextualizadas, especialmente en sus lecturas psicologizadas occidentales que la interpretan como un estado de conciencia, una técnica de atención o un “despertar” interior.
Para la espiritualidad cristiana de la liberación, que combina contemplación profunda y compromiso histórico con los pobres, la corriente de la no-dualidad puede ser al mismo tiempo una oportunidad y un riesgo. Una oportunidad para superar dualismos estériles; un riesgo cuando deriva en deshistorizar la fe o en diluir la alteridad en un monismo indiferenciado.
El atractivo contemporáneo de la no-dualidad: un anhelo legítimo
La expansión actual de la no-dualidad responde a varios deseos humanos que, en sí mismos, son profundamente válidos:
El deseo de superar la escisión interior: la separación entre yo consciente y yo profundo, entre mente y cuerpo, entre deseo y ética.
La búsqueda de unidad con la realidad: experimentar un orden mayor, un trasfondo que sostenga la existencia.
La superación del moralismo religioso y de las imágenes de un Dios exterior, controlador o castigador.
La valoración de la experiencia frente a doctrinas rígidas o prácticas rituales vacías.
La necesidad de una espiritualidad universal que dialogue con diversas tradiciones.
En este sentido, la no-dualidad aporta elementos importantes:
Revelación de la interconexión radical de todo lo real: no estamos aislados, sino constitutivamente vinculados.
Crítica del yo como absoluto: el yo se descubre como relación, acontecimiento, apertura.
Experiencia de unidad que libera del egocentrismo: un descentramiento que puede abrir al servicio.
Desactivación de imaginarios teístas empobrecidos: Dios deja de ser un ente externo y pasa a ser el fundamento mismo del ser.
Acceso inmediato a la dimensión mística: sin requisitos previos o mediaciones institucionales excesivas.
Estos aportes son profundamente valiosos para una espiritualidad liberadora, siempre que se integren en una comprensión más amplia.
El riesgo del monismo: confundir la unidad con la absorción
Buena parte de la no-dualidad occidental contemporánea deriva hacia el monismo, explícito o implícito: “todo es Uno”, “solo hay conciencia”, “la multiplicidad es una ilusión”. Esta lectura, lejos de la complejidad de las tradiciones orientales profundas, suele presentar la diversidad como algo meramente aparente. El cristianismo y la no-dualidad auténtica, sin embargo, afirma una unidad que no elimina la diferencia: Dios no absorbe al mundo, ni la persona se funde en un océano indiferenciado.
Los riesgos del monismo son variados:
Dilución de la identidad personal: la persona se reduce a un “constructo mental” sin densidad ontológica.
Negación de la alteridad: si todo es Uno sin distinción, el rostro del otro pierde su fuerza ética.
Evaporación del sufrimiento real: el dolor histórico puede interpretarse como ilusión o como falta de percepción de la Unidad.
Desactivación del compromiso: si el mundo relativo es solo apariencia, entonces transformar la historia pierde urgencia.
Una espiritualidad de la liberación no puede aceptar un modelo monista que, por coherencia interna, tendería a considerar “menos real” la injusticia que sufren los pobres. La experiencia espiritual que ignora el clamor de las víctimas se convierte en una mística de evasión.
No-dualidad y persona: la alternativa relacional del cristianismo
Muchos discursos no-dualistas rechazan al Dios “personal” por miedo a imaginarlo como un “yo grande” semejante a nosotros. Pero este rechazo parte de una confusión: identificar persona con individuo. En la tradición cristiana, “persona” significa relación, apertura, comunión.Dios es personal no porque sea “alguien” frente a nosotros, sino porque es comunión de amor, Trinidad, don recíproco.
Desde esta perspectiva:
La no-dualidad monista absorbe al otro;La no-dualidad relacional une sin confundir y distingue sin separar.
La verdadera no-dualidad —en diálogo con Abhishiktananda, Panikkar o Eckhart— no es fusión, sino unión. No es pérdida del yo, sino su plenitud relacional. No es eliminación de diferencias, sino su transfiguración en comunión.
El peligro de la deshistoricización: cuando la no-dualidad olvida el mundo
Otro riesgo frecuente de los discursos no-duales es la deshistorización: la reducción de la espiritualidad a un “estado de conciencia” interior. En este marco:
El sufrimiento no se mira desde las víctimas, sino desde la distancia del observador.La injusticia se convierte en un contenido mental a trascender.La liberación se interioriza hasta volverse psicológica.La praxis se diluye en contemplación introspectiva.La salvación se interpreta como un despertar individual.
Para la espiritualidad cristiana de la liberación, esto constituye un problema serio: la mística no puede desligarse de la historia. La cruz no es tanto un símbolo de disolución del yo, como el lugar donde se denuncia la violencia del mundo y se revela la solidaridad de Dios con las víctimas. La resurrección no es un estado de conciencia, sino la afirmación de que la justicia de Dios desautoriza todo sacrificio humano.
Una no-dualidad que ignore esta dimensión histórica corre el riesgo de convertirse en un “privilegio espiritual” de individuos que pueden permitirse abstraerse del dolor del mundo.
Una no-dualidad liberadora: unidad que abraza la diferencia y la justicia
¿Qué tipo de discurso no-dual puede dialogar fecundamente con la espiritualidad cristiana de la liberación?
Una no-dualidad relacional, articulada en torno a tres ejes:
- Unidad sin absorción: Lo real es comunión en su fundamento, unidad en diversidad y alteridad. Dios es comunión; el mundo, participación; la persona, apertura.
- Contemplación con ojos abiertos: La experiencia mística no se opone a la acción histórica, sino que la inspira y la sostiene. La unidad percibida en la oración se convierte en servicio concreto al otro.
- Transformación integral: La no-dualidad auténtica no es solo un cambio de conciencia, sino de ser y de praxis. La comunión con el Misterio impulsa a combatir toda estructura de muerte, porque la unidad implica responsabilidad por el otro.
Esta no-dualidad, que podemos llamar no-dualidad liberadora, está en continuidad con la tradición cristiana mística: Bernardo de Claraval, Juan de la Cruz, Teresa, Ruysbroeck, Eckhart, los padres del desierto. En todos ellos se encuentra una experiencia de unión sin confusión, de interioridad que conduce a la misericordia, de silencio que abre a la justicia.
Hacia una espiritualidad unificada, histórica y liberadora
La no-dualidad es una de las intuiciones espirituales más poderosas de la humanidad. Puede ayudarnos a vivir con mayor profundidad, a superar la fragmentación, a sentirnos parte de una realidad más amplia que nos envuelve y nos sostiene. Pero también puede convertirse, en sus versiones empobrecidas, en una espiritualidad narcisista, desencarnada o indiferente al sufrimiento.
La espiritualidad cristiana de la liberación ofrece una vía para integrar la intuición no-dual sin caer en estos riesgos. No propone disolver la persona, sino abrirla. No invita a huir de la historia, sino a transformarla. No pide abandonar la lucha, sino purificarla desde una experiencia de comunión más honda.
En esta síntesis, la no-dualidad se convierte en una mística de ojos abiertos, una experiencia de unidad que no elimina la alteridad, sino que la celebra, la respeta y la salva.