La historia de Bosco, el guerrero samburu maldito al que nadie quería enterrar "Que lo entierre la Iglesia"

"Que lo entierre la Iglesia"
"Que lo entierre la Iglesia"

La Eucaristía, despedida del “bendito Bosco” fue fiesta para todos, cristianos y no cristianos, hijos e hijas de Dios.  Si la Iglesia está de verdad presente, el Resucitado en medio de la comunidad, nadie puede morir solo y sin la vida que no muere

Esta es la historia de Bosco, un guerrero samburu, de la aldea de Tuum, que murió ayer y que enterraron esta mañana.  El muchacho, hacía ya unos meses, fue herido por otro guerrero y no pudo caminar más.  Su familia intentó aliviar la situación, pero nada qué hacer y lo que consiguieron fue perder todo el rebaño, vendiendo cabras y ovejas para viajar y buscar tratamientos sin resultados, y volver a casa en la inopia. El enfermo se fue agravando cada vez más y vinieron otras complicaciones a sus huesos rotos y su cuerpo paralizado se fue llenando de llagas. 

Muchos lo tenían por maldito:  decían que algo no andaba bien entre él y Dios y que por eso le pasaba lo que le pasaba.  Explicación fácil, a veces muy común en gentes por lo demás piadosas, para seguir tranquilos mientras los otros sufren y mueren.  - Sí, lo repetían los corrillos de “sabidos”, a Bosco le cayó la maldición, hay que sacarlo lejos de la casa y del pueblo, no sea que le llegue la muerte y nos encuentre cerca de él; y, además, no fue propiamente circuncidado según la religión tradicional, no llevó a cabo muchos rituales acostumbrados, no cumplía para nada, y para colmo se buscó tragedias peleándose con otros.  No hay otra salida, hay que dejarlo a la suerte de su castigo.  Así opinaban los “cumplidores” y el olor nauseabundo de las llagas parecía confirmarlo, tendría que morir solo y en la miseria.

El entierro de Bosco
El entierro de Bosco

Y unos pocos, entre ellos algunos cristianos de la aldea, no quisieron escuchar a esos que hablaban de las cosas debidas y ortodoxas. Y era que estos pocos contaban con fe buena y simple en la dignidad de mujeres y hombres, también en la de Bosco, a pesar de lo que pudiera pesar en su contra; y entre esta minoría estaba Mamá Saulo y otras mujeres de la tribu, algunos amigos del enfermo, la hermana Elisa, el padre Anthony y sus compañeros de misión.  No quisieron escuchar de maldiciones y empezaron a bendecir, a querer bien para el muchacho:  y se dijeron – a este Bosco hay que hacerle casa-, y entre todos se la hicieron, -hay que incluirlo-, y no lo dejaron más solo, -nosotros somos su familia, es uno de los nuestros- y se volvieron papás, mamás y hermanos y hermanas para él.  -No importa, se lo repetían, si cumplió o no cumplió con los ritos de la religión de los ancestros, importa que es gente, que es carne de Dios.  Y así, esta minoría se encargó de todo:  Mamá Saulo de llevarle comida, la hermana Elisa de hacerle las curaciones, los amigos leales de afeitarlo, otro de conseguirle una silla de ruedas, otra de asearlo, y el padre Anthony y los misioneros de hacer ambulancia su carro y conducir muchos kilómetros y en trochas de carretera, para lograr lo imposible.

Ayer, sábado, se murió el joven y gracias a Dios se fue como “bendito”, rodeado de ternura y atención. - “Que lo entierre la Iglesia”-, se oyó otra vez la decisión de los que hablan de las cosas debidas y ortodoxas.  Y era que esos viejos y mucha gente tenían miedo de tocar el cadáver, ya muerto seguían teniendo a Bosco por maldito y, esa maldición, alegaban, se podía quedar pegada de los dedos y entrarse hasta las tripas.  Nadie les sacaba a estos testarudos conocedores de tradiciones, la idea de la abominación y esto porque, lo repito, aducían que algo no andaba bien entre Dios y el muerto, entre las costumbres de todos y las del muerto, entre los ritos de la usanza y las libertades que se daba el muerto cuando vivo. - “Que lo entierre la Iglesia” y esa palabra que echaba una responsabilidad a los hombros de comunidad, fue gracia para los pocos cristianos y las buenas personas que se ya se habían hecho cargo:  esos ancianos que así mandaban sospechaban que la Iglesia no excluye a nadie, que se ocupa hasta de los “malditos”, que abrazando no tiene miedo a verse impura, que a la hora de dar la bienvenida no se pega de rituales cumplidos, que en ella todos encuentran casa y cuidado, y que su preferencia es por los rechazados.  Ahí sí acertaron. 

Mama Saulo cuidando a Bosco
Mama Saulo cuidando a Bosco

Y así, esta mañana de Domingo, antes de la misa, los pocos que no siguieron las reglas de pureza de la tribu enterraron a Bosco y lo sembraron como semilla de un árbol que dará frutos de buena nueva: todo está bien entre Dios y la gente y también entre Dios y los que disienten de lo común; la humanidad, no los rituales, nos da la dignidad de familia de Dios; más que salvar la carne, hay que esperar la salvación de la carne y eso porque la carne de todos y todas, después de Jesús de Nazaret, es ya carne de Dios; no hay malditos, somos sin excepción benditos; de lo que se trata en la Iglesia es de hacernos papás, mamás, hermanos y hermanas, familia de los excluidos; no se pueden confundir las leyes del Evangelio con las de la  pureza ritual; nos redime el amor y no los castigos; la muerte no se nos puede meter a las tripas, de lo más hondo de todo y de todos sale resurrección;  no hay que darle cuentas a Dios, hay que darle gracias. 

La Eucaristía, despedida del “bendito Bosco” fue fiesta para todos, cristianos y no cristianos, hijos e hijas de Dios.  Si la Iglesia está de verdad presente, el Resucitado en medio de la comunidad, nadie puede morir solo y sin la vida que no muere.

Sin miedo a la impureza ritual
Sin miedo a la impureza ritual

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