A propósito de la discusión sobre el impuesto a las iglesias ¿Y los impuestos que cobramos en las iglesias?

Limosna
Limosna

Hay una discusión en Colombia, en el congreso y en las calles, sobre las iglesias y los impuestos; veo esta ocasión muy propicia para que, con el corazón en la mano, nos hagamos la pregunta que titula este texto que ahora les comparto.

honestamente, en las iglesias, no sólo pagamos, sino que también contribuimos bastante al fisco nacional.

Después de esta aclaración paso a hacer la pregunta, a modo de examen de conciencia, por los impuestos que cobramos en las iglesias; los llamo impuestos, aunque por eufemismo normalmente hablemos de ofrendas, limosnas, aranceles, donaciones…etc

Si en la discusión que hay en el país sobre los impuestos de las iglesias insistimos en las exenciones que tenemos, las que nos hacen bien y nos convienen, tenemos que hacer al mismo tiempo examen de conciencia... antes que recurrir a concordatos y leyes y a supuestos derechos para zanjar la discusión de los impuestos hay que pedir la gracia de la conversión.

El culto que damos a Dios es nuestra vida misma, pero no puede ser un modo de ganarnos la vida.

Y todo esto sucede en un país, uno de los más inequitativos, donde hay 21 millones de empobrecidos, los mismos fieles, que no pueden comer tres veces al día,

Hay una discusión en Colombia, en el congreso y en las calles, sobre las iglesias y los impuestos; veo esta ocasión muy propicia para que, con el corazón en la mano, nos hagamos la pregunta que titula este texto que ahora les comparto.  Comienzo diciendo, para hacer justicia, que no es verdad, como se dice tan fácilmente, que las iglesias no paguen impuestos; el hecho de que haya algunas exenciones acordadas con el estado no significa que no aportemos a la economía nacional, que no paguemos el IVA, que no tengamos que ajustar cuentas y estar al día con la DIAN, que no paguemos predial, que no paguemos rodamiento en nuestros vehículos…etc.  Así que, honestamente, no sólo pagamos, sino que también contribuimos bastante al fisco nacional.

Después de esta aclaración paso a hacer la pregunta, a modo de examen de conciencia, por los impuestos que cobramos en las iglesias; los llamo impuestos, aunque por eufemismo normalmente hablemos de ofrendas, limosnas, aranceles, donaciones…etc.  En este asunto estamos tocando una reforma necesaria para la misión de la Iglesia; sin tapujos les digo que algunas parroquias e instituciones eclesiales se pueden estar convirtiendo, o ya lo son, en “cueva de ladrones”, para usar las palabras del mismo Jesús.  Les pongo algunos ejemplos de cosas que he visto y oído.

Los impuestos por los sacramentos y por la llegada del obispo.  Hace poco estaba en una parroquia y me daba cuenta de los impuestos que la gente tenía que pagar por la primera comunión y confirmación de sus hijos adolescentes; 40,000 pesos el padrino, 40,000 pesos la familia; y 10,000 pesos por la venida del obispo.  En esa parroquia había unos 500 candidatos para recibir la confirmaciones, lo iban a hacer por tandas, debido a la cantidad,  o sea que los fieles, por la sola llegada del obispo, resultaban contribuyendo 5 millones de pesos; y sólo en esa parroquia, porque confirmaciones hay en todas.

Los impuestos para acercarse a las imágenes y orar.  Hace poco visité una iglesia, la que tenía unas 14 columnas y delante de cada columna había una imagen: la bien popular del divino niño; la de san Isidro, la de la Virgen del Carmen, María Auxiliadora, la del Cristo de Buga…. y otras buenas para alimentar las cuentas eclesiales.  Lo que me llamaba la atención es que cada imagen estaba montada en una alcancía; y el párroco, como en chiste y como en serio, les decía a sus fieles en los avisos parroquiales que no confundieran la ofrenda común de la misa con la particular que había que darle al santo si se quería recibir un favor, que el santo necesitaba ver que le echaban algo en su propia alcancía.

Los impuestos para las misas de sanación.  Sé de unas misas de sanación, esas tienen fama de dar muchas entradas a las parroquias y uno se queda sin saber si el carisma del que las preside es la sanación o la recolección de dineros, para las que hay que comprar una boleta que vale 10,000 pesos y otras en las que al entrar hay que dar un aporte voluntario.

Los impuestos para estar en las misas de funeral.  Ya los entierros son caros y hay que pagar los gastos de la funeraria y los estipendios de la misa; pero después, al momento de las ofrendas, pasan con la alcancía de la limosna; cuando celebro misas de funeral y me toca ver como presentan esa alcancía insensible a los duelos del muerto, a las viudas y a los huérfanos, me lleno de vergüenza y no sé dónde queda eso que decimos sobre la “Iglesia experta en humanidad”.

Los impuestos y las misas gregorianas para dejar el purgatorio.  Por más que avance la teología, las misas gregorianas, con todo lo que dañan la imagen de Dios y desvirtúan la liturgia, siguen celebrándose;  es que dan mucho dinero; en este asunto estamos todavía en los tiempos de León X y la palabra de Lutero sigue siendo profética.  Resulta que los fieles, por nuestras catequesis bancarias, han llegado a creer que, si pagan a un presbítero para que celebre las gregorianas, un difunto puede salir del purgatorio y que hay que celebrarlas de seguido para que no pierdan el efecto, porque Dios supuestamente está contando, que sean treinta, sin falta, para poder dar la bienvenida en el cielo al que tendrá que seguir purgando más tiempo si sus familiares no tienen con qué transar por su alma.

Los impuestos de misa privada.  En una parroquia los fieles hablaban de “misas privadas” y me quedaba sorprendido, no conocía ese concepto: se trata de eucaristías, celebradas en la intimidad de la familia, a puerta cerrada, con invitados, y para las que hay que pagar 200.000 pesos;  ¡bien duro ese impuesto! y clara simonía.

Los impuestos para entrar a un templo.  Estaba en una ciudad a la que poco conozco y pregunté en el hotel donde me hospedaba si había una parroquia vecina y al saber que estaba cerca me fui para allá.  A la entrada del templo había unas señoras piadosas y al verme me entregaron una imagen y una oración, yo agradecí el detalle, pero la respuesta fue que por la imagen y la oración debía dar una ofrenda mínimo de 5.000 pesos para las obras parroquiales.  Yo, un fiel y además presbítero, no tuve problema con eso, pero pensaba después que, si hubiera llegado alguien en crisis de fe o uno que viniera buscando a Dios, ahí habría encontrado una zancadilla para nunca más volver y alejarse del todo. En otra parroquia, llegué a contar 26 alcancías distribuidas por todo el templo, hasta una debajo del altar, como si se tratara no de una casa de oración sino de un banco lleno de ventanillas para recibir dineros.

Podría seguir con los ejemplos y muchos de ustedes lectores podrían también añadir los suyos.  Lo cierto es que, si en la discusión que hay en el país sobre los impuestos de las iglesias insistimos en las exenciones que tenemos, las que nos hacen bien y nos convienen, tenemos que hacer al mismo tiempo examen de conciencia sobre estas prácticas; antes que recurrir a concordatos y leyes y a supuestos derechos para zanjar la discusión de los impuestos hay que pedir la gracia de la conversión.  Creo que dineros recolectados de esa forma, aprovechándose y explotando la devoción de los fieles, no puedan llamarse ofrendas y que se vuelven tasas injustas y afrentosas.  Mientras la Iglesia no se decida a dejar de vivir de limosnas no podrá vivir la comunión que le es propia, esa comunión que se nos olvidó y que era frecuente al principio cuando todos los creyentes compartían y nadie pasaba necesidad.  El culto que damos a Dios es nuestra vida misma, pero no puede ser un modo de ganarnos la vida. Y todo esto sucede en un país, uno de los más inequitativos, donde hay 21 millones de empobrecidos, los mismos fieles, que no pueden comer tres veces al día; y esos son los que normalmente pagan esos impuestos; admirar la viuda que hecha las dos moneditas no nos da licencia para aprovecharnos de ella.

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