Unas pinceladas de gratitud y afecto Monseñor Darío Monsalve concluye su ministerio episcopal en Calí

Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía
Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía

Hoy, diciembre 8 de 2022, ha llegado la noticia de que monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía conlcuye su ministerio en Cali y le sucede como pastor de esa iglesia Luis Fernando Rodríguez Velásquez.

En Colombia vamos a recordar este obispo que se metía en problemas, que no quiso ser parte del statu quo, que alzaba la voz y que incomodaba con su parresía y su palabra...

Gracias pues a doña Gilma que lo rodeó de humanidad y hogar, al pueblito de Santa Inés en los Andes que le enseñó a ser pastor.  Gracias, Monseñor Darío.

Hoy, diciembre 8 de 2022, ha llegado la noticia de que monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía conlcuye su ministerio en Cali y le sucede como pastor de esa iglesia Luis Fernando Rodríguez Velásquez.  No quiero dejar pasar esta fecha sin traer mis recuerdos y sin dar gracias por la bondad de Dios que nos ha dado este pastor.  Acepten en este texto unas pinceladas que expresen mi afecto y gratitud.

Quiero empezar por donde no se usa en estos casos, y, tal vez, faltando a lo eclesiásticamente correcto, mencionando a la señora Gilma Bedoya, la persona que ha acompañado este ministerio episcopal en Medellín, en Málaga, en Cali, desde el servicio de la casa, de la bienvenida, de la buena sazón, de la limpieza, de los detalles.  Personas como ella, sin notarse mucho, sin bulla en los medios, cuidan la vida, lo esencial; gracias a su diligencia en la casa del obispo había hogar y humanidad; y eso, hogar y humanidad, es ya un infinito de Dios y tendría también que marcar la historia oficial de esta Iglesia. Así que a doña Gilma las primeras gracias, ahora que también ella, con el arzobispo, es emérita de Cali.

Y llegan los recuerdos.  Lo primero que se viene a mi memoria de este obispo nuestro es Santa Inés, en la diócesis de Jericó, que es también mi diócesis, un pueblito escondido en las cordilleras andinas, allá se va, por allá no se pasa, y está habitado por campesinos que sacan frutos abundantes de la fe y del café.  Allá, en ese lugar empezó el ministerio presbiteral; las gentes todavía lo recuerdan, caminando sus caminos de barro y empinados, a mula, a pie; predicando la Buena Noticia, poniéndose al lado de los pequeños.  Estoy seguro de que el silencio de la iglesita de Santa Inés, en la que todavía hoy no falta el rumor del rio y de Dios, siguió habitando en el corazón de este hombre que después se volvió obispo y que le dio siempre una palabra certera y sin miedo para hablarle después a todo un país.   No hubiéramos tenido un arzobispo bueno sin este párroco rural.

En Colombia vamos a recordar este obispo que se metía en problemas, que no quiso ser parte del statu quo, que alzaba la voz y que incomodaba con su parresía y su palabra y hasta el mismo nuncio le llamaba la atención, que se resistió a ser parte de la autodenominada “gente de bien” y no quiso vivir en el palacio episcopal y habitó en cambio en un barrio popular, que se metió de lleno en las comunas de Medellín y de Cali dañadas por el narcotráfico y la violencia, que supo oír a los jóvenes, que hizo eco a la protesta social y hacía ver que no se trataba sólo de vándalos y sí de gente que reclamaba sus derechos; que creyó en la paz y  que abrió puertas para acoger e incluir a los que dejaron las armas, que abogó para que en la guerra que muchos negaban se respetara el derecho internacional humanitario y nadie olvidara la marca con la que Dios quiso proteger la vida de Caín y la de todos los que han cometido errores,  que se interesó, más allá de su jurisdiccción, por el pueblo negro del Pacífico, por los indígenas, que siempre quiso mediar por la reconciliación y que no fue neutral como era tendencia en la misma conferencia episcopal; fue un obispo que incomodó al poder y hoy más de un poderoso sentirá alivio de verlo emérito.  Y todo esto, y mucho más, a causa del evangelio y de Jesús de Nazaret.   

Gracias pues a doña Gilma que lo rodeó de humanidad y hogar, al pueblito de Santa Inés en los Andes que le enseñó a ser pastor.  Gracias, Monseñor Darío.  La fe asegura que hay más futuro que pasado.

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