De él fue que aprendí que de Dios se habla caminando Ha muerto el obispo Arturo Correa Toro, emérito de Ipiales Colombia

Monseñor Arturo Correa Toro
Monseñor Arturo Correa Toro

Ha muerto hoy, con complicaciones de Covid-19...

Olía a oveja mucho antes de que Francisco canonizara este olor

Ha muerto hoy, con complicaciones de Covid-19, Monseñor Arturo Correa Toro, obispo emérito de Ipiales.  Quiero dejar unas notas a su memoria y agradecerle a Dios todo lo que me dio con su compañía y su amistad.

Lo conocí estando yo en los primeros años del seminario mayor. En ese entonces, él había acabado de llegar de Honduras, país donde estuvo por años, sirviendo a los más pobres y anunciando la buena noticia.    De sus historias de Centro América recuerdo la forma cómo se dio a las gentes cuyas casas y pueblos fueron inundados y destruidos por el huracán.  Era un apasionado de la misión y su testimonio entusiasmaba; creo que, en mi decisión por la misión, él haya tenido mucho que ver.  De él fue que aprendí, que de Dios se habla caminando.

Y luego, al salirme del seminario, me fui con él al pueblo y a los campos de Támesis.  Mucho antes que Francisco hablara de “pastores con olor a oveja”, me acuerdo que él lo era:  de hecho pasábamos mucho tiempo en las veredas y sudábamos por esas montañas, y no dejábamos a nadie sin nuestra visita, así viviera bien lejos; y claro, llegábamos al pueblo, a la casa parroquial, y un día un benemérito monseñor que por allí estaba, se burlaba de nosotros y decía que “Arturo olía a chivo”… nunca imaginaba el burletero que, años después, este olor llegaría a ser canonizado por un papa. 

Y así fue hasta el final de su vida.  Después se fue como obispo a Ipiales, era el año 2000 y su celo misionero lo llevó a las fronteras de la patria y allí tuve la oportunidad de visitarlo varias veces: estar con él era estarse con la gente, con los más pobres, con las comunidades, estar siempre de salida.  Él mismo manejaba su carro y siempre estábamos lejos, creo que era un obispo llevado por el Espíritu y por esto estaba siempre en las periferias.

En mi tiempo en África, por 20 años, siempre acompañó con su palabra y aliento, y apoyo económico, la misión.  Cuando venía a vacaciones, le entusiasmaba recibirme y que le hablara de la evangelización, de las nuevas comunidades, de los desafíos, de los pobres… y me llevaba por su diócesis, al seminario, a los medios de comunicación, la radio y televisión, a los grupos parroquiales, a que hablara a todos de la alegría de la misión. 

En la tarde este día, 26 de mayo, se ha puesto como el sol y ya ha amanecido en Dios.  Tuvimos un hombre bueno, un cristiano apasionado, un obispo santo.  Esta muerte da mucho dolor, esta muerte produce mucha gratitud. 

Obispo Arturo y cristianos
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